(Disponible en Netflix)
En 1998, el director de cine Gus Van Sant estrenó su “remake” del clásico de Alfred Hitchcock Psicosis, tomando la decisión de hacer de su película un calco deliberado del filme de suspenso de 1960, con tomas y encuadres copiados casi exactamente. Fue un ejercicio cinematográfico interesante pero como película, la Psicosis del ’98 es la mismísima definición de “innecesaria”.
Ahora, al director Ben Wheatley le tocó también la poco envidiable tarea de medirse con uno de los más influyentes cineastas de todos los tiempos al adaptar la novela de Daphne du Maurier Rebeca, algo que el propio Hitchcock había hecho en 1940.
Y si bien Wheatley no se toma el atrevimiento de copiar íntegramente la tarea de Hitchcock, su filme es casi impresionantemente insípido, una película con toda la creatividad visual de una serie de TV de modesto presupuesto o una de las películas de la saga Cincuenta Sombras, que reduce a los inolvidables personajes de la novela de Du Maurier a las versiones más aburridas de si mismos imaginables.
La película trascurre en algún período no especificado de principios del Siglo XX – es en Inglaterra y nadie habla de ninguna de las dos guerras mundiales, así que digamos en algún momento de la década de 1930. Durante una visita en Montecarlo, una joven mujer anónima (Lily James) que trabaja como empleada de una dama adinerada conoce a Maxim de Winter (Armie Hammer), un apuesto viudo, dueño de la residencia Manderley, una de las mansiones más prestigiosas del Reino Unido.
A los pocos días, Maxim y la mujer se casan, y ambos regresan a Manderley en la cima de la felicidad, pero en los pasillos de la espléndida mansión aún se siente la presencia de la difunta primera esposa de Maxim, Rebeca, y pronto la nueva señora De Winter comienza a ceder bajo el peso de esa presencia y su poca familiaridad con el mundo de la alta sociedad.
Normalmente diría que una película siempre debe ser juzgada por sus propios méritos o defectos, sin comparaciones con otros filmes aunque estos beban de la misma fuente creativa. Hay filmes, sin embargo, que hacen de ese ideal algo casi imposible de cumplir – las “remakes de Disney” que muchas veces son poco más que fotocopias inferiores de clásicos animados, por ejemplo.
Esta nueva versión de Rebeca es uno de esos filmes, no porque copie a la película de Hitchcock sino porque sencillamente no hay nada interesante qué decir sobre ella sin entrar en comparaciones. Por sí sola es una de las películas más olvidables del año, un filme cuyos detalles desaparecerían de la mente del espectador a las pocas horas de haber visto los créditos finales, y llegar ver esos créditos en sí sería toda una hazaña porque es tan aburrida que sus dos horas de duración se sienten como el doble o el triple de ese tiempo.
Así que hablemos de comparaciones.
La retorcida historia de amor entre Maxim, su anónima nueva esposa y la desaparecida Rebeca se cuenta casi de la misma forma en las dos películas, pero las veces en que Wheatley hace adiciones propias se siente como exceso de peso, como los párrafos derivativos de un ensayo universitario que el autor desesperadamente trata de hacer llegar al mínimo obligatorio de cantidad de palabras, “piloteando” descaradamente.
Secuencias como una pesadilla despierta que el personaje de Lily James tiene durante un baile de disfraces, o el final de la película que carece absolutamente del impacto emocional y visual del filme original, son directamente vergonzosas en lo mucho que se sienten como algo que se incluyó solo porque sí, para que la película tenga algo qué llamar propio en vez se verse esclavizada a las decisiones superiores que Hitchcock y su equipo de adaptación tomaron al hacer su película hace 80 años.
Es enormemente extraño que Wheatley, un cineasta generalmente considerado muy interesante – su filme de 2016 Free Fire, por ejemplo, es un curioso experimento de cine de acción semi-minimalista en que toda la película está confinada a un enorme depósito donde un colorido elenco de personajes se enfrenta a tiros – haga un filme tan carente de cualquier tipo de personalidad. Es un despliegue asombroso de “cine en piloto automático”.
Manderley, en el filme original un laberinto gótico sofocante de pasillos ornamentados por los que la señora De Winter caminaba incómoda, como un ratón siendo acechado por un gato en la forma de la encargada de la casa, la señora Danvers (interpretada por Kristin Scott Thomas en la nueva versión) y su psicótico fanatismo por la figura de Rebeca. En la nueva versión, Manderley es escenografía, un edificio palaciego pero indistinto, un espacio por el que los actores se mueven mientras recitan sus líneas y poco más.
Esa falta de un alma en la película devora incluso las pocas virtudes que tiene el filme, como la fotografía ocasionalmente bella de Laurie Rose, que al menos regala al espectador algunas tomas hermosas de la costa británica; o la banda sonora de Clint Mansell.
Pero, sinceramente, la falta de estilo visual o identidad propia del filme y su versión aguada del relato de Daphne du Maurier no tenían por qué resultar en un desastre absoluto si la película hacía justicia a los personajes, y es allí donde el peor fracaso del filme queda en evidencia.
Y no es que sea culpa de los actores. Del trío principal, Lily James y Kristin Scott Thomas hacen un trabajo correcto, la primera como una figura de inocencia gentil que de a poco va transformándose en férrea determinación de una forma no muy distinta a la que Joan Fontaine interpretó el papel previamente; y la segunda como una presencia inescrutable y fantasmagórica a través de la cual Rebeca embruja los pasillos de la mansión.
Pero el guión y la dirección les falla, aunque no de forma tan grave como al pobre de Armie Hammer, que debe interpretar una versión de Maxim de Winter sin ninguno de los matices que lo convertían en un personaje tan atrapante cuando lo interpretó Laurence Olivier.
El Maxim de Olivier y Hitchcock era una figura siempre algo distante, cautivadoramente enigmática cuyos saltos de perfecta compostura a exhabruptos emocionales eran genuinamente inquietantes, y el núcleo emocional del filme a través del cual el sorprendente giro final de la película adquiere la fuerza para golpear como lo hace. El Maxim de Hammer y Wheatley es Christian Grey sin la sexualidad.
La nueva versión de Rebeca es, sencillamente, una de las peores películas del año, una pérdida total de tiempo.
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REBECA (Rebecca)
Dirigida por Ben Wheatley
Escrita por Jane Goldman, Joe Shrapnel y Anna Waterhouse (basada en una novela de Daphne du Maurier)
Producida por Tim Bevan, Eric Fellner y Nina Park
Edición por Jonathan Amos
Dirección de fotografía por Laurie Rose
Banda sonora compuesta por Clint Mansell
Elenco: Lily James, Armie Hammer, Kristin Scott Thomas, Tom Goodman-Hill, Keeley Hawes, Sam Riley, Ann Dowd, Mark Lewis Jones, John Hollingworth, Bill Paterson, Ben Crompton, Jane Lapotaire