Inauguraciones presidenciales, las de antes

El traspaso de autoridad presidencial es una de las actividades más emblemáticas de la democracia. Señala el cierre de una administración y el inicio pacífico de otra. Todos deben honrar a la Constitución y estar presentes, aunque no haya mucho afecto entre mandatario entrante y saliente. Y es costumbre de alta política despedir con respeto a quien se retira, aunque haya agotado su capital político. Eso no se hace solo por buenos modales, sino en honor al pueblo votante que alguna vez lo eligió como líder.

El Palacio de Gobierno engalanado para alguna actividad oficial.
El Palacio de Gobierno engalanado para alguna actividad oficial.

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Una de las más llamativas del siglo XIX fue la asunción del general Juan Bautista Egusquiza el 25 de noviembre de 1894. Teóricamente del mismo partido del caballerismo reinante y militar como don Bernardino, Egusquiza significó la alternancia porque trajo un equipo civil y empresarial y llevó adelante un gobierno aperturista. Su fama provino de haber convertido la segura derrota oficialista del golpe liberal del 18 de octubre de 1891 en resonante victoria. Su gran competidor fue José Segundo Decoud, cuñado del presidente Juan G. González, quien tuvo que ser neutralizado por un golpe financiado por el Brasil, quien envió al senador Amaro Cavalcanti para hacer la tarea sucia por el temor de que Decoud fuese muy argentinista.

Ya en el siglo XX, nadie tuvo mejores auspicios al inicio que el general y doctor Benigno Ferreira, líder de la revolución de 1904 y egresado de la Universidad de Buenos Aires. Trajo consigo un equipo técnico para ayudarlo a combatir el atraso social. Hasta un libro le dio la bienvenida, del publicista argentino José Rodríguez Alcalá, denominado Paraguay en marcha que las malas lenguas anotaron había sido preparado para el contratista inicial de escritor, Juan Antonio Escurra.

El problema de Ferreira fue que trató de civilizar a la ciudadanía por la vía policial y generó mucha resistencia. Su adelantado social era el jefe de Policía, Elías García, y en su imposición de buenos modales a marcha forzada tuvo problemas. Prohibió escupir en la calle, algo poco práctico para una población que mascaba tabaco oscuro (naco) para disimular el hambre. También hizo ilegal el poncho, cuya doble función de abrigo de día y frazada de noche significaba ahorros. Al comisario Elías le pareció que el typoi revelaba mucha piel y exigió que se cubra. Posiblemente, la peor medida fue declarar una felonía el usar el sostén como billetera para las mujeres del mercado. El general y doctor mantuvo sus títulos, pero en el exilio. No duró dos aniversarios en la presidencia.

El 15 de agosto de 1924, unas fotografías muestran la cumbre del liberalismo político. Vestido de negro y camisa blanca como corresponde en una República, un adusto Eligio Ayala se dirige a la Catedral para el tedeum. Le siguen en orden de precedencia, el vicepresidente Manuel Burgos y los edecanes Luís Irrazabal y Arturo Bray. Vencedor de la revolución del 22/23, Eligio Ayala siempre tuvo la suerte a su lado. A dos meses de asumir la presidencia provisoria, el coronel Adolfo Chirife, líder rebelde, murió de pulmonía. Y mientras se preparaba para asumir el mando constitucional, llegó un imprevisto boom del algodón que, por primera vez, trajo prosperidad a los agricultores paraguayos, no solo a los exportadores.

Quien tuvo muy poca suerte política fue su sucesor, José Patricio Guggiari. Victorioso de las únicas elecciones libres y competitivas donde el coloradismo perdió, admitió la derrota y nunca más volvió a participar de actos electorales hasta tener candidatos únicos, dos décadas más tarde. A Guggiari, sin embargo, le esperaban dos enemigos internos formidables, Eduardo Schaerer, el eterno conspirador, y el primo presidencial, Modesto Guggiari. Juntos le prepararon un golpe de Estado antes del Tercer Día de mandato por medio de dos tenientes de aviación, Arnaldo Zayas y Emilio Nudelman mientras Schaerer gestionaba el apoyo de la Caballería. La Tribuna de Schaerer para el 20 de agosto lo trataba a Guggiari de “muñeco, un fantoche con resorte”. No hubo luna de miel presidencial.

Eusebio Ayala, en agosto de 1932, no tuvo mucho tiempo para actos protocolares, pues tenía una guerra que dirigir y una orden de su jefe de Estado Mayor de replegarse sobre el río Paraguay a esperar a los bolivianos. Más adelante, una guerra que ganar.

Ya en la era dictatorial, el pobre Natalicio González, que había buscado el poder con tanta dedicación, pasó más tiempo como presidente electo que como presidente real. Fue electo el 14 de febrero de 1948 e inaugurado solo el 15 de agosto y para el siguiente 30 de enero de 1949, había sido destituido por un golpe militar.

Stroessner y Perón

Otro hombre de suerte fue Alfredo Stroessner, quien en el día de la asunción al mando recibió la visita del líder más significativo de la región, Juan Domingo Perón, quien, no obstante, había programado su visita en honor al predecesor, Federico Chaves. Esa entrevista de los dos generales, “espadas flamígeras,” movió al emergente literato, Augusto Roa Bastos, a escribir un poema elogioso de ambos, A los próceres, ¡salud! Pocos mandatarios iniciaron su presidencia con tan buenos augurios. Hasta los artistas se apresuraban a componer canciones de loor al líder. La mejor de todas fue la de Samuel Aguayo, “valiente guerrero, de temple de acero”. Los malditos, que nunca faltan, rebautizaron el poema roabastiano como Stroessner y Perón, un solo pantalón.

Si bien general en actividad, el arranque presidencial de Andrés Rodríguez tuvo amplia repercusión mundial, porque presentaba un Paraguay desconocido, con líderes opositores en primera línea y con una representación parlamentaria inclusiva donde brillaron algunos de los grandes contrincantes de Stroessner, dentro y fuera del coloradismo.

Ya en el siglo XXI, la inauguración de mayor esplendor fue la de Nicanor Duarte Frutos donde el exquisito virtuoso Jorge Castro dio un concierto apoteósico y pareció que el nuevo himno paraguayo sería Tetä guá Sapucái. La fiesta con asistencia multitudinaria en el Yacht Club permitió a los paraguayos ver de cerca a Fidel Castro, el cuco de antaño. Los presidentes del Mercosur hicieron una cumbre protocolar. El presidente del Estado asociado boliviano, Gonzalo Sánchez de Lozada, pidió a su asesor económico, Jeffrey Sachs, de la Universidad de Columbia, dar una clase magistral sobre desarrollo. Y estando ya el economista en uso de la palabra fue bruscamente interrumpido por el uruguayo, Jorge Batlle, con un escasamente diplomático, “shut up”, para informarle que, en lugar de 30 minutos, solo tenía 20.

En el acto inaugural de Horacio Cartes se notó que de entre las celebridades brillaban más los dirigentes deportivos que los políticos porque quedaba algo del sabor amargo de la caprichosa suspensión paraguaya mercosuriana. La presencia de Dilma Rousseff y Cristina Kirchner no tuvo baño de pueblo y el uruguayo Mujica no brilló como en otros tiempos. Pero lo peor fue una gaffe administrativa. La gran recepción en el sitio de la Conmebol abrió sus puertas y admitió invitados cuando aún el desfile militar estaba teniendo lugar en el centro. La disponibilidad de canapés había menguado drásticamente a la hora en que los dignatarios se hicieron presentes.

De todos los episodios curiosos y novedosos, lo más memorable de todas las recepciones de visitantes extranjeros por cambio de mando presidencial ha venido siendo el clima soleado y resplendente de cada 15 de agosto, con más o menos frío, pero nunca gris o sin color.

rcaballeroa@gmail.com

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