Entre caníbales

Consideramos aberrantes los actos de canibalismo, que contemplamos con horror; sin embargo, ¿no toleramos otras formas, indirectas o veladas, de apropiación o consumo de la vida ajena en provecho propio? Quizá todos seamos caníbales, plantea este artículo de Sergio Di Bucchianico que recomendamos leer con la canción de Cerati como música de fondo.

Théodore Géricault: "Le Radeau de la Méduse (Scène de Naufrage)", 1819. La fragata francesa Méduse encalló en julio de 1816. Cerca de ciento cincuenta personas quedaron a la deriva en una balsa. Solo sobrevivieron quince, que practicaron el canibalismo.
Théodore Géricault: "Le Radeau de la Méduse (Scène de Naufrage)", 1819. La fragata francesa Méduse encalló en julio de 1816. Cerca de ciento cincuenta personas quedaron a la deriva en una balsa. Solo sobrevivieron quince, que practicaron el canibalismo.

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Ah, come de mí, come de mi carne

Ah, entre caníbales

Ah, tómate el tiempo en desmenuzarme

Ah, entre caníbales

Soda Stereo, «Entre caníbales», 1990.

El canibalismo es considerado un acto aberrante y antinatural, que niega la humanidad de quien lo comete. Sin embargo, la historia relata abundantes casos en los que la antropofagia aparece justificada, sea por razones de orden religioso o práctico; y ello habilita la posibilidad de deducir que sería el contexto el que propicia el ejercicio de esa acción moralmente reprochable. Esta idea parece refrendada en el capítulo XVII del libro de Alvar Núñez Cabeza de Vaca Naufragios, publicado en 1542: «…y los que morían, los otros los hacían tasajos; y el ultimo que murió fue Sotomayor, y Esquivel lo hizo tasajos, comiendo de él se mantuvo, hasta primero de marzo» (p. 53).

El fragmento citado plantea cabalmente que el primer acto de canibalismo no fue realizado por los indios, sino por los españoles, quienes exhibían orgullosamente su investidura de civilizados en detrimento del universo indígena, cuidadosamente estigmatizado por el imperio español como portador indiscutido de la barbarie en todas sus formas y colores; hecho que nos permitiría pensar que basta la existencia de un marco coyuntural-histórico para que se despierte el caníbal que aparentemente todo ser humano esconde en su interior.

En la misma línea de reflexión temática se podría mencionar aquel fatídico 13 de octubre de 1972, cuando un avión de la fuerza aérea uruguaya se estrelló en la cordillera de los Andes por un error cometido por el piloto a cargo de la nave, dejando como saldo 29 muertos, con 16 sobrevivientes, todos pertenecientes a un equipo de rugby amateur. En aquella oportunidad, el destino feliz de quienes conservaron sus vidas se debió a la decisión de comer carne humana, es decir, a despertar de su milenario letargo al monstruo caníbal.

Aunque reducidos y precarios, estos datos admiten conjeturas sobre el tema. Sobre todo porque, al parecer, tanto los españoles conquistadores del siglo XVI como los uruguayos del siglo XX habrían apelado al endocanibalismo (consumo de cuerpos de miembros de la propia comunidad) para continuar la reproducción material de sus existencias, a pesar de las taras éticas que dicha acción implica. Algo que induce a pensar que el instinto de supervivencia es más fuerte que cualquier precepto moral.

Vale la pena señalar que la intención de estas anotaciones no es reseñar hechos de antropofagia, sino más bien aproximarnos a una especie poco mencionada y tal vez escasamente estudiada de canibalismo que parece subyacer a las relaciones sociales capitalistas: el canibalismo subjetivo, que no solamente dio origen al sistema político-económico-social-cultural mencionado, sino que permite su desarrollo y reproducción. Pues si entendemos el proceso de acumulación originaria que Marx describe en El Capital como la disociación entre los productores y los medios de producción, sobre la base de la expropiación compulsiva de los campesinos (1), no tendremos más remedio que pensar que la fuerza de trabajo de aquellos campesinos fue la carne devorada por sus congéneres para alimentar un nuevo conjunto de relaciones sociales que hoy llamamos capitalismo y cuya esencia –creemos– es el canibalismo subjetivo.

De igual forma, si comulgamos con la idea de que la plusvalía es aquel valor producido por el obrero y no remunerado por el patrón, sino apropiado y agenciado como ganancia de capital que motoriza el crecimiento del mismo, ¿no estaríamos hablando de cierto canibalismo «subjetivo» por el cual los cuerpos humanos no alimentan otros cuerpos para su pervivencia, sino las arcas de quienes poseen los medios de producción, que luego serán los que condicionen los modos de vida de aquellos trabajadores esquilmados por la explotación y despojados de energía para el desarrollo integral de una vida propia? En definitiva, ¿no es la explotación del hombre por el hombre una suerte de canibalismo encubierto, que bien se podría denominar «subjetivo»? Si, a fin de cuentas, el canibalismo material, carnal, parece irrumpir cuando determinado marco histórico así lo amerita, ¿por qué no confiar en que lo mismo ocurre con el canibalismo subjetivo? Ambos surgirían con la intención de seguir reproduciendo vida.

Se podrían citar casos que quizá nos permitan pensar en un canibalismo subjetivo capitalista –por ejemplo, podríamos pensar en esa clave el acelerado avance tecnológico en las comunicaciones y su propuesta velada de individualismo exacerbado y de sálvese quien pueda–, pero eso será una cuenta pendiente a abordar en otra oportunidad. Por el momento, solo resta señalar que si el canibalismo carnal es una aberración moral, el canibalismo subjetivo parece ser una catástrofe humanitaria universal con anestesia, escoltada por la domesticación social, el hedonismo, el narcisismo extremo y la ausencia –cada vez más pronunciada– de pensamiento crítico, que probablemente nos conducirá hacia sociedades basadas no ya en vínculos humanos, ni solidarios, ni clasistas, sino en relaciones fratricidas entre devoradores y devorados. O sea, entre caníbales.

Notas

(1) Marx, Karl: «La llamada acumulación originaria», Cap. XXIV de El Capital (resumen), extraído de http://archivo.juventudes.org/iv-la-llamada-acumulaci%C3%B3n-originaria-cap-xxiv

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