Nacionalismo paraguayo: de López al Bicentenario de la Independencia

Los conceptos de patria o nación se trastocan constantemente, fluyen y se actualizan a medida que el siglo XXI se va asentando. En plena era de la información y del conocimiento, o de la tecnociencia, contamos con nuevos países (Timor Oriental, Montenegro, Kosovo, Sudán del Sur) o con regiones del planeta que todavía luchan por la independencia nacional o por el reconocimiento de su autonomía y libertad (Chechenia, Adjasia, Osetia del Sur, Taiwán, entre otros). En este contexto, la construcción del discurso nacionalista se torna fundamental.

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En algunos casos, el nacionalismo, surgido como propuesta moderna de unificación e identificación, es un instrumento político para consolidar o conseguir el poder; en otras circunstancias, es una apelación recreativa y hasta enfermiza. Algunos hasta lo ven como una especie de religión semisecular, donde se endiosa a militares y políticos, donde se añora una supuesta Edad de Oro de la nación y donde solo allí se podrá realizar el hombre.

Paraguay no escapó a esto. Es más, lo desarrolló hasta el punto de tenerlo como política de Estado durante la dictadura de Alfredo Stroessner. En un primer momento, en los comienzos del Estado-nación Paraguay, el doctor Francia modeló los lineamientos, marcadamente estatistas y ultranacionalistas, pero lógicamente autoritarios, que luego siguieron Carlos Antonio López, quizás el principal ejecutor y padre del nacionalismo paraguayo por sus obras de gobierno, y Francisco Solano López, a quien le tocó liderar la Guerra contra la Triple Alianza.

Se podrá decir que el nacionalismo como corriente tuvo mayor relevancia durante los conflictos bélicos internacionales del país; empero, hay que tener en cuenta algunos elementos para luego sacar conclusiones un poco más sostenibles.

Es Juan Emilio O’Leary, historiador y escritor que polemizó con Cecilio Báez, uno de los principales representantes del nacionalismo en el siglo XX. En su ensayo sobre La vuelta de Francia y López: las ideas de Juan E. O’Leary y Natalicio González, Guido Rodríguez Alcalá señala que en el Paraguay no se distingue debidamente entre literatura sentimental e ideología política. Para el autor, O’Leary no hace historia, sino poesía. «(Su trabajo) Es una mitología que tiene como propósito el endiosamiento del mariscal López, identificado por O’Leary con la paraguayidad», señala. Y es que el historiador colorado, efectivamente, compara el amor a la madre con el amor de Francisco Solano. En su Prosa polémica, indica: «…me encontré con la figura gigantesca del Mariscal López. Esa figura es como el nudo de nuestra historia, principio y fin de nuestra epopeya, clave de nuestro pasado, cumbre y sima, aurora y ocaso, resplandor de luz meridiana, tristeza crepuscular, encarnación de todas nuestras grandezas morales y símbolo vivo de todos nuestros dolores». En la misma obra se complace en ser llamado «Pontífice máximo del lopizmo». También añade que «Antes y después de la guerra, López fue y es el Paraguay». A continuación despotrica contra quienes se oponen a esta visión, diciendo que a una madre hay que hacerle entrega total, lo mismo que con el expresidente.

Pero el fanático de Charles Maurras no es el único. Natalicio González fue otro; en su Paraguay eterno, sostenía la idea de un nacionalismo clásico. El que fue, brevemente, también presidente de la República señalaba que, aunque el Paraguay es eterno (sin principio ni fin), este se formó con la llegada de los españoles, cuando se unieron las culturas de ambos lados del océano, desconociendo el salvajismo, guerras e imposiciones por parte de los conquistadores. Identificaba González a la aristocracia local con los guaraníes y expresaba que con la Constitución Nacional de 1870 se abandonó el gobierno natural con su esencia paraguaya: la dictadura. Inmediatamente, González exhorta a defender lo autóctono y estrangular lo exótico.

Esta ideología se mantuvo oficialmente con el ingreso del fascismo al país. Cuando el coronel Rafael Franco se hace con el poder, se impone la ideología fascista ultranacionalista y se termina el Panteón Nacional de los Héroes, para elevar altares principalmente a los militares paraguayos. Se estructura con la Constitución fascista de 1940, se consolida con la dictadura de Higinio Morínigo, pero es con Stroessner que el nacionalismo unilateral y verticalista se torna una política real de Estado. La dictadura colorada, fiel a las ideas olearianas, enzalzó a Francia y a López y utilizó la figura de «tercer reconstructor» para el dictador.

El filósofo Adriano Irala Burgos, en su emblemático estudio sobre La epistemología en la historia del Paraguay, realiza un interesante análisis sobre el rol mismo de los historiadores paraguayos, indicando que la narrativa histórica estaba contaminada de ideología, por lo que no se pudo abordar la historia desde la óptica científica. Sus ideas fueron rescatadas en el libro Historia del pensamiento paraguayo, de José Manuel Silvero, Luis Galeano y Domingo Rivarola. Para el pensador, son tres las vertientes que impone una epistemología totalmente acrítica: el mito del eterno retorno, el maniqueísmo moral y la instauración de un héroe máximo. Irala Burgos critica la visión chauvinista de algunos autores que recuerdan la supuesta grandeza del país en un pasado que nunca existió; por otro lado, identifica una supuesta lucha entre el bien y el mal entre los historiadores. Ve que existen solo dos caras del discurso nacional: una positiva, escrita por los patriotas, y otra negativa, la de los «vendepatria» o traidores. Por último, apunta que la historia oficial impone un héroe único, y que eso no permite la disidencia intelectual y, por lo tanto, no se investiga fielmente lo que ocurrió en las décadas pasadas.

Con el retorno a la democracia se amplió la crítica y se permitió la disidencia. Constitucionalmente, hoy en Paraguay existe el pluralismo político, pero no solo en términos legales. Se puede ver de a poco un país diverso, con alternativas ideológicas, religiosas, sexuales, culturales y filosóficas contrapuestas. Quizás un fenómeno a ser estudiado seriamente podría ser la celebración del Bicentenario de la Independencia Nacional.

Con un gobierno progresista, en el 2011 se celebraron los 200 años desde que el país se separó de España. Un variado repertorio de actividades académicas y culturales se desarrolló en todo el país. Asunción centró la atención. Ese año se publicaron más de 1.200 libros, la mayoría de ellos sobre historia. Se vio una explosión. ¿Un Paraguay hermanado? ¿Por fin la fraternidad? ¿El nacionalismo permitió eso? Pocos meses después, se vio otro país. Muy diferente. Con el juicio político que terminó deponiendo a un presidente de la República, se volvieron a ver los países contrapuestos. Una visión reclamaba la soberanía nacional, en contra de la injerencia externa y trayendo a colación el discurso nacionalista contra la supuesta «Nueva Triple Alianza» que no reconocía a un gobierno constitucional que suplantó al depuesto. Por el otro lado, estaban los internacionalistas, principalmente de izquierda, quienes pedían intervención extranjera y sanciones a la administración ejecutiva. Luego de ello, el país volvió relativamente a la calma, pero el discurso nacionalista continúa firme. No ya con una prosa cargada de mucha pasión, como la de O’Leary, sino en grupos de poder que disputan territorio, dinero y confianza de la gente.

equintana@abc.com.py

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