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Una de las propuestas del foro, que tendrá cinco días de duración, tiene que ver con un tema de suma importancia para la salud de la democracia de nuestro país, cuya situación –y a tenor del desempeño de nuestros representantes en los poderes del Estado, que son de público conocimiento– va irremediablemente para terapia intensiva.
Entre los temas a debatir se propone una revisión de la calidad de democracia que estamos viviendo, la independencia de los poderes y la funcionalidad de los estamentos educativos en la formación de una versión democrática.
En momentos en que, como sociedad, estamos transitando un escabroso camino que nos conduce a un modelo unívoco de hacer política, en el que no está permitido ni tolerado el disenso, en el que las decisiones que afectan al interés general son tomadas a fuerza bruta y tambor batiente, muchas veces por mayorías alquiladas o cegadas por sus intereses sectoriales, nada más oportuno que debatir estas cuestiones al interior de la sociedad.
Más allá del valor académico, científico o social que trae aparejado esta propuesta de encuentro, con las puertas abiertas a la esperanza como menciona su eslogan, es valorable esa iniciativa de protagonismo y liderazgo que asume la Iglesia al poner sobre el tapete cuestiones que deberían ser impulsadas, debatidas y cuestionadas desde otros ámbitos, como los partidos políticos, por ejemplo.
Vale un reconocimiento para el obispo de Encarnación, Francisco Javier Pistilli. Es de esperar que el éxito corone este esfuerzo que involucra a un importante número de estudiantes, educadores y laicos.
La empresa no es fácil, pues la apatía y falta de compromiso con el bien común son vicios muy arraigados en nuestro ambiente. La prueba más contundente está en nuestro Parlamento, donde un sector de intereses juega su propio partido con “arco libre”, y el resto de la sociedad asiste paciente y tolerante a una tragicomedia nacional que se emite por capítulos en cada sesión parlamentaria.