Justicia para Fernando

Fernando Báez Sosa, un chico de la edad de mi hermana, del hijo de Nadia, del sobrino de Carlos. No hace falta buscar demasiado, todos tenemos en nuestro entorno a alguien que nos hace empatizar con Graciela y Silvino, a quienes el 18 de enero de 2020 “el mundo se les vino abajo” frente a una discoteca en Villa Gesell: un grupo de rugbiers mató a golpes a su hijo.

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Los muchachos que mataron a Fernando lo insultaron con expresiones racistas, lo amenazaron e intimidaron. Lo emboscaron y pegaron entre cinco. Filmaron la golpiza, festejaron haberle “roto la jeta” y luego huyeron cobardemente. Fueron a su casa, se limpiaron las manchas de sangre, se sacaron una selfie, comieron hamburguesas y contaron su “hazaña” en chats. “Ganamos contra unos chetos, los rompimos.”

Los detalles del ataque son escalofriantes y las conversaciones posteriores entre los responsables dan a pensar que actuaron con absoluta frialdad, incluso con un gusto perverso por la violencia y la muerte. “Caducó.”

El cruel asesinato del joven conmovió a Argentina y también a nuestro país, porque sus padres son paraguayos, de los tantos compatriotas que migraron al país vecino en busca de oportunidades. Pero todos sus sueños se truncaron en menos de un minuto, a la entrada de un boliche al que su hijo fue a divertirse con sus amigos. “Fueron 50 segundos de matanza.”

Fernando, tenía un gran entusiasmo por las causas sociales. Se anotó como donador de órganos, pero ni esta oportunidad le dieron sus asesinos, quienes destrozaron su cuerpo a patadas, dejando los órganos inservibles para un trasplante. “Al negro me lo llevo de trofeo.”

Causa mucha tristeza la forma en que los rugbiers se expresan en sus chats. El contenido de estas conversaciones demuestran que ni siquiera le daban entidad de humano. Para ellos era “una pelea más” y un pibe cualquiera al que le partieron la cara. “Amigo, flasheamos. Creo que matamos a uno.”

Las declaraciones de Máximo Thomsen, señalado como el líder del grupo, tampoco hacen pensar en algo diferente. Reconoció que estaba “mamado” y que para él fueron segundos. “Para mí había sido una pelea, fue un abrir y cerrar de ojos.”

Thomsen pronunció una disculpa a medias, cuyas palabras se borraron al instante en que intentó minimizar la violencia con la que atacó a Fernando. “En ese momento no miré, no sé, miré para arriba.”

Y como sacado del capítulo de la serie de abogados más básica, la defensa, sin tener de dónde agarrarse, quizo instalar que el RCP que le practicaron fue lo que ocasionó su muerte.

No hace falta ser experto en medicina para entender que un traumatismo de cráneo no se da por compresiones torácicas y que un cuerpo destrozado es resultado de una golpiza llena de violencia y alevosía.

Fernando estudiaba Derecho, tenía novia y un grupo de amigos que lo recuerdan con mucho cariño, sumidos en la impotencia de su ausencia perpetua.

Graciela, contó qué sigue limpiando la habitación de Fernando y lavando su ropa, porque espera que algún día regrese. El corazón le puede y se entrega a este ritual de duelo tratando de evadir la realidad que no puede cambiar.

Silvino, dijo que no tiene nada que perdonar, porque a él le dejaron si nada, le arrebataron lo que más amaba en este mundo y nadie le va a devolver la vida a su hijo.

Silvino y Graciela no quieren venganza, buscan justicia y que la muerte de su hijo no quede impune. La condena a los rugbiers no devolverá a Fernando la vida, pero al menos puede evitar que una tragedia igual vuelva a enlutar a una familia.

carolina.sales@abc.com.py

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