El carro ganador

De todas las discusiones que provocaron las encuestas de Capli –que no son de ABC– rescaté el tradicional dilema: ¿los electores se suben al carro ganador, o no?”. La creencia es que sí, el carro ganador arrastra a los indecisos, el problema que acarrea, sin embargo, esta manera de pensar es ¿cómo saber quién es el ganador a cuyo carro uno debe subir?

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Ahí radica una de las habilidades estratégicas de los responsables de las campañas electorales de candidatos que van “cabeza a cabeza” en la disputa por el cargo, es decir de campañas en las cuales sobresalen dos de los varios aspirantes que polarizan el mercado electoral, dividiendo la torta en dos grandes pedazos y dejan en la incertidumbre un tercer pedazo de indecisos, cuyo porcentaje puede llegar a inclinar la balanza a favor de uno.

Fidelizar los votos duros y tratar de convencer a los indecisos suele ser la tarea de los responsables de campaña cuando se polarizan las intenciones de votos, para lo cual se trabaja duro en el tema complicado de las percepciones y sus canalizaciones a través de los medios y de las redes sociales, por el poder de influencia que tienen ambos.

Sin embargo, en su libro “La política en el siglo XXI, arte, mito o ciencia” de Duran-Nieto se advierte que la creencia de que los electores suben al carro ganador ha pasado a la categoría de mito desde que la ciencia se encargó de demostrar la incapacidad de demostrar la certeza de tal afirmación, debido a sucesivos hechos investigados que demuestran lo contrario.

El libro cita los casos adversos de que los electores suben al carro ganador en las elecciones de Nicaragua de los sandinistas, el caso de Vargas Llosa en Perú, Álvaro Noboa en Ecuador, López Obrador en México, a los cuales agregamos Donald Trump de Estados Unidos, Brexit de Gran Bretaña, Caballero Vargas en 1993, Carlos Amarilla en Central en 2008, y varios otros.

Esto no significa dejar instalada la idea de que el carro ganador ya no atrae votos indecisos. Sigue haciéndolo, pero está demostrado que depende de muchísimas circunstancias para que el mito haga honor a su prestigio, como por ejemplo el hecho de que en Estados Unidos, por ejemplo, el público tiende a admirar a los triunfadores mientras que en América Latina despiertan más simpatía los perseguidos, las víctimas y los débiles.

El libro mencionado destaca que en Estados Unidos se aplaude cuando importantes empresarios optan por saltar a la política, mientras que en nuestro continente se ve eso como un delito, excepto que finjan muy bien su condición verdadera y aparente ser uno más de los resentidos sociales o disfrace su linaje y se comporten como líderes populistas capaces de destruir el sistema de opresión, con la garantía además de que “no necesita robar”.

Duran y Nieto advierten que sus experiencias de consultores electorales les indican que deben tener cuidado con trabajar la idea del carro ganador como estrategia. Es decir, que uno de los candidatos instale esa técnica con el fin de dejar al otro con la sensación de ser un perdedor antes del veredicto final.

Puede ocurrir, dicen los expertos que la gran cantidad de operadores voluntarios que se movilizan en torno a las campañas electorales decidan bajar la guardia ante la “evidencia” de un triunfo seguro.

También puede suceder que un porcentaje de los votos duros del “carro ganador” decida no tomarse la molestia de ir a votar dado que considera innecesario aportar su voto para algo ya asegurado de antemano.

En cambio, la situación adversa, real o ficticia del otro candidato, generalmente hace que el equipo electoral doble el esfuerzo para mejorar la situación. Es lo que dice la ciencia.

ebritez@abc.com.py

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