No hay almuerzo gratis ni fisco alquimista

En marzo de este año 2020, cuando el covid-19 parecía algo distante, tuvimos el primer contagio en Paraguay. De inmediato, con el consejo del ministro de Salud, el Presidente de la República convocó al Equipo Económico y a los presidentes de los poderes Judicial y Legislativo para informarnos sobre la situación. En la reunión, el ministro Mazzoleni nos explicó el alcance potencial de esta enfermedad aún poco conocida, el impacto en la salud pública y planteó las recomendaciones más urgentes para contenerla.

audima

En esos momentos iniciales, como todos los responsables de políticas, tuvimos que hacer frente a una crisis sin parangón en los últimos cien años. En nuestro caso, las primeras estimaciones manejadas arrojaban números alarmantes. Entre 5% y 20% de enfermos covid-19 (360.000 y 1.440.000, respectivamente), con alrededor de un 30% de sintomáticos. Además, se estimaba que de 20 a 30% del total de los enfermos sintomáticos requerirían camas de terapia; y que deberíamos esperar cerca de 18.000 muertos en el escenario más favorable y 72.000 en el peor. Esta sombría perspectiva ni siquiera cubría el efecto económico derivado del distanciamiento social; según las primeras proyecciones estimadas por organismos internacionales, la contracción podría ser más del 5% del PIB, con pérdidas enormes y con fuerte impacto en la producción, el empleo, la desigualdad y el crecimiento.

A todo esto, se sumaba una gran incertidumbre. Los riesgos inconcebibles, con un sistema de salud históricamente deficiente, el temor del colapso sanitario y económico, el desafío del fino balance entre atender la salud sin descuidar la economía. Por todo esto, la instrucción que recibimos del Presidente era “preparémonos para lo peor, esperando lo mejor”; le habrán escuchado decir más de una vez. De marzo a mayo de 2020, la pandemia nos obligó a una cuarentena estricta y luego a otra “inteligente”, con una apertura gradual e informada.

Mientras tanto, los efectos de la pandemia se hacían sentir en la economía: el Indicador Mensual de Actividad Económica (IMAEP) caía de un +8,2% en febrero a un -12,8% en abril, la mayor caída registrada desde que el BCP registra estas estadísticas, destrozando las proyecciones de crecimiento y bienestar que teníamos para este 2020. El mundo presagiaba una lucha feroz por la liquidez y los insumos médicos, teniendo que salir a buscarlos en un ambiente internacional incierto y extremadamente competitivo.

Para abril, ya estaba en plena ejecución el Plan de Emergencia, aprobado por el Congreso Nacional. Este paquete fiscal y monetario representa casi 9 puntos del PIB, con un financiamiento de más de 1.600 millones de dólares y cuyo uso se encuentra completamente auditable, explicado y detallado en www.rindiendocuentas.gov.py. El plan incorporó medidas de apoyo a los ingresos, el empleo y la producción, para lo cual se diseñó y ejecutó “Pytyvõ” en tiempo récord, llegando a más de 1,2 millones de ciudadanos en situación de vulnerabilidad. Se facilitó el acceso al crédito, tanto el sistema financiero privado como el público dieron estímulos a sus clientes. De acuerdo a datos del Ministerio de Industria y Comercio, la banca pública otorgó más de 84.000 créditos a mipymes, totalizando más de 640 millones de dólares. Se fortaleció el sistema de salud con infraestructura, recursos humanos, equipos de protección, capacidad de testeo, insumos médicos, ante una situación límite.

Hoy el escenario es diferente al anticipado. No ocurrió lo peor que se presagiaba, y eso es todavía difícil de valorar. Por ello, vale la pena notar cómo nos ven los demás. El ciclo de conferencias que se llevó a cabo en el Banco Central en estos últimos meses permitió escuchar de grandes referentes internacionales, como Ricardo Haussmann que: “Paraguay está en una situación excepcional comparada con los vecinos”; o de Erik Parrada, quien decía “Paraguay tiene todo para salir de esta crisis”, entre otros.

En términos económicos, el Banco Central acaba de revisar la estimación de crecimiento con una disminución del 1,5% para el 2020, pues hemos desplegado todas las herramientas fiscales y monetarias disponibles. Esto no significa que todo pasó; al contrario, la recuperación apenas empieza y en ese sentido, desde julio de 2020, el Poder Ejecutivo viene divulgando el plan “Ñapu'ã”, que comprende la protección, generación y formalización de empleos, la atracción del capital privado, la convergencia fiscal a mediano plazo y las reformas del sector público. Este plan está en marcha; y más allá de las críticas, no hemos escuchado otra propuesta.

Escucho mucho que la deuda es nuestro mal principal, que nos lleva al abismo y que va a obligar a un “aumento desmesurado de impuestos”. Sin embargo, la deuda emitida ha sido fundamental para mitigar los efectos de la pandemia. Con la deuda adicional que incluimos en el plan “Ñapu'ã Paraguay”, construiremos nuestro futuro pospandemia; pues entendemos que los estímulos deben mantenerse. Además, es necesario considerar que la deuda pesará más o menos en nuestra economía de acuerdo al crecimiento que alcancemos en la recuperación pospandemia: a mayor crecimiento sostenido, menor incidencia del monto de deuda, y eso es lo que plantea nuestro Plan de Recuperación Económica.

El problema no es la deuda, es no llevar adelante las reformas. Este es el desafío que tenemos todos. Y esto nos exige claridad y coherencia. Por ejemplo, no podemos sostener al mismo tiempo que se debe reducir el gasto y obligar al Estado a comprar 40% más caro; para combatir el malgasto es obligatorio tener control de las pensiones y jubilaciones. No podemos dejar que las consecuencias económicas del covid-19 se resuelvan con una ley de quiebras obsoleta, prehistórica e ineficiente, que genera desperdicio de recursos; es un malgasto que puede afectar a mucha gente que se iba a evitar con la nueva ley que fue rechazada sin un debate informado. No podemos cuestionar el gasto excesivo y seguir aprobando jubilaciones y pensiones a costa del aumento del déficit de la Caja Fiscal que nos come más de 130 millones de dólares anuales de impuestos (y va a ir subiendo geométricamente hasta que explote). No podemos como sociedad seguir prefiriendo y tolerando la informalidad pero cuando nos llega la malaria, exigimos al Estado que nos venga a salvar.

Entonces, si no hacemos las reformas, si seguimos exigiendo mejor gasto y tomando decisiones en el sentido contrario, es seguro que necesariamente habrá un aumento de impuestos para hacer frente a esto. Después de todo, el Estado solo tiene dos caminos para financiarse, los impuestos o la deuda.

Sigamos siendo sensatos, como una nación madura que podemos ser, que piensa en las siguientes generaciones y no en la próxima elección. Volver a la situación fiscal pre-covid-19 en dos años no es sensato, es imposible y puede tener efectos nefastos en la necesaria recuperación de la economía. Sigamos manejando esta crisis con la responsabilidad con la que la estamos transitando y estoy seguro de que saldremos adelante: Lo sensato es llevar adelante las reformas. Caso contrario, que no nos asombren después los “aumentos desmesurados de impuestos”, pues inevitablemente alguien siempre paga por lo que se gasta. En el sano debate tengamos en mente lo que bien decía Milton Friedman: “no hay almuerzo gratis”-; a lo que agregaría, que tampoco existe un fisco alquimista.

*Vicepresidente de Sectores y Conocimiento del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Exministro de Hacienda.

Lo
más leído
del día