Debemos esclarecer las dudas

Tener dudas es un sentimiento frecuente en nuestra vida, pues dudamos si el remedio hará efecto, si conseguiremos el nuevo empleo, si el marido es fiel, si el hijo estuvo realmente estudiando anoche, etc.

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En el ámbito de la fe las dudas se multiplican, pues recelamos que Dios no nos escucha, aunque le pedimos tantas veces, no sabemos bien cuál misión el Señor nos confía en esta tierra, o cómo hacer con que Él toque el corazón de aquella persona, etc.

La lista sigue, pues dudamos si el gobierno va a cumplir sus promesas, si es verdad que van a punir los corruptos, y otras.

En el Evangelio Jesús hace una pregunta a sus apóstoles: “¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos... soy yo mismo”. Ellos dudaban de la resurrección de Cristo y... de repente, nosotros también dudamos...

En efecto, no es muy fácil entender y aceptar el hecho más trascendental de toda la historia humana, y del universo: alguien que haya vencido a la muerte y “creado” una vida nueva y eterna, diferente de todo cuanto puede imaginar la mente humana.

La resurrección fue siendo anunciada despacio por el Antiguo Testamento, a través de ciertas figuras, como la revitalización de los huesos en Ezequiel 37, la fe de los Macabeos (2 Mac 12), y otros.

Asimismo, en el hondo del corazón humano hay una voz que no acepta la muerte definitiva de nuestro espíritu, hay algo que afirma que después de esta vida, hay otra mucho más hermosa.

¡Jesús Resucitó! Y lo estamos seguros por la veracidad de los testigos, como los discípulos de Emaús; la aparición de hoy, cuando Él invita a que toquen sus manos y sus pies, que tenían las señales de la crucifixión, y hasta llega al colmo de comer un trozo de pescado asado, para que ellos creyeran.

Las apariciones de Jesús resucitado a tantas personas constituyen la prueba más fehaciente de su Resurrección, acompañada de la seriedad de estos testimonios.

Es más, dentro del corazón de cada uno, el Espíritu Santo trabaja, y nos mueve a creer en Cristo resucitado, pues es justamente eso que da sentido a un montón de cosas en la vida que, de otra manera, serían absurdas y nos mantendrían en incertidumbres insoportables.

Para que no estemos siempre vacilando, hemos de mostrar un poco más de sana disciplina, tener el coraje de unir la fe con obras de justicia, y permitir que el Señor abra nuestra inteligencia para comprender la Sagrada Escritura.

Paz y bien

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