La palabra se coló en conversaciones cotidianas, en hilos de redes y en talleres juveniles. “Deconstruirse” dejó de ser un término reservado a la teoría para convertirse en consigna práctica: revisar lo aprendido, desarmar hábitos heredados y armar vínculos que hagan sentido hoy.
En el terreno de las relaciones afectivas, esa operación abre preguntas incómodas —y fértiles— sobre el amor, el poder, el cuidado y el deseo.
De la teoría al chat: qué significa deconstruirse
En su origen filosófico, la deconstrucción alude a poner bajo la lupa los supuestos de un texto o un sistema. Trasladada al lenguaje cotidiano, la palabra se usa para nombrar un proceso personal y colectivo: identificar mandatos —de género, románticos, familiares— y preguntarse si se quieren sostener.
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No es un estado al que se llega, advierten quienes promueven la idea, sino un trabajo en curso: ensayo, error y ajuste.
Para jóvenes que crecieron con internet, la deconstrucción dialoga con movimientos feministas y de derechos LGBTIQ+, con debates sobre consentimiento y con la urgencia de la salud mental.
No es raro que conviva, a la vez, con tradiciones afectivas: muchos buscan un amor estable, pero discuten cómo se distribuyen las tareas, qué se entiende por fidelidad o qué expectativas pesan sobre cada quien.
El contrato romántico, en revisión
La cultura pop que moldeó a generaciones anteriores ofrecía un guion bastante claro: exclusividad, convivencia y matrimonio como horizonte. Ese contrato hoy se relee.
Jóvenes consultados en universidades y espacios comunitarios hablan de “armar sus propias reglas”, con formatos que van desde la monogamia negociada hasta vínculos abiertos y poliamor, pasando por relaciones sin etiquetas.
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La apertura no significa ausencia de límites. Por el contrario, la “responsabilidad afectiva” —término habitual en redes— marca una ética compartida: comunicar expectativas, evitar manipular, hacerse cargo del impacto de los actos.
En un escenario donde las relaciones se inician y administran muchas veces por apps y mensajes, la transparencia se vuelve un antídoto frente a prácticas como el ghosting o el breadcrumbing, nombradas y debatidas públicamente.
Consentimiento: del “no es no” al “sí es sí”
La deconstrucción también reconfigura cómo se entiende el consentimiento. Pasó de ser un límite mínimo a un proceso afirmativo y entusiasta: se pregunta, se acuerda, se puede cambiar de idea.
Esta lógica trasciende lo sexual y alcanza a todo el vínculo: desde cómo se comparte la intimidad en redes hasta qué se considera una muestra de cariño.
Programas de educación sexual integral y campañas estudiantiles instalaron la idea de que el consentimiento se conversa y se renueva, y que opera junto a otras nociones, como las “red flags” (señales de alerta) y “green flags” (indicios saludables) en una relación.
El resultado es una conversación más explícita —y, para muchos, más incómoda— que desnaturaliza silencios y malentendidos.
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Cuidado y co-cuidado: tareas menos invisibles
Otra pieza central de la deconstrucción es el cuidado. Lo que antes se daba por hecho —quién escucha, quién organiza, quién repara— hoy se visibiliza y se distribuye.
Jóvenes que comparten vivienda o que planifican proyectos a largo plazo ponen por escrito acuerdos sobre economía, tiempo y roles; y quienes prefieren no convivir igual se preguntan cómo sostener el vínculo sin recaer en la “carga mental” que tradicionalmente asumieron las mujeres.
La salud mental entra en escena como un elemento no negociable. Ir a terapia, conocer el propio estilo de apego, poner límites y pedir ayuda se normaliza.
Esto convive con una crítica al “diagnosticarse” por videos de 30 segundos: la deconstrucción, señalan psicólogos y educadores, rinde más cuando se apoya en procesos sostenidos y en comunidad, no solo en tips virales.
Economía y tiempo: la política íntima
Los cambios no suceden en el vacío. La precariedad laboral, el costo de la vivienda y la incertidumbre climática alteran los calendarios afectivos.
Se retrasa la convivencia, se prioriza estudiar o viajar, y se valora la autonomía económica antes de “formalizar”. Para algunos, las apps ofrecen eficiencia; para otros, generan fatiga y despersonalización. En ambos casos, la logística —quién paga, dónde se ve, cuánto tiempo disponible hay— es parte explícita de la negociación.
En paralelo, gana terreno la idea de “redes de afecto” que exceden a la pareja: amistades, familias elegidas y comunidades con las que se comparten cuidados y proyectos. Esto desafía la centralidad de la pareja como única fuente de soporte emocional.
Entre etiquetas y prácticas: tensiones del proceso
Deconstruirse también es lidiar con contradicciones. Hay quien defiende la libertad sexual pero reproduce celos, o quien rechaza el amor romántico y sufre por expectativas no dichas.
Las redes amplifican debates valiosos, pero también castigos morales y purismos. En ambientes juveniles aparece una pregunta sensata: cómo sostener ideales sin perder la ternura ni volverse policía del otro.
La respuesta más extendida apela a lo procesual. Nadie “aprueba” la deconstrucción; se la practica en decisiones pequeñas: escuchar sin defenderse, pedir perdón, revisar chistes o hábitos que incomodan, hacerse cargo del propio deseo y del bienestar ajeno.
La educación afectiva, la lectura crítica y el diálogo intergeneracional ayudan a hacer de la intención un modo de vínculo más justo.
¿Qué cambia cuando cambian las palabras?
El vocabulario importa porque organiza la experiencia. Poner nombre a violencias sutiles —gaslighting, mansplaining— las vuelve visibles.
Definir acuerdos explícitos evita supuestos que duelen. Hacer lugar a identidades y orientaciones diversas ensancha las posibilidades de encuentro. Ese corrimiento semántico no está exento de modas ni de eslóganes vacíos, pero habilita prácticas concretas que muchas personas jóvenes ya ensayan.
La invitación, coinciden educadores y activistas, no es a “romper todo” sino a elegir qué conservar y qué transformar. La monogamia, por ejemplo, no está “cancelada”: se propone vivirla con conciencia de sus límites y potencias.
La soltería tampoco es fracaso: puede ser un proyecto vital pleno. En ambos casos, el criterio que orienta es la agencia compartida y el cuidado mutuo.
Claves para orientarse hoy
- Revisar expectativas: distinguir deseo propio de mandato ajeno.
- Conversar acuerdos: reglas claras sobre exclusividad, tiempo y dinero.
- Consentimiento activo: preguntas abiertas, posibilidad de cambiar de idea.
- Distribuir cuidados: evitar la carga mental concentrada en una sola persona.
- Cuidar la salud mental: límites, pausas, ayuda profesional cuando haga falta.
- Construir red: amistades y comunidad como soporte, no solo la pareja.
- Tolerar la ambivalencia: aprender en el camino sin exigirse perfección.