La flota ha llegado (1976)

¿Qué se puede aprender sobre los temas de estudio de las ciencias sociales observando las calles de Asunción desde el Lido Bar? La respuesta puede ser inesperada.

El Lido Bar a fines de la década de 1960 (Fuente: Página de Facebook “Paraguay de Antaño”).
El Lido Bar a fines de la década de 1960 (Fuente: Página de Facebook “Paraguay de Antaño”).Archivo, ABC Color

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Una noche de 1976, cuando me encontraba en Asunción, la flota brasileña llegó al puerto y los barcos soltaron cientos de marineros. Uno animaba con un tambor a sus compañeros mientras tomaban el control de las calles, buscando, supongo, diversión. Los paraguayos son un pueblo conservador que se acuesta temprano, y mientras yo observaba esto desde la plaza frente al Lido Bar temí que pasara algo malo, en términos de un choque cultural básico. Recordé la vieja canción infantil de Oxford que de alguna manera logró entrar en Dr. Jekyll and Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson:

No me gustas, doctor Fell.

No te puedo decir por qué.

Pero esto lo sé muy bien:

no me gustas, doctor Fell…

En todo caso, veía que ciertamente a los lugareños no les gustaban esos marineros. Quizá fuera una especie de racismo, porque cuanto más negros eran los brasileños, más parecían disgustar a algunos. O quizá yo estaba influido por el racismo de mi propio país al pensar esto.

Me pregunté si aparecería la policía y tendríamos un incidente grave. Pero antes de que las cosas se salieran de control, un gordo suboficial brasileño llegó y gritó a los marinos algo en un portugués lleno de giria. No lo entendí. Sin embargo, sin dejar de cantar y tocar los tambores, los marineros formaron una sola fila y entraron en un club de striptease subiendo la calle del Hotel Guaraní. Eran cientos, pero simplemente entraron como hormigas en un hormiguero y desaparecieron rápidamente de la vista. No sé cómo esa boîte pudo contener a tanta gente, pero evidentemente lo hizo, porque se escuchaba el tamborileo a una cuadra y media de distancia.

Con el «peligro» brasileño controlado, las calles volvían a ser de los pocos paraguayos que quedaban en ellas a esa hora. Su sentido del orden (o quizás la palabra más adecuada sea «tranquilidad») volvió a dominar la escena. Crucé la plaza hasta el Lido y pedí una Pulp Naranja y una empanada de huevo. Como de costumbre, todo estuvo delicioso. La imagen del Gran Alfredo me miró desde la pared mientras comía, pero no dejé que su presencia interfiriera con ese placer.

Recordando la reacción de los lugareños ante esos marineros hace cuarenta y cinco años se me ocurrió que a mis lectores les podría gustar que alguien de un tercer país explorara las similitudes y diferencias entre paraguayos y brasileños. No sé hasta dónde deberían llegar tales comparaciones en un mundo de millones de personas, pero permítanme ofrecer algunas ideas. Es obvio que tengo que considerar tanto las impresiones personales como la historia al pensar en esto.

Los brasileños, se dice con frecuencia, son amantes de la diversión que gastan buena parte de sus ganancias anuales en disfraces para el Carnaval. Puede que haya algo de esto, claro, pero es una imagen muy incompleta de los brasileños. Los cariocas y los bahianos son los que más se acercan a ese estereotipo, aunque según los paulistas están menos enamorados de la diversión que de no trabajar. Algo similar he escuchado decir a asuncenos sobre los paraguayos del interior. Entonces, tal vez tales generalizaciones no demuestren nada.

Además, son las similitudes a largo plazo las que vienen a la mente. Por ejemplo, en la historia de ambos pueblos fue crucial la mezcla de lenguas y culturas. Al formular el marco analítico que llamó lusotropicalismo, el sociólogo brasileño Gilberto Freyre (1900-1987) teorizó que los portugueses estaban preparados de manera única para asimilar a los pueblos de África, Asia y América en una sociedad sintética, una versión racializada de lo que los norteamericanos llaman melting pot (crisol de culturas). El concepto de Freyre de un modo de colonización portugués multirracial y multicultural puede ser atractivo para el orgullo brasileño. Pero es fácil ver cómo podría ser utilizado perniciosamente por imperialistas portugueses modernos como el dictador Antonio de Salazar (1889-1970) para defender el dominio colonial en Angola, Goa y Mozambique. Incluso cabría considerarlo racista, aunque Freyre sería un racista extraño, ya que valoraba el mestizaje como intrínseco a la formación de la identidad brasileña.

También podemos pensar en la era colonial temprana en Brasil (antes de que los africanos fueran una presencia significativa) para ver si alguna forma del lusotropicalismo de Freyre se aplica al mestizaje y la mezcla cultural entre indios y blancos. Aunque nació en Pernambuco en una época en la que los jóvenes ricos generalmente estudiaban en Francia o Portugal, Freyre fue a una institución bautista, la Universidad de Baylor, en Waco, Texas, y siguió estudios de posgrado en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Quizás esta variada experiencia lo llevó a ver la sociedad humana bajo una luz sintética. No importa que tal síntesis derivara de una mezcla de blancos e indios o de blancos y negros o de indios y negros, era la síntesis lo que contaba.

Incluso aunque no aparezca explícitamente, esta idea de síntesis racial y cultural ha tenido gran peso en Brasil. Quizás la mejor novela brasileña del siglo XX, Macunaima (1928), de Mário de Andrade, la tomó como punto de partida, y Andrade la escribió antes de que Freyre hiciera su contribución. Entonces, ha estado presente en Brasil durante mucho tiempo.

La ironía es que, si aceptamos que tal mezcla de sangre y, especialmente, de culturas tuvo lugar, debemos rechazar la tesis de Freyre de que los portugueses eran excepcionalmente hábiles para tratar con otros pueblos y mezclarse con ellos. ¿Por qué?

Porque los paraguayos, evidentemente, pensaban y se comportaban de la misma manera.

Para Freyre, el sistema que regía las relaciones sociales en el Brasil temprano era resultado de la flexibilidad con la cual los colonizadores se adaptaban al nuevo entorno y aprendían de los nativos. Lo mismo pasó en Paraguay. Debemos recordar que tupíes y guaraníes eran pueblos afines, como los españoles y los portugueses (o los gallegos y los napolitanos). Por lo tanto, sus marcos de referencia culturales eran similares a los de sus reacciones ante los forasteros. Se podría decir que las lenguas de los tupíes y guaraníes, en vastas áreas de América del Sur, enmarcaron como lenguas francas la experiencia colonial temprana para todos los pueblos involucrados mejor que cualquier lengua europea.

El equivalente paraguayo de Freyre era Natalicio González –mucho más dedicado, sin duda, a sus ambiciones políticas que el brasileño–, quien, en su Proceso y formación de la cultura paraguaya, canta las alabanzas del mestizaje en la creación de una raza sintética en Paraguay. «En este mestizaje», escribe, «participaban dos razas de fabulosa energía y tipos de extraordinaria envergadura... El pueblo paraguayo, al constituirse definitivamente mediante la fusión [con los africanos] de los tres elementos étnicos que entran en su composición, crea su propio ideal de vida». La palabra operativa aquí es «ideal», porque Natalicio sostiene que la síntesis cultural de Paraguay es superior, mejor que la suma de sus partes.

Se encuentran teorías similares en otros sociólogos, historiadores y actores políticos de todo el hemisferio. José Vasconcelos, en México, habla de «la raza cósmica». Víctor Raúl Haya de la Torre, en Perú, habla de «Indoamérica». Albert Murray, en Estados Unidos, habla de los «omni-americanos». En todos estos casos, la síntesis de culturas y razas se presenta como algo mejor que lo que existía antes.

Esto parecería sugerir que la tolerancia y la mezcla imperan en todas partes. De ser cierto, las fricciones entre brasileños y paraguayos en las calles de Asunción de 1976 deberían tener otro origen. La explicación convencional remonta los resentimientos históricos entre ambos pueblos a la Guerra Guazú. La presencia de la flota brasileña en aguas paraguayas podría estimular recuerdos subconscientes del almirante Tamandaré bombardeando las trincheras del mariscal López frente a Curupayty. O de la ocupación de 1869-76. O del hecho de que con el proyecto hidroeléctrico de Itaipú, que trajo tantos cambios positivos a Paraguay, los brasileños fueron claramente los más beneficiados; y todos sabemos cuánto resentimiento se puede acumular por una asociación desigual.

Pero tengo una mejor explicación: yo era un joven ingenuo de veintiún años viendo cosas que no estaban allí. Vengo de San Diego, un puerto naval donde tiene su base buena parte de la flota del Pacífico de Estados Unidos, y sé que los marineros pueden alborotar un poco cuando beben demasiada cerveza y que la gente de la ciudad, aunque ya lo espera y nunca se enfada realmente con ellos, paga el precio de la sólida defensa nacional soportando marineros ruidosos en los bares. Quizá los marineros brasileños y los lugareños paraguayos que vi en las calles de Asunción aquella noche de 1976 no fueran muy diferentes de los marineros y ciudadanos de las calles de mi natal San Diego.

Y, de ser así, quizás las teorías de Gilberto Freyre, Natalicio González y los demás autores mencionados no vengan al caso. Tal vez lo único verificable y objetivo en este episodio sea maravillosamente simple: no importa quiénes estén bailando en las calles de Asunción, las empanadas del Lido Bar siempre son ricas.

Profesor emérito de la Universidad de Georgia

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