Tarde para muchas cosas

Después de que en las elecciones municipales las cosas no salieran como esperaba, el presidente Horacio Cartes descubrió que no está tan mal hablar, de tanto en tanto, con los periodistas, esos haraganes.

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Tal vez ahora se dé cuenta también de que debería haberle dedicado más tiempo de su gestión a instalar políticas de Estado y/o a acciones que dieran la sensación de que estaba guiando y administrando el país. Ahora es un poco tarde para muchas cosas.

El mandatario está cerca de terminar su tercer año como presidente y a pocos meses de comenzar el ciclo de la segunda mitad de su mandato.

Debería ser momento de cosechar lo sembrado en la gestión. Pero él parece estar más cerca de comenzar a lamentarse por lo que no ha podido o no ha sabido hacer.

Aparentemente, el resultado de las recientes elecciones municipales lo ha llamado a la calma, al darse cuenta de que, en la arena política, no es posible imponer todo y que el respaldo popular no es como una mercancía puesta a la venta y fácil de adquirir.

Tal como les pasó a otros presidentes que le precedieron, en poco tiempo advertirá que la etapa de los hechos concretos y tangibles, de las obras importantes que dejan huella, prácticamente ha pasado.

Si le ha costado, como lo reconoció abiertamente, adaptarse al ritmo y a los plazos de la gestión pública, lo que viene a partir de ahora le será aún más difícil. Lo que haya podido adquirir de experiencia de gestión, le será anulado por el declive de su poder.

Ha dicho en estos días que nunca pensó en la posibilidad de reelección. Mejor, porque de tener intenciones ahora, ya le sería imposible echar a andar la ingeniería política necesaria para instalar ese tema. Además, por lo ocurrido, sería desaconsejable para él hacerlo.

Cartes dijo que nunca habló, antes de las elecciones, de que estas serían una suerte de plebiscito. Sin embargo, encaró la campaña proselitista como si eso fuera, exponiendo su figura a nivel nacional.

El resultado no fue alentador. A esta altura del mandato, precisaba de un triunfo aplastante que no fue tal, para tener la seguridad de que contaba aún con aquel sólido respaldo del principio de su gobierno.

Ahora le queda negociar (algo que parece costarle) una sucesión ordenada y favorable a sus intereses.

Lo malo de esta etapa es que la alternativa inmediata y más fácil que tiene es la de comenzar a hacer concesiones político-partidarias. Justamente, aquellas a las que se negó a medias, sin conseguir en contrapartida éxitos contundentes de gestión, por el desacierto en la elección de sus colaboradores o por su falta de liderazgo. O por ambas cosas.

Pero comenzar a cambiar nombres en forma apurada en su Gabinete lo pondrá en evidencia. Dará la imagen de una admisión de errores y de que está tratando de comprar lealtades al costo que sea.

En contrapartida, no hacer ningún cambio dará el mensaje de que no hay nada por corregir, que todo está bien así, a contramano del recado que dejaron los votos ciudadanos en las urnas.

En la reciente etapa de campaña electoral, la imagen que dio el Presidente de la República fue la de un fanático por su color partidario, que busca imponer, que no acepta la disidencia, que amenaza a quienes no se “alinean” y que gobierna solamente para sus partidarios.

En las próximas semanas será posible darse cuenta de si aquella imagen fue parte de un errado marketing electoral o si fue un reflejo de lo que realmente es.

mcaceres@abc.com.py

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