¿Por qué rechazamos ciertos alimentos?

Algunos condicionamientos hacen que rechacemos ciertos alimentos. Leé más sobre el tema.

Rechazo a ciertos alimentos.
Rechazo a ciertos alimentos.Shutterstock

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Casi todos podemos nombrar alimentos que no nos gustan. Sin embargo, la aversión tiene casi siempre las mismas características: es irracional y, en muchos casos, condicionada. ¿Cómo lograr que un alimento que has odiado siempre te termine gustando?

No existe una explicación única para el rechazo a un alimento, pero, excepto en la infancia, no suele estar relacionado con condicionamientos biológicos. Cierto es que existen intolerancias y alergias que nos impiden comer unos alimentos, pero esto no significa que no nos gusten: la mayoría de los celiacos desean comer pan, y les gustaba antes, aunque les cayera mal.

Motivos por los cuales rechazamos ciertos alimentos

Sí existen evidencias científicas de diferencias genéticas que hacen que algunas personas sean más sensibles a ciertos químicos en los alimentos, algo que se ha estudiado sobre todo en torno al cilantro, un alimento que tiene muchas opiniones encontradas. La explicación más aceptada para el “no me gusta” es un rechazo de tipo puramente psicológico (y, por lo tanto, modificable), que se origina por dos motivos principales.

1) Desconocimiento. Hay personas que rechazan ciertos alimentos simplemente porque no los conocen. Si tu familia nunca te ha expuesto a un alimento, nunca lo vas a consumir, y hay gente que arrastra esto toda la vida.

Este es un condicionamiento de tipo cultural, y es la razón por la que ciertos alimentos gustan en unas culturas y no en otras. Si estás viajando, quizás te veas obligado a comer un alimento que no esperabas, lo pruebas y te gusta. Si nunca hemos comido insectos, solo pensar en probarlos produce rechazo, pero si hubiéramos aprendido a comerlos desde niños, como ocurre en otras partes del mundo, los comeríamos encantados.

2) Una mala experiencia. Cuando tenemos una mala experiencia con un alimento, ya sea porque nos han obligado a comerlo, o tuvimos que comerlo con demasiada frecuencia o nos ha caído muy mal, generamos un trauma que puede durar toda la vida.

Si nos enfermamos y asociamos este malestar a un alimento determinado, desarrollaremos una aversión automática, que no siempre es fácil de eliminar. Si comes un alimento y experimentas náuseas o vómitos, tu cerebro culpará a ese alimento.

La infancia, origen del trauma

Muchas de nuestras preferencias y rechazos alimenticios se generan en la infancia. Incluso antes de que nazca un bebé, lo que come una madre puede influir en lo que le gustará a su hijo, porque la dieta afecta el líquido amniótico, y esa influencia continúa hasta el fin de la lactancia. Por ejemplo, si una madre come mucho ajo, la leche tiene un sabor a ajo, y su bebé aceptará más el ajo que el bebé de una madre que no come ajo.

Pero es durante la infancia cuando realmente se asientan nuestros gustos, y se producen los traumas más duraderos. Si siendo pequeños asociamos recuerdos negativos a un alimento, ya sea porque nos lo impusieron o nos cayó fatal, podemos arrastrar el rechazo durante toda la vida.

También es cierto que muchas cosas que no nos gustaban de pequeños acaban gustándonos de mayores. Esto ocurre, sencillamente, porque, siendo conscientes de que el rechazo es irracional, hemos hecho un esfuerzo para que cierto alimento nos acabe gustando.

De pequeños no somos capaces de controlar esto, pero de mayores somos más conscientes y tenemos capacidad de reflexionar sobre la causa de la aversión hacia un alimento y darle una segunda oportunidad.

Cómo aprender a comer de todo

Los niños requieren una exposición continuada a los alimentos que más rechazan –que suelen ser los más saludables–, pero los irán aceptando si los padres los ingieren de manera habitual y se los van ofreciendo poco a poco, de distintas maneras y con diferentes presentaciones.

La técnica para lograr que a los adultos les termine gustando un alimento es exactamente la misma. El rechazo a un alimento, generalmente, se puede superar con una exposición suave y constante. Los adultos también deben hacer algo que los niños realizan de forma instintiva: ponerse un alimento en la boca y luego sacarlo, sin obligarse a tragar.

Eso permite que una persona se acostumbre a un sabor o textura sin asociarla necesariamente con una reacción física negativa, ya que tragar algo que no se disfruta puede ser desagradable y no hace más que aumentar el trauma.

Otra clave es probar el alimento en presentaciones distintas, ya sea cocinándolo de otra forma o acompañándolo de otros alimentos que sí nos gustan. Al final, si quieres que te guste algo, te acabará gustando. No hay motivo para que no sea así.

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