Los tiempos ajenos

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Cuando estamos en una relación, del tipo que sea, nos encontramos en un espacio básicamente inseguro. Los ser humanos nos ponemos anillos, lazos simbólicos y decimos “mi esposa”, “mi novio”, “mi amor eterno”…sin embargo por más que con el lenguaje posesivo y los ritos intentemos “aprehender” a alguien, hay un hecho irreductible: todos los seres humanos somos autónomos y libres.

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Cuando estamos en una relación hay un aspecto en el que generalmente no hemos sido entrenados. Nadie nos habló de esto y hay escasa literatura al respecto.

Me refiero a la importancia de respetar los tiempos del otro/a. Cualquier ser humano, inclusive nosotros mismos, somos organismos complejos que permanentemente entramos en desequilibrios. Hay factores biológicos, psicológicos, espirituales y sociales que nos “mueven” de nuestra pretensión de estar siempre iguales o de que las cosas no cambien. Y si bien esto es un buen deseo lo cierto es que todo siempre está cambiando, todo se nos mueve, todo entra en crisis…y para sobrevivir de manera permanente los humanos requerimos regresar a un estado de balance o de equilibrio (homeostasis).

Estar relacionados es básicamente un espacio inseguro porque al “nosotros” lo construyen al menos dos o más seres humanos que están en constante evolución. Y eso significa que la persona de la que me enamore hace tres años hoy ya no es la misma o que incluso después de cierta experiencia nosotros ya no somos iguales.

Estar relacionados es asistir casi cotidianamente al hecho de que nuestra hija, nuestra pareja o nuestro amigo tenga subes y bajas anímicos, cambie de forma de ver las cosas o elija de manera distinta a como solía hacerlo. No porque estas personas sean cambiantes caprichosamente sino porque son organismos complejos que estarán en movimiento permanente para vivir.

Entonces es interesante poder mirar qué nos pasa ante los cambios o movimientos del otro/a. Veremos que en cuanto advertimos que “algo no anda igual” intentaremos por todos los medios de que esa persona se amolde a como nosotros necesitamos que esté, o entraremos en el terreno clásico de los “vos no eras así” y eso acarrea un sinfín de manipulaciones. No es tanto el otro/a quien nos preocupa sino nosotros mismos que nos desencajamos y desacomodamos cuando la contraparte deja de ser la figurita estereotipada que nos sirve o nos mantiene seguros.

Perder el control del otro/a es uno de los aspectos más angustiantes. Nadie nos enseñó que los demás siempre estarán cambiando, que los demás siempre en algún sentido terminarán perpetrando nuestra pretensión infantil de que las cosas no cambien.

Por eso un espacio saludable en una relación es posible cuando ante los cambios ajenos yo me hago cargo de lo que me desacomoda que hoy no tengas ganas de hablar, de lo frustrante que es que hoy cambies de pensar y de lo escalofriante que puede ser darte permiso para que ante un desacomodo tengas derecho a tus propios tiempos.

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