Adolfo y Aníbal

Adolfo Jara y Aníbal Mendoza. Recordemos esos nombres. Quizás con mucha justicia alguna biblioteca, plaza, calle o teatro en algunas décadas lleven merecidamente sus nombres. Quizás ahora, que estamos en el medio de tanto ruido no nos demos cuenta, pero ellos han quitado al país del planeta y lo han llevado al espacio.

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No tengo el privilegio de conocerlos. Pero qué gusto me daría poder felicitarlos por el enorme logro que han conseguido para el país. Y sé que estoy siendo injusto porque en la Autoridad Aeroespacial Paraguaya y en la Universidad Nacional de Asunción hay muchas otras personas que hicieron que el primer satélite paraguayo fuera puesto en órbita.

¿Vaso medio lleno o medio vacío? Aquí es el punto donde podemos lamentarnos en ser de los últimos países en llegar a este trascendente logro. O quizás, podamos hacer algo mejor: mirar al futuro y agradecer la proeza alcanzada. En un país donde la capital pese a pagar hace 40 años por desagüe pluvial aún no lo tiene en su totalidad o en donde el estado solo invierte el 0,13% de su PIB en I+D (Investigación y Desarrollo) estos jóvenes, lejos de su patria, realizando un esfuerzo enorme para doctorarse en Ciencia Aerospacial desde Japón nos han puesto en órbita, mientras las discusiones políticas internas nos remiten a escaramuzas que terminan en golpes de puño o en ofrecimiento de cargos para acomodar las internas.

Pongámoslo en perspectiva: si pudiésemos “resetear” todo lo que entendemos por “política”, nos daríamos cuenta que tenemos un país de enormes oportunidades. Siendo mucho más claros: Mientras lo político se reduzca a la división de los bienes públicos para los colaboradores de mi sector político (ya que los partidos son entelequias cada vez menos sensibles) de manera a perpetuar mis capacidades de mantenerme viviendo del Estado (y vaya esto también para los “empresaurios” que viven del presupuesto público), ese país de Adolfo y Aníbal no será aún realizable.

Pero como así vimos en el firmamento el satélite paraguayo, ese diminuto brillo que separa nuestra visión del enorme universo, es una metáfora — y un recordatorio — perfecta que nos debe llenar de esperanzas para enfrentar estas riñas de bar a las que se reducen las actividades políticas de mayor relevancia en nuestro país sabiendo que detrás de ellas hay un universo de oportunidades.

Celebro que los planes de becas para alumnos paraguayos nos brinden hoy un notorio triunfo en nuestra historia. Seguro que hay muchos otros que desconocemos. Así como hay muchos Adolfos y Aníbales que, lejos del reproche de lo malo, del ensalzamiento de lo ruin que existe en el Paraguay — así como en casi todos los países del orbe — se han animado a mirar el futuro y nos brindan esta herramienta que podrá ser utilizada como un aporte enorme a la salud pública y más adelante para otras utilidades como las aerológicas, de control de fenómenos climatológicos y otras tantas funcionalidades que me permito soñar.

Probablemente el hecho de estar del otro lado del mundo trabajando en sus investigaciones fueron un ambiente ideal para estos dos brillantes jóvenes, porque allí no llegaban las voces de los siempre presentes autodenominaos “realistas” que les hubieran llenado la cabeza con el “ndaikatumo’ai ko pea” (no se va a poder eso) que es esa fuerza gravitatoria increíble que nos empuja hacia el centro de nuestra propia mediocridad.

Que su conocimiento, su aporte y su coraje nos recuerden que no hay éxito sin trabajo ni logros sin dedicación. Que nos sirvan para pensar en lo que JUNTOS podemos construir: un país desarrollado generando cientos de miles de puestos de trabajo en base a nuestra energía, en la radicación de miles de Adolfos y Aníbales que están por el mundo entregando su conocimiento porque aquí tienen que luchar con el ahijado de “la autoridá” para poder enseñar, trabajar o investigar. El fin de la politiquería es el inicio del desarrollo y gracias a Aníbal y Adolfo, hoy debemos paradójicamente aterrizar lo que ellos elevaron a los cielos del universo.

¡Gracias, compatriotas!

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