“Judas y el Mesías negro”

Lakeith Stanfield y Daniel Kaluuya brillan en un furioso clamor contra el fascismo institucional y la opresión racial que es tan relevante en la actualidad como lo fue en la década de los 60 en la que el filme trascurre; tan relevante visto desde Paraguay como desde cualquier parte del mundo.

Daniel Kaluuya en "Judas y el Mesías negro".
Daniel Kaluuya en "Judas y el Mesías negro".Warner Bros. Pictures

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(Disponible en cines)

En una de las primeras escenas de Judas y el Mesías negro, William O’Neal (Lakeith Stanfield) está sentado en una sala de interrogación luego de haber sido arrestado por hacerse pasar por agente del FBI para robar autos, presentando una placa falsa a sus víctimas; Roy Mitchell (Jesse Plemons), un auténtico agente federal, le pregunta el porqué de la treta con la placa en vez de ir a por algo más sencillo como amenazar con una pistola o cuchillo. La respuesta de O’Neal: “Una placa da más miedo que un arma”.

Judas y el Mesías negro es la historia de la caída de Fred Hampton (Daniel Kaluuya), el popular líder de la filial de Chicago de la organización política afroamericana revolucionaria Panteras Negras, y el papel vital que jugó en esa caída O’Neal, como informante del FBI infiltrado en el entorno de Hampton.

Es obviamente un filme que tiene mucho que decir sobre el racismo en los Estados Unidos, un problema que ha permanecido vivo como un fuego perenne en ese país y a un ritmo que parece casi semanal se devora la vida de otra persona abatida en circunstancias sospechosas por la policía.

Pero decir que Judas es una película sobre el racismo sería una descripción miope y reductiva, porque el filme tiene en su mira un blanco más grande: la opresión de las minorías - independientemente de su color de piel, las banderas bajo las cuales se congreguen o sus ideologías políticas - a manos de un sistema tenazmente aferrado a las instituciones del poder que es capaz de encarcelar o asesinar a sangre fría a cualquiera al que perciba como una amenaza para su existencia, blandiendo a las fuerzas policiales como látigo y garrote.

Sobra decir que es un filme con mucha relevancia no solo en los Estados Unidos actuales, pero visto desde una perspectiva paraguaya se pueden encontrar similaridades entre lo que se ve en la película y lo que se puede leer en los diarios y en redes sociales, particularmente luego de los acontecimientos del pasado marzo.

O’Neal y Hampton representan no dos lados opuestos en la guerra entre el opresor y el oprimido, sino dos miembros del mismo bando puestos en conflicto por las manipulaciones del sistema opresor.

El agente especial Mitchell – al que Jesse Plemons le da esa cualidad de aparente confiabilidad que oculta intenciones retorcidas que le ha convertido en uno de los actores revelación de los últimos años - es la cara humana de ese sistema opresor, siguiendo órdenes de sus superiores como el siniestro director del FBI J. Edgar Hoover (Martin Sheen) cual buen patriota alemán en los años ’30 y ’40, justificando las tácticas de guerra contra las Panteras argumentando que el radicalismo es igual de malo sin importar de quién venga, que las Panteras son igual de malas que el Ku Klux Klan; que los que se rebelan de forma violenta ante su opresión son “vándalos”, que el mundo es blanco y negro.

Y ver un filme en que las “fuerzas del orden” del Estado justifican un asalto armado a la sede de una organización política opositora citando una potencial amenaza ideológica al poder tiene particular relevancia en el Paraguay de los últimos años.

El director Shaka King mueve su historia con agilidad y energía en paralelo al rápido ascenso en popularidad de Hampton, interpretado por un Kaluuya que termina de demostrar que es uno de los mayores talentos del Hollywood actual, utilizando esa mirada tan particularmente intensa suya para darle urgencia y convicción absoluta a los discursos de Hampton; Kaluuya interpreta el rol como alguien que a pesar de su joven edad (Hampton apenas llegó a los 21 años) da la impresión de entender el mundo y saber explicarlo, un orador magnético y una presencia cálida e intimidante a la vez.

A su lado, Lakeith Stanfield debe lidiar con un rol mucho menos vistoso pero igual de complejo, como un Judas cuya traición a la figura mesiánica que le toca traicionar va deteriorándolo profundamente, debatiéndose entre sus intereses personales de salvarse de la cárcel y lo que se va convirtiendo en una naciente lealtad hacia Hampton y su causa.

Más concisa y con una sensación menos “épica” - a falta de otra palabra – de algo como el Malcolm X de Spike Lee, pero con una energía similar, la película de Shaka King se mueve con confianza y claridad de mensaje hacia un final genuinamente de terror, que toma su punto final y no solo lo pone sobre la mesa, sino que lo clava con un martillo sangriento, recordando bastante a otra película de Spike Lee: El infiltrado del KKKlan y su inolvidable desenlace.

Decir que un filme es “importante” se suele sentir exagerado y ambiguo, como que el adjetivo les queda grande a la mayoría de las películas que buscan ser “importantes” por su mensaje. Pero dado el panorama político y social actual, aquí y allá, antes y ahora, Judas y el Mesías negro se gana genuinamente el adjetivo.

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JUDAS Y EL MESÍAS NEGRO (Judas and the Black Messiah)

Dirigida por Shaka King

Escrita por Shaka King y Will Berson

Producida por Shaka King, Ryan Coogler y Charles D. King

Edición por Kristan Sprague

Dirección de fotografía por Sean Bobbitt

Banda sonora compuesta por Craig Harris y Mark Isham

Elenco: Daniel Kaluuya, Lakeith Stanfield, Dominique Fishback, Jesse Plemons, Ashton Sanders, Algee Smith, Darrell Britt-Gibson, Martin Sheen, Lil Rel Howery, Dominique Thorne, Amari Cheatom

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