La salud mental de las cuidadoras

Atender a un familiar enfermo es una labor honorable y reconfortante, pero también conlleva una carga emocional y mental que resulta absolutamente abrumadora. Esta carga inadvertida, muchas veces menospreciada, afecta a un gran número de personas que se convierten en cuidadores no remunerados de sus familiares o amigos que padecen enfermedades crónicas, discapacidades o dependencia. Y sí, en la mayoría de los casos, es una carga que recae en las mujeres.

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Antes de partir a un “nuevo plano existencial” mi abuelo, Antonio, estuvo internado un mes en el Hospital Central de IPS. Siempre supe que en los pasillos del hospital es donde conocés realmente a tus amigos y a las personas con las que podés contar. Pero esta vez, la angustiosa sala de espera me dejó otras lecciones y una reflexión profunda.

En el pabellón en el que estaba papá habían alrededor de 30 enfermos internados y todos estos estaban acompañados por algún familiar, generalmente, una mujer. Esto me dio prueba suficiente para afirmar que, en la mayoría de los casos, son mujeres las que se encargan del cuidado de los enfermos o de aquellos en dependencia.

Y no solo es que se encargan sino que se “espera” que las mujeres lo hagan, en un rol impuesto por la sociedad machista y la estructura familiar que deja en manos de las mujeres toda la carga.

En esta estructura son las mujeres quienes deben ocuparse de labores físicas, emocionales y administrativas. Deben coordinar consultas médicas, medicamentos, alimentación, aseo, y al mismo tiempo proporcionar apoyo emocional y compañía.

Esta constante responsabilidad genera un considerable desgaste tanto físico como psicológico. Aunque la carga mental es invisible, sus consecuencias son evidentes.

Sentimientos de culpabilidad, ansiedad, tristeza, irritabilidad y soledad son habituales entre las cuidadoras. La falta de tiempo para sí mismas, el aislamiento social y la dificultad para equilibrar el cuidado con otras obligaciones como el trabajo o la familia, incrementan el estrés y deterioran su calidad de vida.

Es esencial reconocer la relevancia del bienestar psicológico de las cuidadoras. Se requieren medidas de respaldo para mitigar la carga y prevenir el síndrome del “cuidador quemado”. Programas de relevo, grupos de apoyo, formación en cuidados y acceso a servicios de salud mental son cruciales para su bienestar.

Además, recordemos que la responsabilidad no solo atañe a las familias. El Estado debe ofrecer respaldo social y económico a las cuidadoras, y fomentar la creación de una cultura que aprecie y valore su labor. La corresponsabilidad social es fundamental para aliviar la carga emocional de aquellas que dedican su tiempo y atención a cuidar de los más vulnerables.

Cuidar a los cuidadoras es un requisito moral y social. Solo así podremos edificar una sociedad más equitativa y solidaria, donde la responsabilidad del cuidado no repose únicamente en unos pocos individuos, sino que sea compartida por toda la comunidad.

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