Traer la división

Una de las cosas más estimadas por el ser humano es la unión y la concordia, y al menos de palabras, todos nos gloriamos de trabajar por este valor, sea en la familia, sea en la sociedad.

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El verdadero autor de la hermandad es Jesucristo, y su vida es un ejemplo de donación para que la vivamos. Él también rezó, pidiendo a Dios que nos guarde, en su nombre, para que seamos uno, como Él y el Padre son uno (Jn 17). Asimismo, quiere formar un solo rebaño, que tenga un solo pastor (Jn 10).

Por ello, el tono del Evangelio de hoy resulta paradojal: “¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz en la tierra? No, les digo que he venido a traer la división”.

¿Qué clase de división Jesucristo vino a traer?

Recordemos, en primer lugar, que ya en su la presentación en el templo, Simeón profetizó que este niño sería causa de contradicción, para que se conociera lo que cada uno tiene en su corazón: es una contradicción que revela intenciones y estilos de vida.

Jesucristo ofrece un proyecto lleno de nobleza y de valores auténticos, y cada uno tiene que tomar partido delante de este proyecto: a favor, o en contra.

Ahí entra la libertad de cada ser humano, ya que el Señor no fuerza a nadie, pero da muchas condiciones para que cada cual opte por el bien y por la vida. Él desea ardientemente que aceptemos su propuesta, porque esta construye la genuina felicidad.

La división nace cuando en una familia de cinco personas dos lo aceptan y tres lo rechazan. Y la conclusión a que llegamos es que realmente no es Cristo el autor de la división, sino aquellos que son egoístas, están cegados por la codicia y la prepotencia.

Cuando uno no quiere comportarse como hermano del otro, pero para defender sus intereses mezquinos actúa como un lobo para su semejante, mostrando que valora más los bienes materiales que al otro ser humano. Peor todavía cuando es dentro de la misma familia, o del mismo grupo.

Otra división que Él vino a traer es entre el mal y el bien, y a través de su fuerza, que encontramos en los Siete Sacramentos, somos capaces de vencer el mal que se anida en nuestro corazón, que nos engaña y daña al semejante.

Si queremos derrotar las divisiones, dediquemos más tiempo a la unión, que es hecha de respeto, de humildad y de obediencia a los mandatos del Señor.

Paz y bien.

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