Mi amigo Dahmer

Un autor de cómics y un asesino en serie: las lúgubres viñetas de una extraña amistad.

Derf Backderf, "Mi amigo Dahmer" (Astiberri, 2014)
Derf Backderf, "Mi amigo Dahmer" (Astiberri, 2014)

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«Potente y muy bien contada. Backderf sabe cómo utilizar el cómic para contar esta historia de un mundo adolescente de los años 70 realmente extraño y siniestro». Robert Crumb.

El historietista y novelista gráfico John «Derf» Backderff nació en octubre de 1959 en Richfield, Ohio. Ha sido nominado a dos premios Eisner («el Óscar del cómic», como se lo conoce popularmente) y ha recibido en el 2006 el premio de periodismo Robert F. Kennedy por sus historietas en la prensa. Ha publicado las novelas gráficas Trashed (Slave Labor Graphics Publishing, 2002), Punk Rock & Trailer Parks (SLG Publishing, 2010) y My Friend Dahmer (Abrams Comic Arts, 2012).

Esta última, Mi amigo Dahmer ha recibido el Premio Revelación 2014 en el Festival Internacional del Cómic de Angoulême y acaba de figurar entre las nominadas a la mejor obra extranjera en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona 2015.

LA ATRACCIÓN DEL ABISMO

La figura enigmática y siniestra del asesino en serie ha capturado el interés de la filosofía y la moral, las ciencias de la psique y de la conducta, la neurología, la biología y las neurociencias, e inspirado las más diversas expresiones del arte y de la cultura moderna y contemporánea: el cine, la literatura, el teatro, las artes visuales, el cómic seducen la imaginación con sus peripecias desde los días de Jack el Destripador y su nebuloso Londres victoriano hasta los de Hannibal Lecter y las calles del Baltimore contemporáneo.

Tal vez sea por el misterio impenetrable de ese proceso interior que puede llevar a alguien a consumar actos que comprometan no solo el destino sino el propio ser, la noción interna de lo que se es o de quien se es, la pertenencia misma a la especie humana.

Tal vez sea por lo radical, lo irreversible de su violación no solo de tabúes morales sino de barreras que conciernen a los sentimientos e incluso a los instintos y que no se cruzan por miedo al efecto disolvente de cruzarlas, por miedo a la pérdida de las propias facciones en el espejo, más que por miedo al castigo: más por miedo a uno mismo que a la sociedad, más por miedo a perderse uno de vista bajo la forma enajenada del monstruo y ser para siempre un Otro, que por miedo a los otros.

Nos atraen de los monstruos los rasgos sin redención que los apartan de la vida y la realidad compartidas y, con ello, los hacen participar de alguna forma del universo de los mitos y la ficción, de modo que las fronteras entre la lucidez y la pesadilla, entre el éxtasis del despegue a la locura y el calmo apego a la superficie familiar de la vida común, entre las carcajadas escalofriantes del vértigo fatal del precipicio y la tierra firme de la rutina, parecen franqueables.

Tal vez sea, sintetizando todo eso en una oscura palabra de ardua definición, porque encarnan ese principio confuso y arcaico que llamamos «el Mal».

MI AMIGO EL MONSTRUO

Recientemente nominada al premio al mejor cómic extranjero en el Salón del Cómic de Barcelona 2015, la novela gráfica Mi amigo Dahmer (Astiberri, 2014), de Derf Backderf (Ohio, 1959), trata de la pubertad de un amiguete suyo del colegio. El autor, Backderf, vivía cerca de la casa de Jeffrey Dahmer; iba a clases con él y eran vecinos del barrio en Richmond, cuando Backderf ignoraba que, de adulto, sería uno de los autores de cómic más interesantes de la actualidad y un novelista gráfico candidato a dos Eisner. Y antes de que Jeff se volviera enormemente famoso.

Muy famoso: años después, por azar, viendo el noticiero tal vez, Backderf se enteró, con asombro, de que el «friki» del cole se había convertido en uno de los más sanguinarios asesinos en serie de toda la historia de los Estados Unidos –título muy reñido– y de que era mundialmente conocido con una suerte de horrible título nobiliario: «El Carnicero de Milwaukee».

Mi amigo Dahmer se desarrolla antes de la época de los asesinatos, en la década de 1970, y no trata del homicida, sino del chico que aún no sabía que se iba a convertir en monstruo. Es un cómic escrito y dibujado con el penoso horror del otrora amigo, o al menos prójimo, de alguien que se ha vuelto irreconocible, foráneo, Otro; y el extrañamiento, la pérdida de realidad, esa, por así decirlo, desrealización, marca cada viñeta, aun cuando es paralela al intento de comprender.

Porque Backderf busca entender: entender cómo Jeff pudo llegar hasta ahí y abandonarse a tales pasiones –sexo con cadáveres, antropofagia, asesinato– antes de ser, a su vez, muerto en una escena tan sórdida y brutal como lo fue su vida. «¿Se podría haber salvado a Dahmer?», se pregunta Backderf. «¿Se podría haber evitado el sangriento final de sus víctimas?» Y teoriza: «Probablemente habría pasado el resto de su vida adormecido con antidepresivos y viviendo en el cuarto extra de casa de su padre. Una vida triste y solitaria que Dahmer habría aceptado gustosamente antes que el futuro infernal que le esperaba».

PORTRAIT OF THE KILLER AS A YOUNG DOG

Con su retrospectiva en Mi amigo Dahmer, Backderf descubre la soledad del futuro «Carnicero de Milwaukee» y la indiferencia general, hasta la suya, la del autor, que la reconoce tarde, al evocarlo todo en esta novela gráfica, cuando su visita al pasado ya solo servirá para encontrar, en el largo camino al infierno que Dahmer siguió sin que nadie intentara detenerlo, signos de lo irreparable.

Con recuerdos propios y ajenos, con las minuciosas confesiones del reo, con registros policiales y notas de la prensa, Backderf reconstruye la adolescencia de Dahmer. En el «Epílogo», el autor y varios amigos recuerdan, en un café, sus años de la secundaria entre bromas, sin saber que uno de ellos ha dejado de ser «uno de ellos» –si es que lo fue realmente alguna vez; en el fondo, esta duda (que, en última instancia, es una duda sobre la condición humana) es el semiconsciente, poderoso leit motiv de la novela, y la fuente real de su tensión, su misterio y su fuerza y atractivo– para convertirse en Otro.

Se sienten en el tono del narrador la pena y el miedo, crudamente reforzados por un dibujo convincente y sólido, redondeado y grotesco, que caricaturiza personajes y escenas, pero en el cual lo humorístico (y se reconoce en esto la estética del cómic underground en general y, por descontado, la del dibujante por antonomasia del underground, Robert Crumb) no resta gravedad a nada, sino que vuelve todo más penoso, más duro, peor. Como la risa sin control que, en vez de aliviar, suma espanto a la caída en la locura.

El autor usa los negros para dar oscuridades más que físicas a las situaciones e insinuar el interior desolado y tortuoso de la mente del protagonista, y el manejo de las sombras y las distorsiones de la perspectiva comunican el clima opresivo del solitario proceso delirante de Dahmer.

Mi amigo Dahmer es la incubación triste, lenta y sin remedio, de uno de esos demonios que crecen mejor sin amigos. Espantan la soledad y la marginación del monstruo en este relato, relato hecho como por un buceador de aguas abisales, de esas aguas que muy pocos llegan a conocer de cerca pero que todos sabemos pobladas por criaturas deformes, ciegas, mudas, asombrosas, que las surcan como zombis, sin ver nada ni ser vistas por nadie, imperturbables en medio de las tinieblas y el vacío.

Jeff Dahmer

Jeffrey Dahmer (1960-1994) drogó, violó, mató, desmembró y comió a 17 hombres entre 1978 y 1991. A los 18 años, llevó al autoestopista Steven Hicks a casa y, tras compartir cerveza y marihuana, lo mató con una barra de hacer pesas. Ocho años después, despertó en un motel junto a un muerto que no recordaba. A partir de entonces cedió a sus impulsos cada vez con más frecuencia. Detenido en julio de 1991, hallaron torsos en su heladera, esqueletos en su armario, cabezas congeladas... En su caída libre en la locura, vertía ácido dentro del cráneo de sus víctimas para crear zombis. Se confesó antropófago y homicida, pero lo indignaba sinceramente ser acusado de racista; aclaraba que, por haber más negros que blancos en ciertos bares, era lógico que la mayoría de sus víctimas fueran afroamericanos («Seré asesino y caníbal, sí, ¡pero racista, jamás!», con perdón por el humor –negro–). Era alto y atlético, pero andaba de modo raro: los brazos pegados al cuerpo, los hombros hacia adelante. Le dieron 9 cadenas perpetuas, pero en la cárcel de Portage Christopher Scarves, otro preso, lo mató con una barra de hacer pesas en noviembre de 1994. Su cerebro fue guardado, para su estudio científico, en formol. Era la misma arma que había blandido el día en que se convirtió en asesino; era la misma sustancia en la que de adolescente guardaba animales muertos.

Derf Backderf

Mi amigo Dahmer

Trad. S. García.

Bilbao, Astiberri, Col. Sillón Orejero, 2014

224 pp.

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