Panem y Circenses

El poeta y escritor romano Juvenal, nacido en Aquino durante el primer siglo y fallecido en Roma en el año 128, fue autor de 16 obras literarias y poéticas escritas entre el 90 y 127. Todas ellas se agruparon en una sola llamada “Sátiras”, por lo que consecuentemente los escritos se conocen como “Sátiras II”, “Sátiras VIII”, “Sátiras XV”, según los textos respectivos. Relegado al olvido tras su muerte, el libro completo recibió un renovado interés a partir de la Edad Media, por considerarse como un testimonio de la vida romana a finales del siglo I y comienzos del II d.C.

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El nombre de la obra “Sátiras” no es una casualidad, sino que está dado en función de la satirización o críticas que hace el autor a la sociedad romana. La expresión “Panem y Circenses” que conocemos como “Pan y Circo”, proviene de “Sátiras X”, y se estima que la escribió poco después del comienzo del segundo siglo. En él, se refiere a los diversos problemas que conoce la capital del Imperio –a poco tiempo de haber cambiado de la República a este nuevo tipo de Gobierno- entre los años 81 y 117.

En el 81, debidamente ungido por el Senado, Domiciano ejerce funciones como Emperador, actuando como un dictador intratable y “bañando Roma con la sangre de sus oponentes” reza la historia. A su muerte en el 96 se dan una serie de cambios legales en el Senado, y cada Emperador que asumía cambiaba el mismo según sus intereses, siempre a fuerza de ejercer el poder con mano dura y sin demasiados miramientos a la hora de cortar cuellos cuyas respectivas cabezas opinaban diferente al mandamás de turno.

Para criticar la apatía de la gente de Roma, Juvenal utiliza la expresión “Pan y Juegos” en su obra; refiriéndose al inmovilismo de los ciudadanos ante las intrigas de los líderes y las maniobras utilizadas para controlar a la población. Este “control” se ejercía organizando enormes fiestas y desde luego, los juegos en el coliseo, y el autor desprecia a las masas que, mientras comen, beben y están de juerga, permiten a los poderosos hacer lo que quieren.

La visión del autor es suya, pero la historia nos muestra que en este estado catatónico y de postración moral, fue donde efectivamente el Imperio, ejercido en forma dictatorial socavó la ley y costumbres romanas establecidas a lo largo de las grandiosas décadas anteriores. La clase dominante financiaba celebraciones fabulosas para garantizar la calma de las personas, ahogadas en ilusiones; no faltaban pretextos para organizar una fiesta, celebrando una fecha política o histórica, conmemoración de una batalla o la llegada de un nuevo Emperador. Tanta ligereza había en organizar eventos festivos, que se llegó a 182 días de fiesta, es decir uno de cada dos días el Dios Baco era convocado. Este tren relajado de vida tenía dos objetivos: Asegurar la calma y mansedumbre de la población restringiendo los poderes de la misma, y por otro lado dar al organizador una reputación de generosidad y así ganarse la buena voluntad del pueblo.

Grandes Imperios y sus grandes caídas: Estos vicios de la población y sus gobernantes habrán contribuido sin dudas en gran medida a la caída de Roma o el Imperio Romano de Occidente, como gustan de llamarla los historiadores, que tuvo 3 fechas decisivas: La batalla de Andrinopla (agosto de 378), la invasión y saqueo de Roma por los galos en 390 (cosa que nunca había ocurrido y en la que los franchutes originales se sacaron toda la rabia por el latrocinio y humillación sufridos por años) y por último el derrocamiento del último Emperador de Roma en el 476.

La historia nos enseña e instruye, a condición de prestarle atención, lo cual no pareciera ser nuestro caso. Podemos ver con sorpresa –aunque ya ni tanta- a altos exponentes de nuestro Gobierno, haciendo abiertamente campaña proselitista ¡estando en funciones! Pero la crítica a esto ocupa menos lugar en la prensa radial y escrita que las chances inexistentes de Paraguay para clasificar al próximo Mundial. También vemos a un Gobernador muy mediático peleando panza arriba contra centenas de denuncias debidamente documentadas contra su administración, o nos enteramos que una nueva persona ha sido secuestrada en el Departamento de San Pedro, esta vez por un grupo con una denominación nueva, pero con el mismo modus operandi que los anteriores. Y este tipo de noticias, decantadas en forma intencionada, crean opinión, en un público ya acostumbrado o resignado que se alimenta de ellas y las hace “su” tema de conversación.

Pero no todo son malas noticias, también tenemos a unos chicos que recibieron premios en una Universidad en Londres, mientras un par de matungos que juegan volley de playa en el Sudamericano literalmente les hunden a los rivales en la arena.

Pero estas no son las principales noticias que acaparan los medios, o las redes sociales, que en los últimos años han ganado tanta notoriedad que la gente se base en lo que lee, ve o escucha en ellas, sin la ventaja de la profundidad de la noticia escrita –y recopilada- en forma de artículo periodístico. Y mientras hechos como los arriba citados aquejan a nuestra sociedad, o la enriquecen como el caso de los logros de los jóvenes, la mayoría parecería estar más interesada en discutir acerca de si el empate fue válido o no, si el defensor llegó a tocar la pelota con la mano en el área chica o si la modelo en ascenso está de amores con tal o cual jugador de fútbol.

Un grupo familiar que se dedica a la política, cuya principal cualidad es estar en una suerte de amor interesado con el Gobierno de turno, acaba de meter un proyecto de ley que, de aceptarse, mandaría al tacho a funcionarios de carrera en Relaciones Exteriores, para dar esos cupos a políticos sin preparación, como aquél que representa –entre otros- a Paraguay en el Mercosur, que tras su elección, recién llegado del Departamento de San Pedro, demostró ante los periodistas una absoluta ignorancia en relación al cargo para el cual había sido electo. Paraguay y los desgraciados cupos políticos. Y a nadie le molesta, de tanto que normalizamos lo que no es normal, como cuando al dueño de casa ya ni le molesta su vereda sucia.

Nos guste o no, nos asemejamos a los romanos, pero no por los acueductos y el derecho, ni mucho menos las artes, sino porque somos una sociedad inmersa en una conformidad letárgica, conseguida a base de palos estronistas, cervecitas partidarias y asados del equipo de fútbol, acomodados en un lugar en el que nos colocaron por un lado los gobernantes y por otro nosotros mismos, en una especie de esclavitud mental en la que no se sabe en qué momento los cepos se abrieron pero donde los presos siguen quietos por el temor a caminar por sus propios pies.

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