Año Nuevo, cambio de era

El espíritu navideño suele ser un tanto permisivo, pues hace que algunas personas cometan excesos en sus dietas, en sus tragos y también en sus bolsillos. Cómo contrarrestar los excesos negativos e incrementar las actitudes positivas para tomar decisiones inteligentes, sin perder la alegría propia de esta época del año, parecería ser un desafío importante para numerosas familias.

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Es que cuando vivimos la bonanza es difícil pensar en las épocas de desventura. Es como hacer maletas para ir a un lugar con nieve cuando estamos en pleno verano, resulta muy difícil imaginar que necesitaremos botas y gruesos tapados. Sin embargo, tanto las personas como las empresas y los estados debemos realizar ese ejercicio y este es el momento de plantearnos las estrategias.

El ambiente

La alta predisposición al consumo que enmarca a estas fechas se inicia a principios de diciembre con las expectativas de ingresos superiores (aguinaldo, mayores ventas, aumento de comisiones), las que rápidamente se ven acompañadas por las numerosas reuniones de amigos, compañeros y familiares que, sumadas a los gastos propios del festejo de la Nochebuena y Año Nuevo, logran desestabilizar hasta los presupuestos más prudentes.

Las festividades de Navidad y Año Nuevo se llevan gran parte del presupuesto en compra de comidas, bebidas, ropa y zapatos, los regalos de Papa Noel, las fiestas en clubes sociales, los obsequios de los Reyes Magos y las vacaciones de verano, lo cual puede resultar el combo perfecto para comprometer no solo los ingresos extraordinarios de diciembre, sino incluso para dejar un cúmulo de cuotas a pagar durante el siguiente año.

En diciembre, los ánimos son festivos, pero en enero se percibe en la calle el taciturno humor de quienes quedan en las ciudades, como si no pudieran escapar de la pesadez del trabajo a desgano, empezando una cuesta arriba que muchas veces tiene su justificación en la condición financiera que le ha dejado el mes anterior, aunque quizás haya sido el de mejores ingresos.

Las tiendas que en diciembre no dan abasto incluso con horarios de atención extendidos, en enero se encuentran casi desiertas, con la esperanza de que clientes habituales precisen de sus productos para salvar los costos del mes.

Entonces, la situación no es muy distinta entre la sensatez que se sugiere a las personas en el uso de sus ingresos extraordinarios y la actitud de prudencia que precisan los comercios, pues el incremento de las ventas de diciembre es algo estacional y no corresponde a la facturación promedio mensual del resto del año. Entonces, prever que en enero bajarán las ventas, pero que de todos modos se necesitará dinero para cubrir los costos directos e indirectos, así como para comprar mercadería para renovación de stock (con sus nuevos precios) son decisiones importantes que debe tener en cuenta el propietario.

Ciertamente, las elecciones que diariamente tomamos las personas y las empresas deben contemplar el contexto macroeconómico (inflación proyectada, valoración del dólar, políticas tributarias y otros), pero no podemos olvidar que la eficiencia en la productividad de nuestros recursos está en el campo de nuestras posibilidades de acción.

Cambia, todo cambia

Más allá de lo que el calendario nos indica como un nuevo año, estamos viviendo el cambio de una era económica a nivel mundial, regional y local. Se ha terminado la época de abundancia debido a diversos factores, entre los que destaca que China, gran demandante a nivel mundial, en lugar de crecer a un ritmo superior al 15% anual, anuncia un crecimiento promedio de 7% anual.

China vivió una gran migración de las zonas rurales a las urbanas, lo que afectó a más de 300 millones de personas en pocos años, quienes se desplazaron del campo a las ciudades, incluso creándose nuevas zonas urbanas para albergar este movimiento poblacional, cuyo origen principal se debió a la fuerte industrialización que requería mano de obra.

La creación y crecimiento de las ciudades demandaron hierro, cobre, petróleo y otros commodities, y a la vez que estas personas mejoraban sus ingresos pudieron también incrementar su consumo de productos alimentarios y, por ello, gran parte de los países latinoamericanos aumentaron considerablemente sus ingresos a raíz de la exportación de su producción a ese país.

El 45% del producto interno bruto de China era destinado al crecimiento de la infraestructura de sus ciudades, las cuales, en su mayoría, ya están construidas, por lo que ya no precisan comprar todos estos insumos en la misma cantidad. Esto sin duda golpeará al crecimiento de Latinoamérica y, aunque debemos reconocer que la exportación tradicional de productos agrícolas y cárnicos seguirá siendo demandada, estos bienes han sufrido una disminución en sus precios y también se ven afectados por el aumento de la cotización del dólar a nivel mundial.

A Paraguay también le afecta lo que pasa en el vecindario, nuestros grandes vecinos Brasil y Argentina, con sus propias internas, impactan fuertemente en nuestra economía. La fuga de inversiones del Brasil, que también presiona sobre la cotización de la moneda, a la vez de resultar preocupante también nos abre oportunidades para ofrecer ventajas económicas a las industrias que deseen ser competitivas en el gran mercado brasileño utilizando las posibilidades que ofrece nuestro país para producir (energía barata, mano de obra joven y con capacidad de aprendizaje, bajas cargas sociales y presión tributaria).

Ya no tendremos el mismo viento de cola que impulsaba la economía regional y mundial, tampoco estamos en medio de una tempestad (como si sucede en otros países). Paraguay supo ser prudente en sus políticas monetarias y fiscales en la buena década que nos tocó vivir, pero tampoco aprovechó esa coyuntura mundial y regional para realizar las inversiones en infraestructura que se requerían para mejorar la productividad desde el Estado.

Ahora será el momento de demostrar que tan fortalecidos están los músculos del sector privado, pues se requieren inversiones en mejora de eficiencia operacional por parte de las empresas, formalización de las micro y pequeñas empresas para poder mejorar sus márgenes financieros y capacitación técnica y profesional para la población joven.

Ya no es hora de esperar que el Estado genere empleo ni aumento de ingresos, el Estado debe coordinar las políticas públicas de forma prudente para permitir estabilidad al sector privado, pero deben ser las empresas y las familias las que mejoren e impacten positivamente en la productividad del país.

La productividad, vista como la eficiencia en los procesos microeconómicos, precisa de un buen clima de negocios, infraestructura técnica, innovación, capacitación y asignación eficiente de los recursos materiales, financieros, tecnológicos y humanos. La productividad de nuestro país no debe depender de fuerzas externas, sino de la eficiencia interna para adaptarse a los cambios que representen esta nueva era económica mundial.

Así que, en este nuevo año, no tenemos que quedarnos quietos, es un buen momento para rediseñar procesos, buscar rentabilidad en la disminución de costos a causa de falta de eficiencia, así como invertir en capacitación y mejoras de infraestructura.

En otras palabras, para ganar igual ahora necesitamos movernos con nuestras propias fuerzas, el viento de cola ya no existe. Sigamos hablando de dinero, porque así aprendemos a manejarlo mejor.

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