Adrián Berra y su inextinguible llama musical

Un grupo de gente fue muy privilegiada anoche en el bar Sacramento, ya que había una cita con el cantante argentino Adrián Berra y sus canciones. El músico apareció, a dúo con otro colega, para ofrendar sus temas plagados de brillo, amor y verdad. Una vez más, Berra confirmó que su obra es fuente inagotable de sensibilidad y esperanza, en un mundo que necesita cada vez más de estos valores.

Adrián Berra y Tomás Sanguinetti tomaron el bar como un lienzo y pintaron sobre él los múltiples colores de estas canciones.
Adrián Berra y Tomás Sanguinetti tomaron el bar como un lienzo y pintaron sobre él los múltiples colores de estas canciones.Mavi Martínez

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Por unas casi dos horas, en un bar de Asunción, todo fue esa magia que los seres humanos atribuimos a las canciones que nos hechizan. Esta vez, el vehículo para la emoción del compartir fueron las canciones iridiscentes del argentino Adrián Berra, quien no solo conquistó con esos sonidos, sino también con su personalidad amable, amiguera y cristalina. Además, estuvo acompañado por el excelente guitarrista, compatriota suyo, Tomás Sanguinetti.

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Un público de unas 150 personas, bien fiel, fue el que acompañó esta nueva presentación en Paraguay, donde Berra presentó canciones de su nuevo disco “Respirar bajo el agua”, como también algunas de sus anteriores álbumes.

Varias guitarras entre criollas y eléctrica, dos voces y pedales bastaron para que Adrián y Tomás desaten un universo de posibilidades sonoras desde un abordaje sensible. Totalmente cercanos con el público, porque más que un concierto, esto era una reunión de amigos, ambos empezaron con “Nada más”, casi como una declaración de principios de lo que sería esa noche, donde ambos lo entregarían todo.

La presentación en sociedad asuncena de las nuevas canciones llegó con “Patria”, donde Berra nos dice que su patria son su voz y su cuerpo, y “Antenas en la ciudad”, surgida tras una “pelea” con un amigo a través de WhatsApp. Canciones que la gente ya cantaba en murmullo, en tanto uno podía percibir del rostro de Adrián entre sorpresa y gratitud.

Contó también a la gente sobre la génesis de este nuevo disco y reflexionó sobre la importancia de tomar perspectiva y alejarse, ya que en esta obra dibuja paisajes urbanos que nacieron de él viviendo en las Sierras de Córdoba.

La introspectiva “Buen día María” también sonó en la noche, seguida por la candombera “Mi negra rubia”, donde la gente desató las palmas y gritos que subían y bajaban de intensidad, causando también las risas de los artistas, quienes viajaban sobre esta emoción que se elevaba por todo el salón.

Tomás dibujó en espirales de fuego y texturas un solo que fue muy aplaudido por la gente que no tardó en regalarle aplausos de admiración, a los que él respondió agachando la cabeza, con una mezcla de ternura y sencillez.

“Nota”, una canción que no está grabada, llegó más tarde. Un hermoso recitado/canción donde Adrián va detallando “tips” para unos amigos que vivirían en una casa donde él había habitado en Uruguay. Las peculiaridades de la zona, consejos sobre los comercios, recomendaciones sobre la casa, forman parte de esta obra que ojalá se inmortalice algún día.

Recordó luego su juventud como estudiante en la universidad. Había un libro llamado “El hombre y sus símbolos” que, confesó, hasta ahora nunca lo leyó. Pero una palabra que encontró ahí más la novia con la que salía en ese momento, inspiró la canción “Efecto de sincronicidad”, muy pedida por el público, que se tomó la atribución de pedir a los gritos más temas, varios de ellos cumplidos por el dúo.

“Natural” y “Evolución” sonaron así, al pedido ardiente del público que se tropezaba por reclamar canciones. Entre risas, Adrián felicitó a los que levantaban la mano para pedir, como si fuera una clase. Estas obras invitaron a desprenderse del cemento y flotar, a curar dolores al ritmo de la música, todo lo que se cumplió en una noche única como una huella digital.

Alegría eterna

En este marco de emociones que no paraban de mutar, llegó el turno para Luana, una joven seguidora de la música de Adrián que compartió con él en escenario la canción “Somos instantes”. Berra contó que ella le había escrito unas semanas antes por Instagram para pedirle esto, a lo que él accedió con mil gustos.

“Desaprender” sumó otra obra a esta lista que para él público no parecía ser suficiente, pues si era por ellos lo tendrían a Adrián cantando toda la noche. La felicidad era total y compartida. Berra cantaba con todo su cuerpo, desatando cada partícula de ritmo a través de su guitarra y su voz.

En otro momento mostró la remera que tenía puesta, pues era el momento ideal para hablar de eso. En una línea vertical se sucedían varias letras, en lo que era la explicación de una décima. Detalló cómo se construye literariamente y cantó “Décimas truncas”, en el momento más lúdico de la velada, ya que la gente también se animó a armar junto con él varios versos en décima. Era como estar en el living de una casa riendo con amigos, cantando, todos alrededor de la magia de la música, levantando copas.

Esta fiesta musical prosiguió con “Golosinas”, en tanto Adrián repasaba todos sus discos, confirmando el amor que tiene la gente por toda su obra. En esa premisa presentó otro tema nuevo, “Lluvia en el salón”, que grabó en colaboración con El Plan de la Mariposa, que también estará en nuestro país el próximo 29 de junio en Kilkenny.

La emoción era palpable y también el final estaba cerca, según anticipaba Adrián, pero la gente se unió en canto para “Sigue”, el himno del corazón de todos. Este público entusiasmado, cantor y lleno de disfrute gritaba canciones y demostraba la felicidad de poder cantar, tan de cerca, con este artista tan único y de una belleza cancionera sinigual.

“Mundo” continuó en esta casi eterna (con gusto) playlist en vivo y en directo. Pero antes de despedirse para cumplir con las formalidades, Adrián tomó la guitarra, bajó del escenario y fue entre el público y subido a una butaca hizo “Candombe va”, con las almas que, cual hinchada, cantaron como si este momento fuera irrepetible, y sí que lo fue.

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Como cerrando un círculo narrativo, sin querer o queriendo, Adrián terminó el concierto con su primera canción, “Un beso en la nariz”, que compuso a los 17 años y que le dio el pasaporte al mundo. Él expresó su gratitud hacia este tema que le abrió las puertas de los corazones de la gente, que cumplió su cuota sensible cantando, palabra por palabra, esta oda a abrazar la vida tal cual, con sus luces y sombras.

“Hoy solo sucede una vez”, rezaba un luminoso cartel al costado del escenario, publicidad de una marca. Pero esa noche no pudo ser mejor “publicidad” para la cita marcada en letras de fuego y ríos de amor entre Adrián, Tomás y el público.

Esa llamita generada en este único show seguirá latiendo para siempre en todos, para recordar que uno puede volver con la memoria a sentirse así, un poco más feliz en compañía de un canto, una guitarra, un baile, un abrazo.

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