Su Excelencia, yo quiero ser un ministro

Excelentísimo señor: me dirijo a usted para comunicarle que yo quiero ser ministro. Ni se le ocurra ofrecerme otro cargo, por más plata que pueda ganar ahí. El dinero no me interesa. Se lo digo en serio. Solo quiero servir a la Patria. Y no le crea a Beto Ovelar que dijo vez pasada que “en el Paraguay, en seis meses un ministro ya se convierte en potentado económico”. Él tiene otros tratos.

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Este mensaje se lo envié días pasados al presidente Santiago Peña urgiéndole mi nombramiento, pero, más que eso, quise adherirme explícitamente a la postura del amigo Martín Arévalo que, según mi parecer, recibió un trato humillante de parte del jefe de Estado.

Cómo se atreve a nombrarle consejero de Yacyretá, con ese irrisorio salario de 85 millones de guaraníes. Fue una ofensa, una ignominia para este adalid de nuestra patria, este ser que ha dejado todo (hasta su original pobreza) para ponerse al servicio del noble y valiente pueblo paraguayo que supo retribuirle su esfuerzo convirtiéndolo en genuino millonario. Pero cada millón el ínclito señor Arévalo se lo ganó cabalmente honrando sus cargos públicos.

Él quería ser ministro. Tenía derecho a ello. Cumple los rigurosos requisitos políticos y partidarios, pues como dijo don Eligio Ayala en su libro Migraciones: “…para ser legislador o ministro en el Paraguay, el talento y los conocimientos son superfluos”. Cuántos ministros ajuragalleta hay y al bueno de Martín le niegan la oportunidad de, por lo menos, demostrar fehacientemente que no tiene talento ni conocimiento para el cargo. Pero ni ahí.

Me conmovió la declaración del patriota Arévalo: “Yo estaba preparado para ser ministro de Trabajo (…). El salario es menor al de consejero, pero como te digo a mí no me interesa el dinero, nunca me movió en ese sentido”.

Contó que tiene 30 años trabajando en política y que lo que menos le interesa es la paga. Le gusta servir y trabajar por el país. ¡Qué hombre! Leo esto y me brotan lágrimas de los ojos (¡y de dónde querés que te broten las lágrimas!, me diría el correligionario aurinegro Humberto Rubin). Pero el presidente se mantuvo impertérrito: “Si no le gusta, hay otros para el cargo”. Qué falta de empatía, maese Santiago.

Martín solo quería ser ministro para servir, no por plata. Aunque el malhablado de Beto Ovelar declaró en el digital de Última Hora, el pasado 17, que: “En Paraguay, en seis meses un ministro ya se convierte en potentado económico, en un año ya son todos ricos…”. Vamos, Beto; con usted no se puede llegar a ningún trato de esta manera. No escupa en el asado ajeno. Por favor.

Me solidarizo con Martín. Como él, exijo un ministerio, aunque no tenga talento ni conocimiento. Pero, pensándolo bien, recordando lo que declaró Ovelar, y como dijo aquel banquero, a mí sí “su dinero me interesa”.

Y sepa usted, su excelencia, que mi pedido lo elevé con copia al Quincho.

nerifarina@gmail.com

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