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Juzgo que regalarnos la posibilidad de un reencuentro periódico con el propio ser interior es parte de la responsabilidad individual en una relación donde jugamos por amor y es clave para una cultura del cuidado.
El ser interior también necesita de nuestros ojos, de nuestra atención, de nuestro cuidado. Cuando estamos tan enfocados en el hacer o nos consume la rutina, comenzamos con una amnesia profunda que nos borronea las necesidades y es como si el “sistema” o los demás nos movieran los hilos.
Reencontrarnos implica hacernos preguntas como qué quiero en esta situación, qué estoy necesitando, qué siento ante lo que me pasa, de qué quiero de más y hasta donde es suficiente de esto.
Estas preguntas conectan con nuestro sabio o sabia interior. Con esa vocecita que nos habla siempre y que cuando no la escuchamos nos insiste desde el dolor de cabeza, los nudos en el estómago o desde el miedo.
Juzgo que es parte del balance de pasarnos la vida haciendo que de vez en cuando nos detengamos, respiremos y le demos un espacio al silencio.
Ese silencio es fértil. Si le damos la posibilidad de que algo se manifieste aparecerán emociones, dudas, cuestionamientos y hasta contento o placer. Seremos un jardín de darnos cuentas. Y eso resulta vital para la autonomía y nuestra propia salud.
¿Qué ocurre cuando no me reencuentro? Me pierdo en las necesidades ajenas, me olvido de mí mismo/a al precio de lo que sea, en cierto sentido desaparezco.
¿Quién soy hoy¿ Por dónde pasan mis prioridades¿ Quiero o no quiero? Me quiero quedar o hace rato que me fui lejos y me quedé por costumbre, por miedo al qué dirán, por no saber cómo decir que no más…
Este es el regalo del reencuentro. De la meditación. Del darme cuenta.
Siempre pagamos precios.
A veces darnos cuenta es incómodo, duele o nos pega la cachetada de una realidad.
¿Estoy conmigo…?