La etimología nos dice que esta palabreja proviene del griego kákistos, superlativo de kakos (malo, vil, incapaz, innoble), y de krátos: fuerza o poder.
También nos informan que el Diccionario de Sociología de Frederick M. Lumley (1944) indica: “Gobierno de los peores; estado de degeneración de las relaciones humanas en que la organización gubernativa está controlada y dirigida por gobernantes que ofrecen toda la gama, desde ignorantes y matones electoreros hasta bandas y camarillas sagaces, pero sin escrúpulos”.
Esta definición debería figurar en la enciclopedia política del Paraguay, país que supo tener, a lo largo de su azorada historia, gobiernos kakistocráticos de todos los pelajes. Tantos kakistócratas han ocupado (o usurpado) investiduras gubernamentales. Y en esto no entran solo los presidentes, legítimos o no, de la República. Tomemos en cuenta que el gobierno está conformado por tres poderes. No miremos únicamente al Ejecutivo, que tiene siempre la puntual complicidad de legisladores y de factores del Poder Judicial para kakistocratizar el poder.
Lumley esboza un estado de “degeneración de las relaciones humanas” como producto de este tipo de gobierno de los peores. Y los paraguayos conocemos de las recurrentes divisiones y polarizaciones que han degenerado en dolorosos extremos de violencia, causantes de destrucción y de mayor pobreza en la población.
Tantas veces, en el Paraguay, lo que debería de haber sido una disputa electoral civilizada se convirtió en una contienda bélica fratricida. O en la división radical entre bandos cuya retórica se ha nutrido de insultos, diatribas y descalificaciones.
En su definición de kakistocracia, Lumley alude también a la organización gubernativa controlada por “ignorantes y matones electorales”. Vaya si sabremos de esto los paraguayos, sofocados de vergüenza ajena cuando oímos expresarse a nuestras “autoridades” con una inmejorable ignorancia, como diría Borges. O cuando las vemos en pleno ejercicio de compra de la “voluntad popular” por los tristes denarios que nos condenan a más miseria.
Demagogos, autoritarios, corruptos, inútiles han tenido mando en nuestro país. Algunos, incluso legítimamente. ¿Por qué la gente elige a los peores? Es un problema de idiotización del electorado por la degradación en la educación cívica y también fruto de la mercantilización de los partidos cuya oferta electoral se llena de kakos que pagan campañas o que cobran por votos.
En diciembre se decidirá la oferta electoral para el 2023. Una batalla crucial se librará en torno al Congreso. La ciudadanía debe limpiar los escombros allí reinantes para instalar calidad. Ya vimos que quienes propugnan “vamos a estar mejor” son los que más “peores” (kákistos) ofrecen.
Pero paremos de sufrir. Ya no cabe ningún trato apu’a con la mafia. Basta de kakistocracia.