En tiempos donde muchas tradiciones se diluyen con el paso de los años, la familia Larramendi Ayala mantiene viva una costumbre que atraviesa más de un siglo de historia en Villarrica, departamento de Guairá.
La tradición, iniciada por los abuelos de la familia, fue transmitida a la señora Matilde Ayala y hoy es sostenida por sus nueve hijos, quienes cada año se reúnen con sus propios hijos y nietos para dar vida al pesebre en la víspera de Navidad.
Marta Larramendi, una de las hijas, relató que el armado del pesebre comienza en la víspera de Nochebuena, cuando toda la familia se congrega para trabajar de manera conjunta, cada uno aportando ideas, materiales y tiempo compartido.
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“Más que un trabajo, es un momento de encuentro. Cantamos, bromeamos, recordamos historias familiares y nos ponemos al día con la vida de cada uno”, expresó, destacando que muchos de los hermanos ya viven en otros barrios o incluso fuera de la ciudad.
Desde las primeras horas del 25 de diciembre, el hogar se convierte en punto de encuentro para familias enteras del barrio Salesiano, que llegan para rezar, cantar villancicos y compartir el espíritu navideño.
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Los niños, protagonistas de la jornada, se acercan con miradas curiosas y expectantes, buscando entre las figuras y adornos los pequeños obsequios que la familia coloca dentro del pesebre, como golosinas o juguetes.
“Ver la alegría de los chicos es uno de los mayores regalos para nosotros. Se acercan a rezar y al mismo tiempo ya están atentos a lo que van a llevar como recuerdo”, comentó Marta.
La práctica responde al pesebre jepo’o, una tradición paraguaya que combina la fe con el compartir solidario, especialmente con los más pequeños de la comunidad.
Entre los tesoros más valiosos del pesebre se encuentra una imagen del Niño Jesús con más de 70 años de antigüedad, heredada de generación en generación.
Según recuerdan, esta imagen fue un obsequio del monseñor Alejo Ovelar a la madre de la familia, un sacerdote y misionero salesiano muy cercano a los fieles, que recorría los hogares acompañando a las familias.
El pesebre también se distingue por su fuerte identidad paraguaya, con frutas de estación, artesanías y trabajos manuales realizados por los propios integrantes de la familia.