Reconstruyamos nuestra dignidad

La imagen en la portada, trazos de la mano maestra del caricaturista del diario opositor, nos mostraba un humilde rancho campesino, bajo cuyo precario techo de paja una mujer pobremente vestida y rodeada de un tendal de niños medio famélicos, el más pequeño prendido al pecho materno, aguardaban expectantes la llegada del esposo y padre, a quien se podía observar en un extremo del cuadro volviendo del pueblo luego de la jornada de elecciones, los pies descalzos, la ropa raída pero el pañuelo de vivo color anudado al cuello, la infaltable botella de caña en la mano derecha y un puñado de billetes asomando del bolsillo del pantalón, dando hurras y exclamando exultante a los 4 vientos la victoria de su facción política con voces de: “¡Ja ganá jeŷ lo mitã!”.

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Imágenes como esa dolían y duelen, imposible poder terminar de entender cómo una nación de titanes, que resurgió de las cenizas después de combatir en desigualdad absoluta contra 3 países, puede tolerar tales atropellos cometidos por paraguayos contra paraguayos.

Aquella publicación semanal del Partido Revolucionario Febrerista, férreo opositor al régimen dictatorial, catalogado despectivamente como pasquín y que no contaba más que de un par de páginas e impresión bastante precaria, contenía verdades y observaciones del devenir político nacional, las condiciones de vida de los sectores más carenciados y la conducta de nuestro pueblo tan dolorosas como la picadura de su “mascota”, un avispón de color verde e imponente aguijón. Si bien era una publicación semi-censurada pero no prohibida, se pedía al revistero bajando la voz, y éste a su vez la entregaba bien plegada… no hace falta decir que se leía en el fondo del patio de la casa.

Imágenes de una realidad plasmadas en caricaturas como las de ese día eran comunes en ese medio, representando a Juan Pueblo recibiendo alguna dádiva miserable a cambio de la cual actuaba del modo que le indicaban para tal o cual menester, sintiéndose parte de una estructura en la que realmente no era más que un engranaje insignificante. Detrás de él, las consecuencias de acciones de ese tipo, multiplicadas cientos de miles de veces, afectaban la calidad de vida de las familias, tornándolas miserables como tan bien las retrataba el artista.

Existen teorías que afirman que no se puede perder la dignidad, pretendiendo que la misma es absoluta. Sus defensores esgrimen argumentos del tipo “aunque una persona pierda su libertad, no pierde la dignidad; aunque pierda la vida, no pierde la dignidad nunca”, alegando que no hay manera en que un ser humano pueda perder este valor tan profundamente ligado a tantos aspectos relacionados a sus valores más intrínsecos.

¿Cuánta dignidad tiene un funcionario público, inducido a elegir en las papeletas de voto al candidato que le señaló su Jefe? Por definición, la dignidad es la “cualidad del que se hace valer como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia sí mismo y hacia los demás y no permite que lo humillen ni lo degraden; logrando de esta forma hacerse merecedor del respeto de los demás y, lo que es más importante, de sí mismo”.

No se asocia a la falta de dignidad -sino de honestidad- a los entuertos en los que empresarios privados, en connivencia con autoridades de entes públicos fraguaron durante la pandemia despachos de aduana y facturas de insumos y medicamentos que jamás llegaron a destino en la calidad y cantidad efectivamente abonadas.

Seguramente en algún momento de sus vidas les pesarán las muertes que ocasionaron, pero ¿cuánta dignidad tienen los cientos de miles de funcionarios dependientes de estas autoridades que ahora volverán a votarles para mantener sus puestos? Una persona pierde su dignidad si se deja utilizar por otros, y es instrumentalizada y menospreciada por los demás. La dignidad también se pierde al cometer actos indignos, viles y crueles.

Los paraguayos debemos volver a recuperar la dignidad, poniendo fin a tantos años en que se fomentaron la normalización y el envilecimiento progresivo del comportamiento ciudadano. Esto nos afecta a todos, y a todos debe comprometernos: Ciudadanos en nuestra condición de tales, funcionarios públicos, uniformados, personal de blanco, a todos sin excepción. Que el término “así es el paraguayito” para justificar algo mal hecho, el tramperío o la capacidad de torcer algo que está perfectamente establecido, se borren para siempre de nuestro léxico. ¡No hay un solo país del mundo en que se refieran de ese modo a sus conciudadanos, es demasiado ofensivo!

Debemos desterrar los sentimientos que genera la pérdida de la dignidad, que se traduce en la ansiedad, la tristeza, desasosiego y baja estima, o “el infortunio enamorado del Paraguay” al decir de don Augusto. ¿Les suena que al jugar una eliminatoria con ciertos países ya nos sentimos perdedores antes de entrar a la cancha? ¿O que al negociar el anexo de un tratado internacional acordado en igualdad de condiciones cedemos ante la contraparte? Este es el motivo por el cual, principalmente en el interior del país, se toleraron y siguen tolerando tantos abusos por parte de extranjeros, ante los cuales el paraguayo agacha la cabeza cuasi naturalmente, por el hecho de sentirse inferior y carecer de autoestima.

Todos y cada uno, somos responsables de fortalecer la alicaída dignidad nacional, quizás no sea una tarea fácil, pero hay que empezar con pequeñas actitudes y acciones en nuestro día a día, a partir de los cuales se irá construyendo algo mucho más grande y poderoso. ¿Quijotesco?, sin duda alguna. ¿Imposible? ¡Para nada!

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