Todos seremos juzgados

Con la fiesta de Jesucristo, Rey del universo, concluimos el Año Litúrgico. El domingo siguiente, 3 de diciembre, es Adviento, y empezaremos el ciclo “B”.

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La historia humana ha conocido a muchos “reyes, reinas, príncipes, princesas”, y otras hierbas al estilo, pero todos ellos murieron y su reino, o supuesto reino, terminó. Infelizmente, la mayoría ha dejado una marca negativa y ha sembrado injusticia y dolor.

Es fruto de la soberbia y del poder económico, el ser humano considerarse como “rey y señor” de su semejante, pues todos somos simples mortales, que a cualquier momento pueden sufrir un accidente, tener un infarto o romperse un aneurisma. Lo cierto y seguro es que nuestras obras no quedarán sin un juzgamiento justo, y a la par, misericordioso.

El Evangelio muestra quién nos va a juzgar, y cuáles son los criterios usados: nuestro Señor Jesucristo es el único Rey del universo, de la historia y de todos los corazones.

Por ello, la persona sabia orienta su vida considerando este juzgamiento, y no se deja empantanar por las vanidades y aberraciones del mundo.

Cristo va a venir, aunque nadie sabe cuándo, y los que afirman saberlo son pobres despistados, o tratan de despistar a los incautos.

Todo mundo estará delante de este Señor y Juez, y Él va a separar los buenos de los malos, los que han practicado la solidaridad, la humildad, se esforzaron por perdonar y construir una familia mejor.

Del otro lado, estarán los prepotentes, los narcisistas, los que han utilizado su poder y su fuerza para abusar del semejante, han robado a diestra y a siniestra, y se enriquecieron ilícitamente.

En sí mismo, un juicio de esta clase no es novedoso, hasta podríamos decir que es natural.

Lo verdaderamente novedoso y revolucionario es cuando Jesús afirma: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. El Señor y Juez del universo se identifica con el más humilde y está presente en la persona del otro.

Esto significa que cada vez que hacemos un gesto de bondad o de maldad, de justicia o de injusticia, para un semejante, especialmente para los más sencillos, es para el mismo Jesucristo que lo hacemos. Es tremendo este criterio que lleva a la sentencia final, pues tantas veces uno piensa que, si engaña la justicia humana, ya está libre de todo.

Y es también un criterio feliz, pues siendo amables, solidarios y humildes con los demás, disfrutaremos de la ternura del Señor para siempre.

Paz y bien.

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