Si queremos crecer, necesitamos el espíritu de doña Amelia

En mi último viaje a Ciudad de México tuve la suerte de conocer el Mercado de Mixcoac, una verdadera fiesta para los sentidos, uno de los centros de comercio más queridos de la ciudad, con más de 72 años de historia, caracterizado durante mucho tiempo por una línea de techo de dientes de sierra. A ojo de buen cubero, pude calcular que ese lugar estaba conformado por, al menos, 300 puestos, entre ellos, la famosa taquería de los Hermanos Luna, que, para poder degustar su oferta gastronómica, toca hacer fila independientemente de la hora del día.

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En uno de estos locales, que promocionaba cocteles de frutas, me detuve, sorprendido por el personaje que estaba el pie del negocio. Era un domingo caluroso del mes de julio, a eso de las 14:30 de la tarde, cuando topé con una señora de 82 años de nombre Amelia. Mientras me preparaba la orden que le solicité, entablamos una telegráfica conversación que me permitió recopilar algunos datos básicos: 62 años trabajando en el mercado, viuda desde la pandemia, madre de siete hijos, afortunadamente todos bien de salud y con trabajo.

Antes de abandonar el lugar, con intención de desplazarme a Coyoacán, mientras estaba esperando el cambio, los vueltos, pregunté a doña Amelia por qué estaba sola trabajando un domingo. Realmente, sentí pena de ver a una mujer tan mayor estar bregando un domingo, en lugar de estar en su casa, disfrutando de un merecido descanso en familia. Su respuesta me recordó una verdad ancestral y bíblica: “Este puesto, este lugar, es para mi sagrado, un regalo de Dios. Entre semana se ocupa uno de mis hijos y en el fin de semana lo cuido yo. Gracias a este trabajo mi marido y yo hemos sacado adelante una familia. Y hay una regla que siempre se cumple aquí: Mientras más trabajo, más suerte tengo”.

Si Europa, especialmente los países que van a la zaga de la recuperación económica desde la pandemia, tuviera el espíritu de trabajo de doña Amelia, otro gallo cantería. El caso de España es especialmente dramático puesto que los españoles son los ciudadanos de Europa que más se han empobrecido en los últimos cinco años, es decir, desde que el país es gobernado por el socialista Pedro Sánchez.

Un dato escalofriante: según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en los primeros meses del 2023 se registraron 150.000 vacantes, casi el 90% de ellas en el sector servicios. Esto significa que hay españoles que prefieren no trabajar porque la oferta laboral no es lo suficientemente motivante. Ante este hecho, Antonio Garamendi, presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), alzó la voz: “No puede ser que haya empleos razonables, con convenio sindical, de empresas serias, donde la gente no se apunte, habiendo más de 3 millones de parados”.

En todos los foros donde he participado explico que esta situación es consecuencia natural del Estado de Bienestar. Cuando el bienestar es el valor supremo de un sistema, y los gobiernos democráticos populistas convierten este principio en un derecho individual desconectado del mérito, el efecto inherente es el descenso brutal de la natalidad y del interés por cualquier forma de vida que implique sacrificio, como es el trabajo. Doña Amelia lo sabe. Y lo saben todas las almas libres que miran a la verdad de frente y sin miedo. En cambio, los padres del Estado de Bienestar y sus hijos, por lo general, huyen de toda verdad incómoda y recurren al embuste, al autoengaño y al pensamiento mágico para defender un modelo económico y social falaz, fraudulento e insostenible. ¿Cómo explicar, si no, que los gastos sociales aumenten exponencialmente a la vez que disminuye la fuerza laboral y la productividad? Incomprensible. ¿Cómo es posible? Convirtiendo al Estado en un agente esencialmente recaudador y expoliador de la riqueza generada por la parte trabajadora de la sociedad.

Si los 3 millones de españoles que están desempleados tuvieran la mitad de la mitad del espíritu de trabajo de Doña Amelia, España sería, por lo menos, la octava potencia económica del mundo, como llegó a ser en 1975; pero con los hijos del Estado de Bienestar, ha descendido al puesto 16 y va en caída libre, a punto de ser superado por otros países de Europa y de América. Porque el socialismo, incluso el light de ciertas socialdemocracias, no perdona: sin espíritu de trabajo, la pobreza está garantizada.

Aprendamos la lección: Mientras más trabajo, más suerte tengo. ¡Gracias, doña Amelia!

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