Nuestra casa común

Como nunca la humanidad -o buena parte de ella al menos- está persuadida de que nuestro planeta tierra, nuestra casa común, se encuentra al borde del abismo en términos ambientales. Y, como el chiste de un inefable personaje, nos emperramos en dar el “paso adelante” para desbarrancarnos sin remedio.

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El mal uso de los recursos naturales, la paulatina pérdida de biodiversidad consecuencia directa de la deforestación, la contaminación del suelo, el aire y las aguas superficiales y subterráneas como consecuencia del empleo de agroquímicos, la expansión de “enfermedades sociales” como el dengue y otros, consecuencia de la deforestación y la desaparición de sus predadores naturales, nos mantiene en jaque.

Según datos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), (https://www.iucnredlist.org/), entidad creada en 1964, existe una “lista roja” de 157.000 especies de animales, de las cuales más de 44.000 están en peligro de extinción. Esto es, están camino a desaparecer definitivamente de la faz de la tierra.

Es aterrador pensar que los seres más “inteligentes” del reino animal estamos destruyendo nuestro propio hábitat.

La reflexión viene a cuento porque esta semana culminó un diplomado sobre legislación y gestión ambiental, organizado por la Conaderna y la Academia Legislativa del Congreso Nacional, y del cual participó un gran número de personas de distintos puntos del país y diversos ámbitos de la actividad privada y pública. Resulta auspicioso saber del interés ciudadano por conocer sobre legislación ambiental, y qué hacer para mejorar nuestra gestión en términos de cuidado del ambiente.

Conviene señalar que nuestro país dispone de un importante arsenal de herramientas jurídicas para la protección del ambiente. Empero, no siempre estas herramientas son todo lo eficaces que desearíamos.

Una de las causas razones es la falta de voluntad política, traducida en la escasa asignación de recursos para las instituciones que tienen autoridad de aplicación en la materia.

En Itapúa, la reserva del San Rafael es el ejemplo más que elocuente. El Estado paraguayo debería arbitrar los recursos para convertir esta reserva en un parque nacional, con todo lo que ello implica en materia de protección estatal. Cientos de especies de aves que habitan este bosque, su rica flora, así lo exigen, antes de terminar desapareciendo definitivamente.

jaroa@abc.com.py

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