La moneda paraguaya va rumbo a perder su sitial

El pasado 5 de octubre, la moneda nacional, el guaraní, creada en 1943, cumplió 80 años, durante los cuales nunca ha sufrido un cambio de denominación ni recorte de ceros, lo que la convierte en una de las más estables, no solo de la región y de América Latina, sino del mundo. Este honroso sitial, sin embargo, está en claras vías de perderse, debido a la tendencia de sostenido y crónico déficit fiscal por exceso de gasto público, que se ha agravado aceleradamente en los últimos años. La manera de precautelar el valor del guaraní y el dinero de las familias paraguayas es reduciendo el gasto público corriente para restablecer un nivel aceptable de equilibrio. De lo contrario, a este ritmo, más temprano que tarde, la tan mentada estabilidad de la moneda paraguaya, más que un motivo de orgullo, será un motivo de nostalgia.

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El pasado 5 de octubre, la moneda nacional, el guaraní, creada en 1943 por decreto-ley 655 del entonces presidente Higinio Morínigo, cumplió 80 años, durante los cuales nunca ha sufrido un cambio de denominación ni recorte de ceros, lo que la convierte en una de las más estables, no solo de la región y de América Latina, sino del mundo. Este honroso sitial, sin embargo, está en claras vías de perderse, debido a la tendencia de sostenido y crónico déficit fiscal por exceso de gasto público, que se ha agravado aceleradamente en los últimos años como una bola de nieve.

Mientras nuestro diario publicaba una extensa crónica sobre este aniversario, el Banco Central del Paraguay informaba que la inflación en septiembre había vuelto a repuntar después de varios meses, con un incremento del 0,5% en relación con agosto. Si bien el acumulado del año es del 2,5% y el interanual, del 3,5%, lo cual se encuadra dentro de las metas y en una franja muy razonable después de las disparadas por encima de la barrera de los dos dígitos que tuvimos el año pasado, ello se ha conseguido a costa de altas tasas de interés para retiro de circulante, lo que ha repercutido en todo el resto de la economía. El hecho de que el repunte inflacionario de septiembre coincida con una apenas leve reducción de la tasa de política monetaria, del 8,25 al 8% (en 2021 era de 0,75%), sugiere que el fenómeno está lejos de estar controlado.

Ambas noticias tienen estrecha relación, porque inflación equivale a desvalorización de la moneda y porque la estabilidad histórica del guaraní se debe a una tradición de disciplina macroeconómica que, mal o bien, ha distinguido a la República. Paraguay ha atravesado períodos muy duros y volátiles, pero nunca en estos ocho decenios ha tenido que soportar una crisis hiperinflacionaria, que tan comunes han sido en países de la región y que tanto han castigado a sus habitantes.

Nuestro país todavía no corre ese riesgo de manera inminente, pero las tendencias son alarmantes. Justamente la historia de la región nos muestra que se comienza de a poco, gastando más allá de las posibilidades y de la capacidad real de recaudación, tolerando saldos rojos cada vez mayores, tapando los agujeros con niveles más y más crecientes de deuda pública, emitiendo moneda “inorgánicamente”, es decir, por encima de la estrictamente necesaria para posibilitar el intercambio de bienes y servicios efectivamente producidos por la economía nacional, hasta que, casi inadvertidamente, se llega a una situación no solamente insostenible, sino sumamente difícil de revertir.

Paraguay, que había logrado una posición envidiable, sacando provecho de los buenos precios de los commodities agrícolas en la década del 2000, hace rato que ha entrado en esa dinámica, desde la última parte del gobierno de Fernando Lugo, pasando por el breve período de Federico Franco, a lo largo de la administración de Horacio Cartes, cuando se empezó a hacer uso intensivo del ingreso del país al mercado internacional de capitales y el endeudamiento con bonos del Tesoro, y, especialmente, durante el mandato de Mario Abdo Benítez, ya desde antes de la pandemia, cuando se desbordaron el déficit fiscal, la deuda estatal y los agregados monetarios.

Consecuentemente, el guaraní ha ido perdiendo aceleradamente su valor adquisitivo. La presión inflacionaria comenzó a notarse a mediados de 2021 y desde entonces, ya con todos los esfuerzos que ha hecho el Banco Central (insistimos que a costa de altas tasas de interés), los precios han subido 17% en promedio, y ello ha sido peor en productos de primera necesidad, como alimentos y bebidas no alcohólicas, que han subido 25% en el mismo lapso. Para tener una idea de lo que esto representa, con cada 7% de inflación anual un trabajador pierde el equivalente de un aguinaldo completo.

La inflación es un impuesto oculto para financiar al Estado, con el agravante de que es extremadamente injusto, porque golpea más a los que menos tienen. Las personas más pudientes no consumen todos sus ingresos y tienen muchas maneras de proteger el remanente, ya sea con inversiones físicas o financieras o con monedas fuertes, por lo que la depreciación solo les afecta parcialmente. Los pobres y gran parte de las capas medias, en cambio, no tienen esa posibilidad porque consumen el 100% de lo que disponen, no les sobra un guaraní, por lo que la inflación impacta directamente en su calidad de vida.

La manera de precautelar el valor del guaraní y el dinero de las familias paraguayas es reduciendo el gasto público corriente para restablecer un nivel aceptable de equilibrio, por lo menos al tope de déficit del 1,5% del PIB establecido en la ley de responsabilidad fiscal, y utilizar una mayor porción del Presupuesto en inversiones con tasas de retorno que verdaderamente impulsen el crecimiento económico. De lo contrario, a este ritmo, más temprano que tarde, la tan mentada estabilidad de la moneda paraguaya, más que un motivo de orgullo, será un motivo de nostalgia.

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