¿Todo tiempo pasado fue mejor?

En los primeros días de este 2021, un diario español publicó un recuento de las vivencias una persona cualquiera que hubiera nacido en el primer día del siglo XX. Es decir, el 1 de enero de 1901. Según el artículo, la persona en cuestión habría sido testigo de novedades asombrosas como de tragedias estremecedoras que marcaron el destino de la humanidad, en el siglo ya en curso. Entre las primeras estuvieron la irrupción del automóvil, del aeroplano y el desarrollo de la aviación, los avances de la fotografía y el cine, la gran evolución de los medios gráficos, junto a movimientos estéticos que fueron más tarde, fundamento de las artes y la arquitectura en todo el mundo.

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Todo, antes de que esta/e ciudadana/o del siglo XX cumpliera los 15 años. Pero también y a esa misma edad habría escuchado los estampidos de la Primera Guerra Mundial (julio de 1914/noviembre de 1918) y cuando llegaba a los 40, hasta pudo haber estado presente -si fuera varón- en la Segunda (setiembre de 1939/setiembre de 1945). Como también, habría participado -o sufrido- la Guerra Civil que ensangrentó España entre julio de 1936 y abril de 1939.

¿Y cuál habría sido la experiencia de alguien que naciera en el Paraguay, en la misma fecha? Pues no tendría sino cuatro años cuando sobrevino la revolución liberal que tras cuatro meses de sangrientas enfrentamientos armados, desalojó del poder al Partido Colorado. Con 12, ya habría visto pasar nada menos que 11 Presidentes por la casa de Gobierno. Cambios forzados por las ambiciones de turno y de maneras violentas, en la mayoría de los casos.

A la misma edad y antes del 15 de agosto de 1912, fecha en que asumió el doceavo Presidente del siglo, nuestro compatriota habría experimentado el terror con la guerra civil de 1912; y diez años más tarde, la del ’22, aún más sangrienta y con más víctimas. Cuando cumplía 25 años, era ya un veterano testigo de nuestras “lides democráticas” pues habían alternado en la Primera Magistratura unos 20 primeros mandatarios. Prácticamente uno por cada año de su vida. Habría estado en las movilizaciones que culminaron con la masacre de estudiantes frente al Palacio de Gobierno, el 23 de octubre de 1931. Y al año siguiente y si fuera varón, estaría en el Chaco para defender un territorio que nos decían era nuestro, pero que nunca había visto flamear una sola bandera paraguaya, en alguno de sus enclaves.

Terminada la guerra y exultantes por la victoria militar, los paraguayos no dimos tregua a la hostilidad y con 40 años, nuestra/o compatriota del ’900, habría visto emerger a muchos mas presidentes que los necesarios, si se consideran los números que pautaban los mandatos constitucionales. Pues habrían sido sólo 19 si se los hubiesen respetado. Pero a finales de la cuarta década del siglo XX, “el sillón de López” había tenido nada menos que 37 ocupantes. Casi el doble de lo que hubiera sido legal o constitucional.

Pero a pesar de tantos interesados en servir a la patria (desde el Poder desde luego), en todo el territorio de la República campeaba la misma pobreza de cuando “empezó la “civilización” en 1870. A los 47 años de edad, nuestra/o ciudadana/o, asistiría a otra sangrienta guerra civil de la que se derivaron más muertes y el exilio de miles de compatriotas. Y tras otro anárquico quinquenio y ya cumpliendo sus 54 años, vería la instalación de un nuevo gobierno. No era “uno más” porque con éste, ya no tendría tiempo ni posibilidades de ver o experimentar otro; así como concretar algún sueño o expectativa que abrigara desde joven.

Pero algo de suerte tuvo finalmente, porque los que nacimos más tarde, disfrutamos de un régimen de “paz y progreso”, con un “estadista sin par … líder único e indiscutible” que sin revoluciones ni guerras, pudo lograr que “mejorara el atraso” en el Paraguay hasta casi el ocaso del siglo XX.

De manera que … ¿de qué tiempos difíciles podríamos quejarnos hoy? Sino el de haber desperdiciado los distintos momentos que nos regaló la historia para que fuéramos mejores o pudiéramos tener mejores gobiernos. No fue así … porque es probable que para la mayoría de los que acceden a las altas cimas del poder, la historia no es sino una asignatura que requiere de mínimos conocimientos para salvar algún examen en camino hacia algún título profesional. O sabida apenas lo suficiente para discutir “con autoridad” en cualquiera de los “grupos de la red”. O para descalificar a quien haya accedido a otras fuentes de conocimiento.

Esa asignatura sin embargo, nos ofrecía las pistas que nos hubiesen servido para cambiar muchas cosas. O para evitar los errores cometidos tantas veces. Hoy pagamos las consecuencias.

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