Que el tiempo pasa rápidamente es una constatación que hacemos todos los días y las realidades del mundo se van arrugando, como nuestra cara, nos guste o no. San Pablo afirma con profundidad: “La apariencia de este mundo es pasajera” (1 Cor. 7).
De por sí, esta dramática realidad tendría que impulsarnos a buscar los valores auténticos, abandonando las pavadas y vanidades, en una palabra: querer la conversión del corazón.
No es sensato derrochar tantas oportunidades que el Señor nos brinda, para que aprendamos a poner nuestros intereses en cosas que construyan una familia más unida y una sociedad más fraterna.
Sin embargo, el ser humano, en su misterio de generosidad y de burricie, muchas veces se queda en discursos egocéntricos y en largas conversaciones, al revés de cambiar sus palabras mentirosas, sus pensamientos indecentes y sus obras injustas.
El Reino de Dios está cerca, pero tenemos que hacer con que él esté “dentro” de nuestra alma, de modo a gustar, desde ahora, de la paz que el Señor nos ofrece. Y el camino es más conversión y menos conversación.
La conversión debe tocar elementos concretos de la vida personal y pública, de cada uno. No es solamente un intimismo entre “yo y mi dulce Jesús”. Hay que arriesgarse por la verdad, la justicia, el amor, entendidos en su real dimensión.
A la par, no confiar demasiado en los vericuetos de tener más bienes, ejercer más influencia, explotar más al semejante y recibir más aplausos. ¡Cuánta maldad y cuanta hipocresía hay en este modo de ser!
Por ello, el Señor, que honestamente quiere nuestra felicidad, nos recomienda la conversión y el coraje de hacer cambios fidedignos en nuestra conducta, y que no nos dejemos engañar por las “conversaciones”, donde uno ya está feliz gua’u por pavonearse con sus supuestas glorias.
Cuando vamos entrando en el proceso de más conversión y menos conversación, descubrimos la hermosura de creer en el Evangelio, que genera vida.
Cuanto más uno medita en esta Buena Noticia y cree en ella, más toma contacto con la persona de Jesucristo, va entendiendo su afán por anunciar el Reino de Dios, por hacernos sus colaboradores y partícipes de sus donaciones.
Este es el domingo dedicado “A la Palabra de Dios”, por ende, procure leer y meditar todos los días algo de esta carta de amor, que el Señor nos envía.
Paz y bien