Por un lado, en la capital de Qatar, tuvo lugar la final del Campeonato Mundial de Fútbol. Al margen de todo lo que pueda decirse en relación a la designación de ese país como sede, los qataríes hicieron el lobby y pusieron lo que había que poner para brillar en el centro de la atención del mundo como anfitriones, y lo lograron. Para el efecto -entre muchas otras cosas- se dejaron asesorar por expertos internacionales y realizaron millonarias inversiones en infraestructura, para albergar a los miles de turistas que visitaron el pequeño –pero poderosísimo- Estado árabe ubicado en el oeste asiático.
Más o menos al otro lado del mundo, en el corazón mismo de Sudamérica, en Paraguay ese mismo día tuvieron lugar las elecciones internas a nivel nacional, a partir de las cuales se deben empezar a definir las chapas presidenciales que competirán entre sí desde el lado del oficialismo como también de la malograda y dividida oposición. No se hicieron grandes inversiones, aunque sí gastos, entre los que destaca la pérdida millonaria ocasionada por el incendio que destruyó cientos de máquinas electrónicas de votación, de las que nunca se aclaró si estaban o no aseguradas, quedando la duda al respecto porque el local donde estaban depositadas no superaba el análisis de una empresa aseguradora seria.
El domingo pasado, el mundo entero estuvo en suspenso durante los minutos reglamentarios que duró la final, alargue posterior y tanda de penales que se sucedieron en una competencia de titanes, en la que ambos contendientes tuvieron en por la menos una ocasión la victoria casi asegurada para volver a perderla, y en la que finalmente los crueles once metros determinaron y consagraron al más que justo ganador. Alrededor de todo el globo, millones de personas gritaron, lloraron y se emocionaron, disfrutando de un evento que generó –en todas las formas imaginables posibles- ingresos multimillonarios que se distribuirán entre infinidad de actores.
En nuestro país, las elecciones intestinas no generaron gran interés, salvo a lo interno –y sólo en parte-, habiéndose alcanzado al término de la jornada electoral aproximadamente un 50% de votación efectiva entre los inscriptos empadronados; nobleza obliga destacar como algo positivo el buen comportamiento de la gente, sí se registraron algunos mínimos incidentes, que en nada afectan los resultados. No hubo sobresaltos y el cuadro final no sorprendió demasiado a nadie, las tendencias y encuestas realizadas antes del día D se reflejaron en los resultados parciales desde el inicio de los escrutinios, y terminaron de la misma forma.
El Mundial de Fútbol se llevó a cabo en un destino lejano, no demasiado conocido y, definitivamente, más oneroso de lo que fueron otras sedes. No obstante, la gente que tuvo el privilegio de acudir, algunos claramente sin apremios económicos y otros que se endeudaron y van a acordarse de eso los próximos 24 meses o más, todos ellos tienen el factor común de haberse entusiasmado ante los fabulosos estadios climatizados, tiendas de comercio y bulevares iluminados, cuyas imágenes compartían frenéticamente en sus redes, y cuando el equipo de su país jugaba en esos magníficos escenarios, los ánimos sencillamente explotaban. Y ni hablemos del estadio “desmontable” que quieren donar y seguramente estará en la mira y deseos de muchos interesados.
En Paraguay votamos mayormente en instituciones de enseñanza, públicas y privadas. En las últimas, no es necesario aclarar que se percibe la eficiencia en la administración, al margen de la mayor envergadura o instalaciones más equipadas o no, todo está impecable y operativo, y con mínimos arreglos albergarán a sus alumnos el año entrante. Votar en una escuela pública sí es deprimente (imaginémonos por un momento lo que pasan los alumnos), desde las veredas rotas hasta las paredes descascaradas, pasando por baños que dan vergüenza, techos rotos y los patios abandonados, todo esto dejando una sensación de desidia y dejadez.
Se considerará a la final del domingo pasado como una de las más fantásticas, peleadas, justas e infartantes de la historia, en la que los Directores Técnicos, teniendo cada uno figuras descollantes para meter a la cancha, hicieron cambios a riesgo de equivocarse o tener éxito, pero en la que los jugadores de ambos equipos acataron en todo momento las reglas de juego, respetaron a su rival sin menoscabarlo antes ni durante el partido, tuvieron disciplina y desarrollaron la estrategia en equipo poniendo foco en lo que era importante: Ganar y llevarse la copa a casa.
Las elecciones internas paraguayas se desarrollaron luego de un largo y desgastante proceso preelectoral –que por cierto aún no acaba- en el que la mayoría de los candidatos y sus adherentes se permitieron decir de todo de los rivales de turno. Teniendo excelentes candidatos para ocupar los cargos más importantes, los Directores Técnicos siguieron apostando por los jugadores de su preferencia personal, entre los que se llevan los lauros –entender el sarcasmo- aquellos autoproclamados “candidatos” que no se cansan de perder y hacer perder al país y a sus correligionarios, ensoberbecidos como Napoleón coronándose a sí mismos como Emperadores de su facción política.
Jugando en una cancha embarrada y haciendo uso y abuso de recursos tan viejos como ruines, el aparato político criollo sigue arrasando con las voluntades de personas dispuestas a ovacionar a muerte y festejar los chistes de mal gusto de “su cavajú”, o enfrentarse a trompadas con un vecino de toda la vida que vota diferente, pero a quienes no ofende que no haya medicamentos en el IPS y un pariente fallezca a causa de eso. No todos los partidos son iguales, y tanto en lo que hace al Mundial como también a las competencias democráticas, no nos debe extrañar demasiado que no clasifiquemos hace muchos años.