Los políticos en su gran mayoría, incluso muchos que habían resistido con vigor a la autocracia, traicionaron luego ideales, pisotearon principios, defraudaron confianzas y se lanzaron a la desquiciada carrera de los cargos, el poder, la codicia inagotable, el egoísmo irrefrenable. En ese afán no les importó traspasar las barreras de la licitud, de la honestidad, de la ética.
Así, pervirtieron aún más la política, que pasó de actividad cívica a ser refugio de maleantes. Y para que el refugio fuera más eficaz y seguro, convirtieron a la justicia y a otras instituciones que debían velar por la convivencia y proteger a la ciudadanía, en brazos de la política viciada.
Pero los políticos no estuvieron solos en esta cruzada. Fueron alegremente acompañados por conspicuos miembros del llamado “sector privado”, que acudieron gustosos al festín de licitaciones, construcciones, aprovisionamientos, servicios y suministros logísticos varios para el Estado. Fue un connubio incestuoso, porque ambos sectores eran hermanos en el afán de asaltar las arcas estatales evadiendo controles y burlando a la ley.
Para el cumplimiento de sus apetencias, los políticos convirtieron a la ley en, como diría mi compadre Eliodoro, el “Talón de Aquino” de la República.
Cuando la dualidad corrupción-impunidad logró la cumbre de su garantía para los corruptos, la política prescindió de numerosos políticos e incorporó a sus filas a las estrellas emergentes de la delincuencia: los narcos, cuya comunidad incluye a los lavadores de activos y efectivos, sus deudos de sangre, literalmente. Nuestro Congreso, especialmente Diputados, tiene su buen lote de ellos secundados por sus compinches que les votan a favor, salvo flagrancias demasiado indisimulables, como el caso del místico señor Ozorio, quien lavaba dinero en San Cristóbal y se desmayaba en la iglesia del Avivamiento. Hoy hace penitencia en la cárcel, como una excepción que confirma la regla de los impunes en la dimensión vernácula del narco. Otros siguen libres.
Y si siguen libres es porque la ley, léase Ministerio Público, no les presiona demasiado. Nuestra ínclita Fiscalía funciona cuando viene una imposición de afuera, cuando la DEA se harta de nuestros narcos y lavadores. En el Paraguay, el Ministerio Público es apenas la sucursal de un movimiento interno de la ANR, que quiere ser atrapado por otro movimiento interno de la ANR. Es una franquicia de la prepotencia política, cuya misión fundamental es brindar protección a los sinvergüenzas devenidos en políticos y a los políticos devenidos en sinvergüenzas.
La política es la actividad más lucrativa. Más que antes de 1989. Sirve para robar y evitar legalmente a la ley. Sí, ya sé: hay excepciones.