Dar buenos frutos

Jesús muestra una comparación, en donde Él es la vid y nosotros los sarmientos. Al final, manifiesta que “la gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante y así sean mis discípulos”.

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Por tanto, hay una poderosa asociación entre “ser discípulo” y “dar fruto abundante”.

Al parecer, en el mundo posmoderno, no todos están preocupados en dar frutos generosos, sino en tener éxito, al estilo capitalista, que es ganar copiosa plata y recibir largos aplausos.

Si los medios usados son morales o inmorales, no importa mucho; si se daña al semejante, tampoco cuenta demasiado.

Sin embargo, para ser discípulo y dar frutos, en la enseñanza de Jesús, hay que atender algunos puntos, como estos: estar unido a Él, como una rama está unida al tronco del árbol.

Cuando uno está unido de esta manera recibe la savia, que lleva a generar flores, y a su tiempo, dar los frutos correspondientes. Pero cuando la rama se separa del tronco se va a secar, y será echada al fuego.

Jesús revela algo infalible, nos guste o no nos guste: sin Él no podemos hacer nada... nada de bueno y honesto.

El ser humano puede usar su libertad para alejarse del Señor y despreciar sus enseñanzas, pero tengamos claro que esta actitud no sale gratis, y las vueltas de la vida se encargarán de cobrar esta burla hacia el Señor.

El discípulo se arrima a su Palabra, pues ella nos limpia por dentro y purifica nuestros criterios de acción, porque no podemos amar solo de palabras, sino con obras y de verdad. (1 Jn 3)

Asimismo, entiende que el Padre, a veces, tiene que podar el árbol, no como castigo, sino como una gracia, para que dé más frutos todavía.

El discípulo que ama a su Maestro se mantiene fiel en los momentos de poda, y aunque con algunos dolores y dudas, sabe que el Padre le abre nuevas puertas y colabora para su felicidad.

Refiriéndose a este Evangelio, el documento de Aparecida explica: “Jesús revela el tipo de vinculación que Él ofrece y que espera de los suyos.

No quiere una vinculación de “siervos”, sino quiere que su discípulo se vincule con Él como “amigo” y como “hermano”, pues de esta manera comparte la misma vida que viene del Padre”. (DA 132)

Y, precisamente, esta vinculación forma el auténtico discípulo y misionero, que lo lleva a dar muchos frutos de justicia, de bondad y de sentido común, que van edificando una sociedad mejor.

Paz y bien.

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