El científico está obligado a llevar la ciencia a las masas, afirma Bunge

Para el filósofo y físico Mario Bunge, el científico tiene la obligación de llevar la ciencia a la sociedad, de divulgar, para entender los fenómenos que ocurren en el mundo. El epistemólogo, radicado en Canadá, señaló que hoy en día no hay tiempo para procesar todas las informaciones que se producen. Indicó que los estudiantes deben estudiar mucho y evitar la política partidaria en la universidad.

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A sus 96 años, cumplidos en setiembre pasado, Mario Augusto Bunge (1919) no pierde el humor ni la fina ironía que lo caracteriza. Hace bromas y teoriza, pero también critica duramente cuando hace falta. “Hay que discutir ideas, teorías, no personas”, sentencia cada rato. Recuerda a Albert Einstein y su legado, pero también los desafíos que representa hoy la interacción entre ciencia y filosofía.

El “Maestro”, como se lo conoce, fue homenajeado en el Primer Encuentro Latinoamericano de Filosofía Científica, realizado en Buenos Aire, y recibió recientemente el Premio Perfil a la Inteligencia.

En Paraguay estuvo dos veces, una a los diez años de edad y otra en el 2013, de la mano de la Asociación Paraguaya Racionalista (Apra). Ambas experiencias están incluidas en su última obra “Memorias entre dos mundos”, publicado en 2014 por Gedisa y Eudeba.

–“Memorias entre dos mundos”, ¿es un buen libro para entender a Bunge?

–En un libro de 400 páginas no se puede poner toda una vida. No habría interés para el lector conocer todo acerca del autor. Pero es un libro donde también expongo algunas ideas filosóficas mías. Hay definiciones sobre materialismo, filosofía exacta, etc.

–¿Qué puede hacer la filosofía científica con la materia oscura o la energía oscura?

–En caso de que existan, deben promover su investigación, conocer sus propiedades. ¿Cuáles son los procesos que intervienen? No sabemos. Hay que encontrar indicadores de esos procesos ocultos, que dejen de estar ocultos.

–¿Por qué la filosofía científica no se populariza en América Latina?

-Porque predominó la reacción antipositivista, que empezó en los años 20 del siglo pasado, como reacción anticientífica, en realidad. Fue impulsada por admiradores de Roberston y Gentile. La ciencia no tuvo fuerza en la academia.

–La nueva generación de filósofos, ¿puede revertir esto?

–De los filósofos no podemos esperar mucho, porque desde el primer año de licenciatura se les exige a los alumnos que estudien filósofos anticientíficos, como Hegel u otros oscurantistas. También se les obliga a leer a los nuevos oscurantistas, los marxistas, que se niegan a aceptar las novedades científicas del siglo XX.

Rechazaron la relatividad general, la genética, la sociología, la biología molecular. Fueron reaccionarios y no se dieron cuenta. Tuvieron una fe ciega.

–En el siglo XXI, ¿la sociedad entiende de ciencia?

–La información no es conocimiento. Para que esto suceda, debe ser absorbida por un cerebro que la entienda. Es solo un medio.

Hay tanta información que no queda tiempo para comprenderla y convertirla en conocimiento. Casi toda la información que llega al gran público es superficial.

Los grandes órganos de opinión siempre tratan de ocultar la verdad.

–¿Cuál es el papel del científico en esto?

El científico tiene la obligación de llevar la ciencia a las masas. Eso lo entendieron ya los científicos ingleses del siglo XIX. En cambio, los de hoy consideran que esto es una pérdida de tiempo, simplemente porque no figura en sus currículum vitae. El investigador tiene el deber de ofrecer conocimiento a la gente.

–¿Qué papel juega hoy la universidad?

–La universidad tiene dos funciones básicas: producir conocimiento y difundir todo el conocimiento, nuevo y viejo. Todo lo demás, como servicios sociales, puede o no hacerse. Pero si no se cumple con los anteriores requisitos no merece título de universidad.

–¿La filosofía sí está en crisis?

–La mayor parte de la filosofía es implícita, tácita. No se enseña filosofía, se hace más historia de la filosofía. Se estudia a Aristóteles, Hegel, Marx y no se estudian los problemas del tiempo y espacio, la virtud, la solidaridad, la mente, entre otros tópicos.

–¿Se deben plantear más problemas que autores?

–Cuando fui profesor de filosofía de la Universidad de Buenos Aires, entre 1957 y 1962, cambié completamente la manera de enseñar. Planteaba problemas filosóficos, no obligaba a la lectura de tal o cual filósofo. Pero los que me siguieron después cambiaron la línea.

–¿Y la religión también está en crisis?

–Una cosa es la religión con su cuerpo de creencia; hoy en día totalmente incompatible con la ciencia. Por otro lado, no hay investigación religiosa. Se hace hincapié en la continuidad o tradición. Cualquiera que proponía nuevas ideas o lo expulsaban o quemaban como hereje. En cambio, en ciencia se le da el Premio Nobel.

En ciencia se premia lo que se castiga en la religión.

–¿Se debe distinguir entre religión y religiosos?

–Sí, hay que distinguir bien a la religión de los religiosos. Hay gente buena o bien intencionada, como el Papa. Francisco es sensacional, ante todo, me parece un hombre honesto, humilde y deseoso de ayudar, que está ayudando a cambiar la Iglesia. Demuestra una amplitud que no tenían sus antecesores.

–¿Cómo ve la crisis de refugiados en Europa?

–Esa pobre gente fue víctima de las agresiones norteamericanas en Irak, Siria, Libia, Pakistán y Yemen. EE.UU. debería recibir a todos los refugiados.

–¿Qué sugiere a los jóvenes que quieran ser filósofos o científicos?

–Dedicar la mayor parte del tiempo a estudiar. No perder el tiempo con las actividades gremiales, sí, hay que cumplir con el deber de estudiante crítico, pero hay que estudiar mucho. No usar a la universidad como carrera política. Muchos usan a la universidad con miras a hacer política.

Eso es estafar a los contribuyentes. Los contribuyentes pagan para que los jóvenes estudien en la universidad pública, no para que hagan política.

Visita al Paraguay

“Mi primer viaje al exterior fue a Paraguay, a donde fui con mi padre a los 10 años de edad. Viajamos a Asunción en un barco de vapor a paletas que tocaba en todos los puertos. Las riberas del Paraná estaban cubiertas de yacarés, y a partir de Goya se nos arrimaban canoas repletas de frutas y flores tropicales, pájaros extraños, como los charrúas habladores y monos tití. De Asunción fuimos en tren al balneario San Bernardino, sobre el lago Ypacaraí. El tren, de vía muy angosta, marchaba a paso de hombre, se detenía cada vez que se interponía una vaca, y era asediado por vendedores de frutas, que iban caminando a su lado”.

Mario Bunge, Memorias entre dos mundos. Editorial Gedisa.

equintana@abc.com.py

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