Los traumas de los héroes

Un hombre fue designado para llevar un mensaje de ayuda al mundo: “salvar a los judíos que estaban siendo aniquilados en Europa por el simple hecho de ser judíos”, un delito que no prescribe.

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Jan Karski, un hombre polaco no judío, miembro de la resistencia polaca desde el inicio de la invasión asume una importante misión tras contactarse con dos jefes de la resistencia judía, un representante de la Organización Sionista y otro del Bund - Unión General de Trabajadores Judíos. Ambos lograron superar sus diferencias político-ideológicas ante la urgencia de la lucha por la supervivencia. Le piden a Karski que advierta al mundo que los nazis están exterminando cobardemente a los judíos.

Para ser más convincente en su misión, más que transmitir un mensaje, Karski conocerá de cerca la realidad que le narran. Cuando ya se pensaba en organizar lo que se convirtió, a partir del 19 de abril de 1943, en el mayor levantamiento de resistencia judía contra los nazis, Karski visitó el gueto de Varsovia y fue testigo de una vida que nunca antes había conocido y que mal logra llamar vida. Además del gueto, también visita un campo de concentración y es testigo del método de exterminio de los judíos en Belzec. Frente al horror que vieron sus ojos no logra recuperarse.

Su cometido como espía y miembro de la resistencia polaca le presenta una nueva misión que, desesperados, le habían encomendado los dos líderes: advertir al mundo sobre la Shoah – palabra hebrea que significa catástrofe, hoy usada para designar el exterminio de judíos durante el nazismo. Lo intenta, habla con autoridades civiles y gubernamentales de Inglaterra y Estados Unidos. Pero no lo escuchan. Otro trauma que lo marcará para el resto de su vida, con tics, temblores y pesadillas.

Gracias a su determinación en la incansable lucha por los Derechos Humanos, Jan Karski fue honrado como Justo de las Naciones – título otorgado por Yad Vashem, el Museo del Holocausto en Jerusalén, a los no judíos que arriesgaron sus vidas en nombre de los perseguidos.

Hoy, el antisemitismo es un crimen. ¿Pero, a quién, aparte de los suyos, le importan los judíos? A lo largo de 12 años del régimen, los nazis lograron eliminar a más de la mitad de los judíos europeos. Si la Segunda Guerra Mundial no hubiera terminado en Europa en mayo de 1945, con la derrota de Alemania, el número de víctimas judías habría sido mayor. En el Holocausto, el número de víctimas judías supera exponencialmente el de otros grupos perseguidos por los nazis. Allí, los judíos eran el objetivo prioritario y se les infligió la mayor crueldad. Aún así, miles de víctimas de otros grupos considerados indeseables, incluidos opositores políticos, también pagaron con sus vidas.

La intolerancia alimenta un odio que no necesita mucha racionalidad para expresarse con toda la furia individual y colectiva. Vemos que las repeticiones de ideas y acciones prejuiciosas están presentes con el agravante de la banalización del Holocausto debido al odio manifiesto de los antisemitas y la falta de empatía de los observadores que prefieren mantener la neutralidad. La velocidad con la que se propaga el mal promueve una inseguridad generalizada. Ningún grupo puede por sí solo contener a las turbas que los atacan. Todos nos necesitamos en la acción urgente para elevar la convivencia entre los pueblos a una tratativa ética y con una mirada crítica a la historia de la humanidad.

En lugar del odio, propaguemos una postura humanista, que se preocupa por los límites del bien común y que se escandaliza cuando se los niegan. Así combatiremos la indiferencia y retrocederemos ante la barbarie que, una vez más, emerge en la sociedad mundial.

*Comisionada para la Memorial del Holocausto del Congreso Judío Latinoamericano; Directora Educativa del Memorial a las Víctimas del Holocausto-RJ y Miembro del Consejo Académico de StandWithUs-Brasil.

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