Lejos de ser un “no rotundo”, los veterinarios coinciden en que muchos perros pueden disfrutar de la piscina con seguridad si se toman precauciones. La clave está en entender qué riesgos existen, cómo minimizarlos y cuándo es mejor optar por alternativas.
¿Es seguro el cloro para los perros?
La mayoría de piscinas domésticas están cloradas para evitar la proliferación de bacterias, hongos y algas. En concentraciones adecuadas para humanos, el cloro suele ser tolerable también para los perros, pero no es inocuo.
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El principal problema no suele ser un chapuzón ocasional, sino la exposición repetida y prolongada: baños diarios, largas sesiones de juego en el agua y, sobre todo, perros que beben grandes cantidades de agua de la piscina.
Posibles efectos del cloro en perros
- Irritación ocular (ojos rojos, lagrimeo, frotarse con las patas)
- Irritación de piel y almohadillas (enrojecimiento, sequedad, picor)
- Molestias gastrointestinales si beben agua de la piscina (vómitos, diarrea leve)
- Empeoramiento de problemas dermatológicos previos (dermatitis, alergias)
Las piscinas muy cloradas, mal equilibradas o tratadas de forma casera con productos en exceso sí pueden suponer un riesgo mayor. Mantener los niveles de cloro y pH en rangos recomendados para uso humano es el primer paso para que también sean más seguros para los animales.
¿Qué perros no deberían entrar en la piscina?
No todos los perros son buenos nadadores, por mucho que se repita el mito de que “todos los perros saben nadar”. Hay factores de riesgo que conviene valorar antes de permitirles el acceso al agua.
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Razones para extremar la precaución o evitar la piscina:
- Cachorros muy jóvenes: aún no controlan bien su coordinación ni su temperatura corporal, se cansan rápidamente y pueden asustarse con facilidad.
- Perros muy mayores: la artrosis, la pérdida de fuerza muscular o problemas cardiacos aumentan el riesgo de agotamiento o dificultad para salir del agua.
- Razas braquicéfalas (morro chato, como bulldog francés e inglés, carlino, bóxer): su conformación dificulta la respiración y los hace especialmente vulnerables al agotamiento y al ahogamiento, incluso en aguas poco profundas.
- Perros con enfermedades respiratorias o cardiacas: el esfuerzo adicional de nadar puede ser peligroso.
- Perros con problemas de piel activos (infecciones, dermatitis severa, heridas abiertas): el cloro puede irritar y retrasar la curación.
- Perros con fobia al agua o muy ansiosos: forzarlos a entrar solo generará más estrés y riesgo de accidentes.
En estos casos, un chapuzón no debería improvisarse: hay que consultarlo con el veterinario y, muchas veces, es preferible ofrecer alternativas seguras como piscinas infantiles poco profundas o juegos de agua con manguera, siempre en sombra y con supervisión.
Enseñarle a entrar y salir: la regla de oro
El mayor riesgo de una piscina para un perro no es el cloro: es no saber cómo salir.
Muchos animales caen al agua por accidente —persiguiendo un juguete, un insecto o simplemente resbalando— y entran en pánico si no identifican una salida clara. Pueden nadar en círculos hasta agotarse.
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Antes de permitirle el acceso libre al borde de la piscina, debe aprender:
- Por dónde se entra y se sale: escaleras, rampa o plataforma. Llevalo varias veces de la correa, entrando y saliendo por el mismo punto, reforzando con caricias y premios.
- A localizar la salida desde el agua: entrá con él, sujetalo mientras nada y guialo siempre hacia el mismo lugar. Repetí el ejercicio desde distintos puntos de la piscina hasta que vaya directo sin dudar.
- A no lanzarse sin tu señal: especialmente en perros muy entusiastas. Enseñale un comando (por ejemplo, “al agua”) y no permitas que salte sin tu permiso.
Para perros mayores, con problemas articulares o razas pesadas, una rampa antideslizante específica para mascotas puede marcar la diferencia entre un baño divertido y un riesgo real de ahogamiento.
Supervisión constante: el mismo criterio que con los niños
La norma básica no tiene matices: un perro nunca debe quedarse solo con acceso a la piscina, aunque “sepa nadar”.
La supervisión no es solo para evitar caídas accidentales. También sirve para detectar:
- Signos de cansancio (nado cada vez más lento, cabeza baja, jadeo intenso)
- Dificultad para mantenerse a flote
- Tos o atragantamiento tras tragar agua
- Cambios de comportamiento (desorientación, nerviosismo, rigidez)
Si se observan señales de agotamiento, hay que sacarlo del agua, ofrecerle descanso en sombra y agua fresca (no de la piscina), y valorar si necesita atención veterinaria, sobre todo si tose de forma persistente o respira con dificultad.
Muchos expertos recomiendan el uso de chalecos salvavidas para perros en piscina y, especialmente, en mar, lagos o ríos. Incluso buenos nadadores pueden beneficiarse de ese extra de flotabilidad, que reduce el esfuerzo y mejora la seguridad.
El problema de beber agua de la piscina
Es casi inevitable que un perro trague algo de agua mientras juega o nada. El riesgo aumenta cuando la piscina es su única fuente disponible o cuando el animal tiene la costumbre de beber directamente del borde.
El agua de piscina, por el cloro y otros tratamientos químicos, no es una bebida adecuada. En pequeñas cantidades, suele provocar solo molestias leves; en cantidades mayores, puede causar:
- Vómitos
- Diarrea
- Dolor abdominal
- En casos extremos, desequilibrios de electrolitos o intoxicaciones, sobre todo en piscinas mal mantenidas o con productos en exceso
Para reducir riesgos:
- Tené siempre cerca un bol de agua limpia y fresca a disposición de tu perro.
- Retirá juguetes que fomenten que beba del agua (por ejemplo, algunos flotadores con saborizantes).
- Si observás que bebe de la piscina, distraelo y llevalo al bol.
- Cerrá el acceso a la piscina cuando no puedas supervisar.
Si tras un baño empieza con vómitos repetidos, letargo o diarrea intensa, conviene consultar de inmediato al veterinario.
Cuidado con el sol y el golpe de calor
La combinación de piscina y verano puede dar una falsa sensación de seguridad: estar mojado no protege frente al golpe de calor.
Los perros regulan mal la temperatura en comparación con los humanos; dependen del jadeo y de la transpiración a través de almohadillas y zonas sin pelo.
Un rato de juego intenso bajo el sol, entrando y saliendo de la piscina sobre un pavimento muy caliente, puede desencadenar un cuadro grave.
Medidas clave:
- Limitá los juegos más intensos a las primeras horas de la mañana o últimas de la tarde.
- Asegurá una zona de sombra real (no solo un rincón mínimamente cubierto) y suelo no abrasivo.
- Ofrecé descansos frecuentes fuera del agua.
- Vigilá señales de alerta: jadeo muy rápido, lengua muy enrojecida o amoratada, descoordinación, vómitos, colapso.
Ante sospecha de golpe de calor, el perro es una emergencia veterinaria: hay que iniciar un enfriamiento progresivo (no brusco) con agua fresca —no helada— y acudir al centro más cercano.
Después del baño: piel, orejas y ojos
Hacer que tu perro sea, en la práctica, “a prueba de cloro” implica tanto prevenir como cuidar después. La rutina posterior al baño importa casi tanto como la supervisión durante el chapuzón.
- Enjuague con agua limpia: pasar una ducha suave o manguera con agua dulce ayuda a retirar restos de cloro y otros químicos, sobre todo si el perro tiene piel sensible o alergias.
- Secado cuidadoso: especialmente en pliegues de piel, entre los dedos y en el área del pecho y cuello. La humedad persistente favorece hongos y bacterias.
- Cuidado de orejas: en razas con orejas caídas o tendencia a otitis, es recomendable secar suavemente el pabellón externo con una toalla y, si el veterinario lo aconseja, usar limpiadores óticos específicos tras los baños.
- Revisión de ojos: si los ves rojos o irritados, coméntalo con el veterinario. A veces se recomiendan lágrimas artificiales o colirios suaves tras baños frecuentes.
Si observás cambios en el pelaje (opacidad, caída excesiva), picor persistente o zonas enrojecidas, puede ser señal de que la piscina está irritando su piel y conviene ajustar la frecuencia de los baños o valorar alternativas.
¿Y las piscinas de sal? ¿Son mejores para los perros?
Las piscinas de agua salada, cada vez más comunes, suelen percibirse como “más naturales” que las de cloro. En la práctica, también usan cloración (mediante electrólisis salina), aunque a menudo los usuarios perciben menos olor y menos irritación.
Para los perros, el agua salada puede ser más amable con la piel de algunos individuos, pero no está exenta de riesgos:
- Beber demasiada agua salada puede causar vómitos y diarrea más intensos que el agua clorada.
- Los ojos también pueden irritarse.
- Las mismas normas de supervisión, salidas seguras y control del sol se aplican igual.
En cualquier caso, para perros con piel especialmente sensible, muchos veterinarios recomiendan limitar el uso de piscinas cloradas (sea cloro convencional o salina) y apostar por baños más puntuales, siempre acompañados de enjuague con agua dulce.
Alternativas seguras para perros que no pueden (o no deben) usar la piscina
Si por salud, edad, carácter o condiciones de la piscina tu perro no es un buen candidato para el baño, hay formas de mantenerlo fresco y entretenido:
- Piscinas infantiles de plástico o lona, poco profundas, solo hasta el pecho del perro, en zona de sombra.
- Juegos de agua con aspersores o manguera, sin dirigir el chorro a la cara o los oídos.
- Alfombrillas de agua y colchonetas refrigerantes para descansar al aire libre.
- Sombras naturales o toldos bien colocados, evitando superficies que se calienten en exceso.
El objetivo es el mismo: diversión y alivio del calor, sin asumir riesgos innecesarios.