Incoherencia cultural: freno invisible de la innovación

Las organizaciones interactúan, compiten, cooperan y se influyenNataliia Prachova

Vivimos inmersos en organizaciones de todo tipo. No son entes aislados ni autosuficientes: interactúan, compiten, cooperan y se influyen mutuamente

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El desarrollo de una nación se basa principalmente en el desempeño de sus organizaciones, afirma Idalberto Chiavenato en su libro Comportamiento Organizacional (recomendado).

No es una frase menor: las organizaciones crean desarrollo humano, económico y social, impulsan la economía y moldean la calidad de vida de una sociedad. En ese sentido, hablar de cultura organizacional no es un tema “blando”, sino profundamente estratégico.

Modificar lo visible sin revisar lo esencial

Vivimos inmersos en organizaciones de todo tipo. No son entes aislados ni autosuficientes: interactúan, compiten, cooperan y se influyen mutuamente. Co-creamos, queramos o no, un ecosistema organizacional que persigue un deseo tan básico como universal: una vida próspera y abundante. Allí, la cultura cumple un rol central.

Sin embargo, muchas organizaciones declaran valores que no practican. Profesionalismo, respeto, ética e innovación conviven con decisiones cotidianas incoherentes. Y esa incoherencia —más que la falta de recursos o ideas— se convierte en el freno invisible de la innovación. La cultura no falla por lo que dice, sino por lo que permite.

Chiavenato describe la cultura organizacional como un fenómeno profundo, comparable a un iceberg. En la superficie vemos estructuras, procesos, tecnología y símbolos. Pero debajo operan valores, creencias, percepciones y supuestos básicos sobre las personas y el mundo. Cuanto más profundo es el estrato, más difícil resulta el cambio. Por eso muchas transformaciones fracasan: intentan modificar lo visible sin revisar lo esencial.

Lo que se normaliza se vuelve cultura

Las organizaciones no son edificios. Tienen nombre, apellido e historia. La cultura suele reflejar el sistema de creencias de quienes lideran, y es innegable que quienes toman decisiones tienen mayor responsabilidad. Pero la cultura no se sostiene solo desde la cima. También se construye —y se perpetúa— desde los silencios, la tibieza y la sumisión cotidiana. Lo que se calla, se normaliza. Y lo que se normaliza, se vuelve cultura.

Acá aparece una verdad incómoda: la cultura también la construyen los tibios. Aquellos que, aun percibiendo incoherencias, elegimos no involucrarnos (a todos nos pasa en diferentes momentos de la vida). Una antigua advertencia lo expresa con crudeza: “por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente…”. Más allá de su origen bíblico, el mensaje es claro: la neutralidad frente a la incoherencia no transforma.

Gestionar sin cuestionar

En palabras simples, no solo fallamos cuando imponemos prácticas contradictorias, sino también cuando las ejecutamos sin cuestionarlas. La innovación requiere posicionamiento, no comodidad.

Coincido plenamente con la mirada de que el cambio organizacional debe enfocarse en el lado humano. Comenzar por el equipo directivo, pero involucrar a todas las personas; comunicar de manera amplia y constante; crear sentido de urgencia; identificar y utilizar los valores culturales como base del cambio; y comprender que el cambio organizacional es, al mismo tiempo, una jornada profundamente personal.

Entonces, ¿cómo cambiar el mindset y construir una cultura capaz de innovar y adaptarse?

  • Primero, coherencia radical, alinear valores declarados con decisiones reales.
  • Segundo, liderazgo consciente y distribuido, que permita a cada persona asumir su cuota de responsabilidad cultural.
  • Tercero, espacios seguros para disentir y aprender, sin conversación honesta no hay innovación.
  • Cuarto, raíces sanas con mirada de futuro para honrar la historia sin quedar atrapados en ella.

La cultura no se transforma con discursos, sino con prácticas sostenidas. Allí se juega no solo el futuro de las organizaciones, sino también el desarrollo de nuestras naciones.

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