John Gunther y su rápido vistazo al Paraguay (1966)

Desde la época de oro de los corresponsales extranjeros, el profesor Thomas Whigham nos trae una amena y aguda crónica escrita por el famoso periodista estadounidense John Gunther sobre su paso por el Paraguay de la década de 1960.

John Gunther en 1941 (Foto: Bettmann / Getty Images)
John Gunther en 1941 (Foto: Bettmann / Getty Images)

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Antes de que la televisión e Internet tejieran su problemática red en torno a la interpretación de los acontecimientos, la gente generalmente dependía de la radio y los periódicos para obtener información sobre el mundo. El periodista o corresponsal en el extranjero jugaba un papel fundamental en la formación de opiniones. En Estados Unidos, en las décadas de 1930 y 1940, un hombre que desempeñó este papel fue John Gunther, autor de la serie Inside, diez estudios sociopolíticos de países extranjeros. Estos trabajos, escritos en un tono coloquial para el lector general, buscaban arrojar luz sobre las circunstancias cambiantes, primero, de Europa y, después, de Asia, América Latina, África, Rusia, Australia y Estados Unidos, y tuvieron un éxito sorprendente tanto en términos de ventas como de profundidad intelectual. Gunther recorrió extensamente el área cubierta por cada investigación, entrevistando a gente común, limpiabotas y estibadores, junto con líderes políticos y empresariales, y consultando una amplia variedad de fuentes estadísticas.

Nacido en una familia germano-estadounidense de clase media en Chicago en 1901, Gunther, un periodista con talento y vocación, se inició en su carrera con la suerte de recibir asignaciones que lo ayudaron a crecer intelectualmente. Trabajó primero como reportero de su ciudad para el Chicago Daily News, pero pronto se mudó a Europa, donde estuvo a cargo de las oficinas del Daily News en Londres, y luego en Berlín, Viena, Moscú, Roma y París. Se tomó un tiempo libre para visitar Polonia, España, Escandinavia y los países balcánicos, recopilando gran cantidad de información dondequiera que iba.

Era el período de apogeo de la corresponsalía extranjera en Europa. Gunther fue uno de los muchos reporteros internacionales que intercambiaban información sobre los mejores lugares para comer sauerbraten en Frankfurt y en quién se podía confiar para obtener un consejo útil sobre las políticas de Hitler en el Sudetenland. También era una figura de confianza para sus lectores norteamericanos, entre los que se encontraban el presidente Roosevelt y un gran número de eruditos y gente común.

En 1941, los viajes de Gunther lo llevaron al sur de la frontera estadounidense por primera vez, y el resultado, Inside Latin America, fue un best-seller. Presentó un panorama astuto y reflexivo de lo que los norteamericanos podían esperar en términos políticos de sus vecinos, con detalles que los mismos latinoamericanos habían pasado por alto o subestimado. Gunther también cometió errores que nos dicen más sobre sus suposiciones norteamericanas que sobre los latinos de 1941. Sin embargo, era amistoso y curioso más que arrogante, y esto le abrió muchas puertas, incluso en el Paraguay de Morínigo.

En 1967, Gunther regresó a las repúblicas del sur para escribir una importante actualización de su estudio anterior. A este trabajo, Inside South America, deseamos referirnos hoy. Al comienzo de su capítulo de dieciocho páginas sobre Paraguay, Gunther recuerda a sus lectores cómo había respondido Roosevelt décadas antes cuando le contó que acababa de visitar todas las repúblicas latinoamericanas: «¡Qué! ¿Incluso Paraguay?».

Sí, incluso Paraguay, el país menos conocido por el público internacional, y por el propio Gunther. Dicho esto, no estaba dispuesto a dar por ciertos a priori los estereotipos de un lugar ultra-lento y, aunque solo pasó una semana en Paraguay, descubrió que estaba cambiando rápidamente. Gran parte del cambio lo atribuyó a una energía natural de los paraguayos, a pesar de las políticas del general Stroessner, a quien condena como uno de los últimos dictadores «vestidos de gala» del continente. En el extracto que sigue, veremos qué tan bien entendió Gunther al gran Alfredo y su nación, o si su análisis huele más a impresiones vagas, prejuicios arraigados y tal vez, incluso, a ilusiones.

El Paraguay de Gunther (extracto del libro <i>Inside South America</i>)

«El general, que refleja el feroz medievalismo del país, no es fácil de encontrar. Tiene tres blancos de odio favoritos: primero, los periodistas en general; segundo, los periodistas extranjeros; tercero, los periodistas norteamericanos, porque Paraguay suele tener mala prensa, si la tiene. Califiqué, obviamente, para las tres categorías y conté con la desventaja adicional de haber incluido un breve relato de Paraguay en mi viejo libro Inside Latin America, publicado hace veinticinco años, en el que describí al entonces presidente de la república, general Higinio Morínigo, con “ojos negros que brillan como canicas y cabello negro que arranca una pulgada encima de las cejas”.

Había olvidado por completo este relato, que descubrí que había sido considerado un insulto a la nación paraguaya; todavía estaba amargamente resentido. Pero finalmente fui perdonado y el presidente Stroessner accedió a último momento a recibirme; la hora fijada eran las 7:15 de la mañana en que salía del país.

Después de media hora de espera, me tomé la libertad de interrumpir al dictador para decirle que tenía que partir al aeropuerto o perdería mi avión, que salía a las 8:30. El presidente, con un gesto tranquilo pero autoritario, dijo: “¡El avión esperará!”.

De hecho, las 7:15 de la mañana no es una hora inusual para una cita en Asunción, un pueblo madrugador. El horario normal de oficina es de 7:30 a 11 o 12; los bancos cierran a las 10:30. Sigue al almuerzo una larga siesta, como corresponde a un clima subtropical. Stroessner supera a sus paisanos en levantarse temprano, como atestiguan varias anécdotas. Recientemente, llamó por teléfono al canciller a su casa a las 5 am para decirle que el teléfono de la oficina del ministro no contestaba. Una vez llamó a un socio alrededor de las 6. El hombre respondió al instante: “Buenos días, señor presidente”. Stroessner preguntó: “¿Cómo supiste que era yo?”. La respuesta fue: “¿Quién más podría llamarme a las 6 de la mañana?”.

Observé el palacio presidencial, una estructura imponente pero algo deteriorada, cerca del río, mientras entraba para mi entrevista. No muy lejos está el Colegio Militar, donde Stroessner recibió su formación de cadete, de paredes color amarillo brillante. No daba crédito a mis ojos cuando vi a la guardia presidencial hacer el paso de la oca en el patio del palacio. Creía que ese particular método de deambulación militar había desaparecido del mundo junto con Hitler. (Después lo volví a ver en Perú.) Los uniformes eran melodramáticamente coloridos. Cerca de allí, una india gorda, descalza, con largas trenzas, envuelta en una manta, empujaba un burro por la plaza mientras fumaba tranquilamente un puro.

El dictador es un hombre alto y de complexión sólida que (sin ofender) parece un carnicero bávaro. Tiene cabello oscuro y ralo peinado hacia atrás, una fina mancha de bigote casi incoloro, ojos azules agudos como el acero (realmente te penetran, como los ojos del difunto Dr. Albert Schweitzer) y enormes manos rojas y duras. Es metódico, vigoroso, desprovisto de imaginación y fanático en sus sentimientos sobre Paraguay; claramente, un hombre de fuerza.

Fotografías por toda Asunción muestran a Stroessner de uniforme, cargado de condecoraciones, incluida una estrella enjoyada del tamaño de un plato en la parte inferior del pecho; parece un molinete a punto de girar. Pero en traje de oficina da una impresión simple y profesional. No es un hombre a caballo. Si monta algo, será una máquina de escribir o un plano.

Stroessner habla como un disco de fonógrafo reproducido a excesiva velocidad, presta poca atención al interlocutor y es difícil preguntarle algo o decir una palabra. Había leído cuidadosamente mi viejo capítulo sobre Paraguay y dijo que pensaba que estaba equivocado en varios detalles. Relató, con ferviente orgullo, la reciente visita a Paraguay del general De Gaulle, y agregó que el presidente francés es el primer jefe de Estado extranjero que visita Asunción en sus 440 años de historia.

Dos temas subyacen a todo, dijo Stroessner. Primero, su amor por Paraguay. ¡Qué “dulce” es el idioma guaraní! ¡Qué bonito el campo! ¡Qué nobles los campesinos! Bien puede haber pobreza en el país, pero pobreza “digna”, no miseria. La gente aquí saborea la gloria de su historia todos los días de su vida y vive en “paz, armonía y libertad”. Corrió por la habitación, me mostró fotografías gastadas del palacio presidencial en los viejos tiempos para darme una idea de sus raíces históricas, y, tomando un Almanaque de Gotha de 1865, golpeó las páginas y gritó cifras para demostrar que, ese año, hace un siglo, Paraguay tenía más población que Uruguay y Argentina. “¡Entonces fuimos masacrados!” Segundo, el comunismo. El general señaló una fila de banderas de todos los países del hemisferio occidental, excepto Cuba. “¡Aquí no hay barbas!”. Los comunistas, afirmó, siempre juegan el mismo juego: trabajan bajo la apariencia de un marco democrático y terminan fusilando gente contra un paredón. Y afirmó que Paraguay nunca sucumbirá al comunismo bajo su administración. “¡No se permiten barbas!”.

Paraguay es un pequeño país loco, sí, pero esto significa simplemente que sigue siendo un estado fronterizo que atraviesa evoluciones simultáneas en diferentes planos al mismo tiempo. Hay un montón de defectos. Pero, a pesar de Stroessner, el país tiene una vitalidad salvaje que, incluso hoy, mayormente reprimida, da esperanzas de un futuro vívido. Regresé a mi hotel pasada la medianoche y me encontré con una manifestación en la plaza. Niños y niñas marchaban entonando un canto triunfal, que comenzaba “Pa-ra-guay, Pa-ra-guay” y terminaba en una explosión de exhortaciones. La marcha se hizo más rápida; las banderas ondeaban, los jóvenes tocaban las bocinas de los autos estacionados y las reverberantes palabras “Paraguay, Para-GUAY” seguían retumbando y resonando confiadas en la oscuridad de la plaza. Pensé que había estallado una revolución. No. Paraguay había ganado un partido de fútbol esa tarde.»

John Gunther, Inside South America, Nueva York, Harper and Row, 1966, pp.240-242.

Gunther hoy

Gunther murió en 1970, pero sus obras aún pueden verse como proezas. ¿Fue correcta o incorrecta su evaluación de Stroessner y de Paraguay? Uno puede acertar en las cosas pequeñas y equivocarse en las cosas importantes, o al revés. Yo mismo llevo casi cincuenta años estudiando Paraguay y no siempre estoy seguro de que mis conclusiones sean mejores que las de este corresponsal que pasó en el país apenas una semana y vio poco fuera de la capital. Como muchos comentaristas norteamericanos, parecía predispuesto a pensar que los países sudamericanos están destinados a acercarse cada vez más a Estados Unidos. El desarrollo natural de la democracia representativa, creía, no podía seguir otra trayectoria. Gunther sospechaba profundamente de las dictaduras al viejo estilo, tanto como denunciaba a los comunistas en Cuba. Lo que no vio del todo, y tal vez requiera nuestra atención en el nuevo siglo, es que América del Sur podría dejar de lado el liderazgo estadounidense y desarrollar un tipo distinto de democracia para sí misma. O quizás esto debería decirse en plural, que hay muchos tipos diferentes de democracia en el continente, incluida la curiosa versión que vemos hoy en Paraguay. Sería interesante resucitar a Gunther y preguntarle si cambiaría sus opiniones sobre el país hoy.

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