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ARAUCA, Colombia (AFP). Sobre el limítrofe río Arauca, el vaivén de las canoas es incesante. El puente que une a estos dos vecinos está desierto desde febrero, cuando el régimen chavista cerró la frontera, y bloqueó el puente con grandes contenedores para evitar el paso de la ayuda humanitaria que se quiso hacer llegar al pueblo venezolano.
Las autoridades calculan que en el departamento colombiano de Arauca, fronterizo con Venezuela, el 16% de sus 93.000 habitantes son venezolanos.
En toda Colombia hay casi 1,2 millones de venezolanos refugiados.
Impotentes, los policías que lo custodian miran de lejos a cientos de personas que desembarcan a diario en las riberas lodosas.
Por décadas fueron los colombianos los que se resguardaron en Venezuela del conflicto armado. Pero, con el régimen chavista en el poder, son los venezolanos quienes van a Colombia, en busca de comida, medicamentos y otros productos que ya no hay en su país; y algunos de los que migran lo hacen con bebés en brazos o llevando ancianos en silla de ruedas.
Originaria de Barinas, unos 300 km al norte, María Martínez llegó hace tres meses a Arauca, cabecera del departamento homónimo y separada de Venezuela por 396 km de frontera fluvial.
El hambre vence al miedo
Arauca está bajo el yugo del Ejército de Liberación Nacional (ELN, comunista), con 2.300 miembros y que encuentra refugio en territorio venezolano, con el chavismo, su aliado político.
También hay miembros de las FARC que no se unieron al acuerdo de paz de 2016 y que disputan el control territorial con el ELN y otros narcotraficantes.
Para rematar, Arauca se convirtió en un “corredor de salida de la droga hacia el Caribe y por las Guayanas hacia Europa”, dice el gobernador Ricardo Alvarado.
El tráfico de cocaína “lo manejan, en una asociación gravísima, las FARC con algunos carteles, y tenemos evidencia de que el Cartel de Sinaloa de México ya hace presencia”, detalla.
Ignorando las amenazas, con tal de huir de su miseria, los venezolanos, no pocas veces, caen en las garras de estos grupos.