Que nuestros hijos no sean como ellos

Contagiar de alegría a los más chicos hoy en su día y en medio de una pandemia ha de ser, sin dudas, un gran desafío para muchos padres de familia que –pese a los despidos, suspensiones y la falta de un sustento laboral fijo– se las ingeniaron para acercar el obsequio y generar esa sonrisa.

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Esos padres son los mismos que están llegando al hartazgo de tanto discurso mediático, donde un grupo instruye una cosa y el otro hace lo que se le antoja. Son los mismos que aguardan esos G. 500.000 de ayuda (Pytyvõ) que alcanza solo para paliar parte del verdadero hambre y los innumerables problemas.

Mientras estos padres ven la manera de tener (y pagar) internet en casa para cumplir con la lluvia de tareas, concentrarse en el trabajo, no perder el hogar de alquiler, pagar las cuentas y equilibrarse emocionalmente, un sector viene y les escupe en la cara, demostrando que existen los privilegios e impunidad para unos e injusticia para el resto.

Parece que las advertencias por incumplimiento de las medidas sanitarias de parte del gobierno (de Marito) va solamente para un segmento de la población y es el vulnerable, el que dinero para comprar fiscales y jueces no tiene.

A esto se suma el doble discurso de la propia Iglesia, que ayer durante el festejo de Asunción fustigaba el virus de la corrupción y de las personas que sin moral ni conciencia social alardean su arte de robar y sostienen negocios turbios que producen mucho dinero, mediante el contrabando y las drogas. Horas después, la propia institución abrió las puertas a un grupo que violó el protocolo sanitario y alistó una boda con más de 100 invitados. La propia policía que salió a controlar el acatamiento de la cuarentena es la misma que resguardaba el sitio. ¿Qué incoherencia, no? ¿Dónde estuvo el Ministro del Interior? ¿Acaso el virus distingue la clase social?

Esa misma gente es la que saldrá desde hoy o mañana a recorrer los lugares públicos y privados, que podría dispersar el virus y poner en riesgo al resto de la población, sobre todo a los niños y adultos mayores, quienes deben pelear posteriormente por una cama en el hospital o un lugar en sala de terapia intensiva. Que la frase “haz lo que yo digo y no lo que hago” no se aplique en los niños. Que el buen ejemplo sea hoy el mejor regalo como padres, pese a todas las adversidades e injusticias. Tenemos en nuestras manos el poder del cambio y si la sociedad es hipócrita hoy, que nuestros hijos no lo sean mañana.

emilse.rolon@abc.com.py

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