María Riveros, de Presidente Franco, es una de ellas. Cada año viaja hasta Caacupé para agradecer, pero esta vez su visita tiene un matiz más profundo. En plena batalla contra el cáncer de mama, ya completó 16 sesiones de quimioterapia y mantiene intacta su fe. Con la mirada serena, comentó que su pedido especial es tener fuerzas para continuar el tratamiento. “Quiero terminar esto bien y volver el próximo año a agradecer”, expresó emocionada.
A unos metros, se encontraban Alicia Miranda y Ángel Bareiro, un matrimonio de Minga Porã que llegó para celebrar un sueño que les costó años de esfuerzo: ambos lograron convertirse en docentes. Para la pareja, este logro no hubiese sido posible sin la guía espiritual que sienten de la Virgen.
“Ella nos acompañó en cada paso”, contaron con orgullo, mientras cumplían su promesa.
Desde Vaquería llegó Daniela Aquino, quien lleva más de 20 años siendo devota fiel de la Virgen. Cada año se presenta con gratitud y pedidos, pero esta vez lo hace con un ruego especial: la salud de su familia.
“Siempre me encomendé a ella y nunca me soltó la mano”, expresó mientras avanzaba entre los peregrinos.
La emoción también alcanzó a Margarita Bernal, una joven de 20 años de Choré que vio por primera vez a la Virgen de Caacupé. Conoció esta devoción gracias a su patrona, y quedó profundamente impactada por la multitud, los cantos y la fe viva del pueblo.
“Es impresionante ahora ya decidí que voy a venir cada año”, dijo mientras observaba con asombro la Basílica.
Más de 15 años de de fe
Desde Emboscada también llegó un grupo compuesto por Maira Ruiz, Miguel Montanía, Paulina Pérez y Tadeo Pérez, quienes hace más de 15 años cumplen juntos con su promesa. Para ellos, este viaje no es solo una tradición: es una forma de agradecer, de unirse como familia y de renovar su fe.
Maira Ruiz, Miguel Montanía, Paulina Pérez y Tadeo Pérez son una familia que ama vivir a la sombra de la fe y que cada año llega hasta Caacupé para agradecer las bendiciones recibidas.
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Cinco historias, cinco caminos distintos, pero un mismo destino: los pies de la Virgen de Caacupé, donde la esperanza se renueva y el corazón del pueblo paraguayo late con más fuerza que nunca.
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La fe
La fe de los peregrinos que llegan hasta Caacupé se sintió en cada rincón del camino. Desde kilómetros antes del Santuario, se veía a la gente avanzar con paso firme, algunos descalzos, otros arrodillados o apoyados en bastones, pero todos movidos por una convicción profunda que ni el cansancio ni el clima logran apagar. Muchos traen promesas en el alma, fotos de familiares enfermos, pedidos escritos en papelitos, o simplemente un “gracias” que hace tiempo querían entregar a los pies de la Virgencita Azul.
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Entre rezos, cantos improvisados y silencios que transmiten historias enteras, los fieles van dejando huellas de esperanza sobre el asfalto caliente. Y al llegar frente a la Basílica, más de uno no puede contener las lágrimas: es el desahogo, la gratitud, la fortaleza encontrada.
En Caacupé, la fe no solo se ve, se escucha y se toca; se vive y se comparte con una intensidad que transforma el corazón de quien llega.