Bilingüismo: un debate sin prejuicios

La lengua, además de comunicar contenidos o ser vehículo de estos, es también contenido, ya que comunica por sí misma, como forma o vehículo, lealtades, distancias, valores y rechazos, indica posiciones sociales y remite, en suma, al contexto de las interacciones. Supone, por ello, según el caso, o estigma, o prestigio. Desde la Universidad de Nuevo México, donde se encuentra actualmente realizando su maestría en Lingüística, Josefina Bittar Prieto expone, explica y desmonta el fascinante tema de la discriminación lingüística en general, y, particularmente, en el caso concreto de Paraguay, para proponer por fin un debate sin prejuicios acerca del bilingüismo. En exclusiva desde Albuquerque, Estados Unidos, para los lectores del Suplemento Cultural.

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«¿En qué país de América Latina se habla peor el castellano?», «¿Verdad que los paraguayos hablamos muy mal?», «Qué bueno que estudies Lingüística porque en Paraguay hace falta gente que enseñe a hablar bien»… son algunas de las reacciones cuando cuento que estudio Lingüística. Creo que al hacer estos comentarios, muchas personas esperan que legitime sus opiniones sobre ciertos idiomas y sus hablantes. En esos momentos, me veo en una encrucijada: ¿intento refutar las ideas sobre el lenguaje con las que convivimos todos los días, o cambio sutilmente el tema de conversación? Confieso que muchas veces me gana la pereza y hago lo segundo: tomo el atajo. Hoy, las líneas que siguen eligen el otro camino.

LO QUE NO HACE LA LINGÜÍSTICA

Desde muy chicos escuchamos ideas sobre nuestra manera de hablar y las de los demás. Adquirimos un bagaje de parámetros para juzgar quién habla mejor o qué idioma es mejor. Pero, ¿son objetivos esos criterios? ¿Nos ofrece la Lingüística herramientas para establecer una jerarquía de hablantes o de idiomas? La respuesta a ambas preguntas es: no. Por el contrario, el estudio científico del lenguaje nos permite comprobar que ninguna lengua es mejor que otra y que ningún hablante nativo de una lengua es más competente que otro hablante nativo de esa misma lengua. Analizar en detalle varios idiomas y sus variedades nos lleva a un mejor entendimiento de la complejidad del lenguaje y, al mismo tiempo, nos aleja de los conceptos subjetivos que usamos para catalogar un idioma, una variedad o a un hablante como «bueno» o «malo».

EL PRESTIGIO, LAS LENGUAS Y LAS VARIEDADES

Si la ciencia nos prueba que todos los idiomas son igual de complejos, ¿por qué la idea de que algunos idiomas son mejores que otros está tan presente en nuestra cultura? Porque algunas lenguas gozan de prestigio manifiesto, mientras que otras, no. Este prestigio no surge de la lengua en sí, sino del poder social, político o económico del grupo de personas que la habla. La historia de América Latina nos ofrece evidencias claras de que los factores que hacen ganar terreno a unas lenguas sobre otras no son los rasgos de los idiomas «en competencia», sino la desigualdad social, política, económica (y armamentística) entre los hablantes de estas lenguas.

La percepción de que una forma de comunicarse es mejor que otra también se aplica a las variedades de un idioma. A pesar de que cada una de ellas cuenta con sus propias características léxicas, sintácticas y fonológicas, existe la creencia de que algunas son «deformaciones» de la forma «pura». A esta forma supuestamente «pura, «neutra» u «original» se la suele denominar estándar. En un mundo equitativo, esta forma estándar se formaría con la inclusión de los rasgos comunes de todas las variedades y la eliminación de los rasgos distintivos. Sin embargo, en la realidad, la variedad estándar comparte más características con la variedad del grupo social de mayor poder político y económico que con las demás. Esto implica que, para hablar la variedad estándar, ciertos grupos tienen que hacer muchos más cambios en su manera natural de hablar que otros. Por ejemplo, hace poco me decían que la prueba de que los paraguayos «hablamos mal» el castellano es que en otros países hispanoparlantes no nos entienden. Si tal fuera el caso, la explicación sería sencilla: no solamente nuestra manera de hablar es muy diferente al castellano «estándar», sino que muy poca gente fuera de Paraguay está expuesta a nuestra variedad. Las razones del mote «no estándar» y de la poca difusión de nuestra manera de hablar no son lingüísticas, sino sociales. ¿Cuántos programas de televisión o música exportamos? ¿Cuántos doblajes de grandes producciones cinematográficas se hacen en Paraguay? ¿Cuán expuestos estamos a las variedades de otros países?

El caso del inglés norteamericano ilustra muy bien la relación de poder entre variedades. A la par que Estados Unidos consolidaba su rol en el mundo, el inglés estadounidense iba adquiriendo prestigio. Tanto es así que hoy percibimos como igualmente «válidas» la variedad estándar del inglés estadounidense y la variedad estándar del inglés británico. No sucede lo mismo, por ejemplo, con el francés de Francia y el de Canadá. En el mundo, el francés estándar se sigue asociando al de París. En Paraguay, escuchamos decir «Yo estudio inglés británico» o «Yo estudio inglés americano», pero no «Yo estudio francés quebequense».

Como ya he dicho, el prestigio de una variedad no es producto de las características intrínsecas de la lengua. Sin embargo, se tiende a justificar la «superioridad» de la variedad estándar con la idea de que esta preserva ciertas formas originales. Pero este argumento no se puede sostener científicamente, puesto que todos los idiomas cambian, y también lo hacen las variedades, tanto estándares como no estándares. El francés canadiense, por ejemplo, tiene más sonidos vocálicos que el francés europeo, porque preserva ciertas distinciones que se perdieron en este último. Aplicando el criterio de que «las formas originales son mejores», el francés canadiense sería más apto para consolidarse como estándar. Sin embargo, irónicamente, a estos rasgos fonéticos del francés quebequense –entre muchos otros– se los denomina «arcaísmos». Algo parecido sucede con el castellano: a veces escucho decir que las variedades de España son mejores que las latinoamericanas porque las primeras conservan la diferencia entre los sonidos representados gráficamente por la S y la C y la Z. Sin embargo, en América hay variedades que preservan otras distinciones, que en España ya se perdieron: la distinción entre los sonidos representados por B y V o por LL y Y. Aun así, nadie defendería la tesis de que estas variedades americanas son más «puras» que la variedad peninsular actual.

EL DILEMA DE LA VARIEDAD ESTÁNDAR

A pesar de que el supuesto propósito de la estandarización de una lengua es unir a sus hablantes, generalmente a la variedad estándar se la utiliza como justificativo para tratar de inferiores a los hablantes de otras variedades. En Paraguay, por ejemplo, también tenemos distintas maneras de hablar, tal vez más separadas por estratos socioeconómicos que por cuestiones geográficas. Los hispanohablantes de las clases sociales más altas suponen que su castellano «es mejor» que el de los hispanohablantes de clases sociales más bajas. Muchas veces, los hablantes de estas variedades de menor prestigio son motivo de burla y discriminación, y se utiliza la idea de que «hablan mal» –un criterio supuestamente objetivo– para justificar tales actos despreciativos. Lamentablemente, estos juicios de valor no son exclusividad del mundo de habla hispana. La relativamente reciente estandarización del guaraní ha generado, y generará, inevitablemente, actitudes tanto positivas como negativas en los hablantes. No es raro escuchar a un nativohablante de guaraní decir «yo no hablo bien el guaraní». Esta autodesacreditación es peligrosa puesto que puede llevarle a uno a dejar de hablar su idioma, sobre todo cuando se tienen a disposición otras lenguas menos estigmatizadas. En este contexto, es fundamental realizar investigaciones sobre fenómenos sociolingüísticos como estos, que puedan generar políticas educacionales y lingüísticas eficaces.

LA IMPLICANCIA DE LA ESTANDARIZACIÓN LINGÜÍSTICA EN PARAGUAY

Además de que en Paraguay se cree que se habla mal (repito: idea que no parte de la ciencia, sino de un mito), se atribuyen al contacto entre el guaraní y el castellano todos los «males» de ambos idiomas. Si esta convivencia data de hace casi quinientos años, ¿cuán realista es pretender que cada lengua cambie de manera independiente? En una sociedad bilingüe, es común que los hablantes utilicen dos lenguas en una misma conversación. Incluso la elección de un idioma sobre otro le agrega significado al mensaje. Por ejemplo, si un hablante bilingüe decide insultar en guaraní a otro hablante bilingüe, su elección no es aleatoria ni se debe a una supuesta ignorancia; por el contrario, esta cumple un propósito comunicativo. Así, si la alternancia de códigos y los préstamos son perfectamente predecibles en una comunidad bilingüe, ¿por qué solemos ser tan intolerantes ante estas formas de comunicación? ¿Qué es lo que realmente nos molesta?

Varios conocidos me dicen que les irritan ciertas formas del castellano paraguayo porque son incorrectas y parecen traducciones literales, calcos, del guaraní. Les suelo preguntar si les molesta también la omisión de lo, los, la o las («–¿Dónde está el libro? –Dejé ahí»), un rasgo del castellano paraguayo que también se aleja del castellano estándar. Me responden que no, que eso no les molesta porque «así hablamos nosotros». Lo mismo sucede con ciertos morfemas del guaraní presentes en el castellano («Pasame-na el pan» «Me pasó-kuri el pan»). ¿Por qué algunos gustan y otros no? ¿Por qué gusta na pero incomoda kuri? Una vez más, la respuesta no la vamos a encontrar en la lengua en sí, sino en la relación de poder entre los hablantes.

LOS PLANTEAMIENTOS DE LA LENGUA Y LA EDUCACIÓN

¿Qué hacemos entonces? ¿Dejamos que todos hablen como quieran? ¿Cómo enseñamos la variedad estándar sin hacer que los estudiantes se sientan mal con respeto a su variedad? La Lingüística y las Ciencias de la Educación se han hecho estas y varias otras preguntas: el debate sigue vigente. Por una parte, algunos expertos desaprueban la enseñanza de la variedad estándar; por otra, otros afirman que eliminar la instrucción de lo estándar sería privar a los estudiantes del acceso a ciertos campos de la sociedad. Así también, varios investigadores proponen incluir tanto la variedad estándar como las no estándares en el aula e introducir en el currículum educativo ciertos conceptos sociolingüísticos básicos (qué son las lenguas, las variedades, el bilingüismo…) con el fin de fomentar la tolerancia. En un mundo en el que está en boga la investigación sobre una educación apropiada para estos tiempos, cabría preguntarse si existen métodos alternativos a la enseñanza «correctiva» de la lengua que se adecuen mejor a la realidad lingüística de nuestro país.

DE VUELTA AL PRINCIPIO: CONSIDERACIONES FINALES

Volviendo a las preguntas del principio y a modo de resumen, van a continuación mis respuestas: «¿En qué país de América Latina se habla peor el castellano?» Sería desacertado decir que en algunas regiones el castellano se habla mejor. La realidad es que las variedades de algunos países gozan de mayor prestigio; y que este prestigio se sustenta en factores sociopolíticos, no lingüísticos. «¿Verdad que los paraguayos hablamos muy mal?» Por lo mencionado anteriormente, también es errada la idea de que los paraguayos hablamos mal el castellano o el guaraní. «Qué bueno que estudies Lingüística, porque en Paraguay hace falta gente que enseñe a hablar bien». No tengo la intención de cambiar la manera de hablar de nadie. Al contrario, la Lingüística me ha enseñado a rechazar los prejuicios y a celebrar la diversidad. Después de todo, y de acuerdo a las palabras del astrónomo Carl Sagan, la ciencia se trata de eso: de «ser capaces de hacer preguntas escépticas, de interrogar a los que nos dicen que algo es cierto, de ser escépticos frente a quienes tienen autoridad».

josefinabittar@gmail.com

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