Un gesto es definido como un movimiento o disposición cualquier parte del cuerpo, que es utilizado para establecer comunicación con otros seres humanos en relación directa e inmediata. La gestualidad, puede considerarse como un movimiento expresivo de contenidos psíquicos en tensión, es decir, son movimientos musculares que buscan su descarga. Y lo consiguen, tanto si son gestos voluntarios revestidos de intensión, como involuntarios producto de un dinamismo inconsciente.
Una mímica, un gesto, en general, se presentan con una complejidad que escapa a la posibilidad de lograr medirlos de manera precisa. Es tal la sinergia de micro movimientos casi imperceptibles para la captación consciente, que resulta sumamente dificultoso realizar una percepción abarcativa y completa del universo gestual.
En esta definición, claramente, se interpreta que los gestos involucran micro y macro movimientos, pero no son acciones, sino que toda acción conlleva inevitablemente una conjunción de gestos. O sea, una persona puede caminar, escribir, sentarse, cocinar, rascarse la cabeza, trepar, saltar, etc., y todas estas acciones llevan implicadas una gestualidad determinada que las organizan y le dan la estructura de acción.
Cuáles son gestos y cuáles no
Debemos preguntarnos, entonces, si todos los movimientos son categorizados como gestos. Evidentemente no. Por ejemplo, la contracción o dilatación de pupilas, contracciones y espasmos abdominales no pueden ser llamados gestos: los gestos son movimientos del cuerpo que expresan una intención.
Pero cuando hablamos de la intención que reviste un gesto, no solo nos estamos refiriendo a la intencionalidad consciente, sino también a los llamados acting out y a los actos fallidos que se hallan fuera del dominio de la voluntad y que también son productores de gestualidades. Ciertos actos reflejos pueden ser entendidos como parte de gestualidades, por ejemplo, si algo me quema mi mano lo más seguro es que la retire abruptamente. Claro está, que mi intención es no quemarme.
El gesto es un movimiento simbólico que demuestra, algo que debe ser descifrado. Puede afirmarse que, si reacciono sacando mi mano de cara a una situación que me produce dolor, ese acto reactivo, conjuntamente con una serie de gestos paralelos que se encuentran involucrados en él (fruncir el ceño, morder mis labios, contraer mis mejillas y mis mandíbulas, abrir fuerte los ojos, etc.), expresa el dolor. Es decir, siempre simboliza algún significado.
La interpretación de los gestos es fruto de una manufactura relacional, subjetiva, peculiar, que se desarrolla a lo largo de sucesivas y variadas interacciones. Con todo, tampoco es posible hablar de objetividad en la comprensión de un gesto, más aún, puede caerse con facilidad en construir supuestos, sumergirse en atribuciones, o realizar inferencias, lejos del significado correcto del analógico del partenaire.
Para la construcción de un gesto, en principio, hace falta el trabajo de una serie de músculos, por más ínfimo que pueda considerarse el gesto (por ejemplo, un micro gesto). La interacción muscular, en primer lugar y la estructura articular y esquelética en segundo, hacen que el gesto se consolide. Por lo general, es un gesto el que nos llama la atención, pero seguramente es el resultado de multiplicidad de microgestos que hacen la relevancia de uno.
La interpretación de los gestos
Resulta imposible pensar un cuerpo inerte y, de ser factible imaginarlo, solamente la muerte puede crear este tipo de congelamiento. Un cuerpo vivo, lleva implícita una actividad muscular que dinamiza la masa corpórea, le da un sesgo identificatorio: una actitud postural, un tipo de mirada, un juego articulado que permite que otro diga quienes somos. En este sentido los gestos nos dan una identidad. A lo largo de los años, las cisuras producidas por la repetición algunos gestos graban nuestras señas en la piel, conservando un vestigio que denuncia parte de nuestra personalidad. Y los gestos siempre están a allí, frente a los ojos del interlocutor, pronto a ser interpretados.
Quizá, más allá de cómo se desarrollan los gestos en el ser humano, la interpretación que se les atribuye parece ser un tema que merece una discriminación exhaustiva. En principio, porque no se cuenta con una teoría de la simbolización de los gestos, es decir, un marco referencial estipulado a priori que codifique el universo de la gestualidad. Realmente suena a absurdo intentar sistematizar la semántica gestual, con la misma estructura del lenguaje verbal con signos, sintaxis y semántica. Una reglamentación del género, puede constituirse en una obra faraónica y siempre estará presente el riesgo de dejar fuera gestos sin tabular, ya que el mundo analógico bien puede decirse que es infinito: resultaría utópico e imposible abarcar la cantidad de gestos posibles que una persona puede desarrollar.
Por otra parte, si algo le queda de espontáneo al ser humano es su gestualidad. Bastante constreñido se halla mediante las reglas de su propio lenguaje verbal, para pautarlo mediante un código nada más y nada menos que en su lenguaje analógico. En cambio, existe una codificación gestual pero no se encuentra sistematizada ni reglada, librada a la proyección del interlocutor. Un movimiento de labios del interlocutor, puede codificarse con una serie de símbolos semánticos: bronca, seducción, erotismo, ansiedad, nerviosismo, cólera, angustia, dolor de muela, reflexión, etc. El tema es codificarlo de manera correcta, y la reducción del margen de error en tal codificación depende del conocimiento que se tiene de la persona emisora del gesto y la perspicacia del interlocutor de no suponer y metacomunicar.
Codificamos permanentemente desde la motricidad fina de gestualidad sutil e ínfima, hasta los gestos más alevosos a la observación y las acciones más bizarras. Pero vale aclarar nuevamente: interpretar un gesto no implica decodificarlo. Decodificar, sugiere describir objetivamente el significado del gesto del emisor y, por más acertado que resulte, lo que hace el interlocutor en realidad, es construir un significado desde su percepción y estructura cognitiva: por lo tanto, la interpretación de un gesto es arbitraria.
Sin caer en dogmatismos, esta definición no quiere decir que el interlocutor en algunas oportunidades logre descifrar el gesto de manera correcta. También cabe aclarar, que, en torno al universo del lenguaje no verbal, a veces (tal vez la mayoría), el emisor no es consciente del gesto que envió. Lo cierto es que algo comunicó.
Gestos y significados
Cada gesto tiene un sentido particular en cada comunicador. Existen ciertos clisés que, como gestualidad prototípica, bien pueden observarse en diseños de cómics, historietas y emoticones del WhatsApp, o pautaciones de gestos en libretos de teatro, etc. Por ejemplo, cejas en punta y boca mostrando dientes: enojo; boca en herradura hacia abajo: aburrimiento; boca en herradura hacia arriba: alegría; arqueo de cejas hacia arriba: alegría sorpresa; estrabismo: locura; guiño de ojos: seducción, picardía; fruncir mejillas y ojos: dolor; ojos semi-cerrados: sueño, entre otros.
Pero no quiere decir que estos estereotipos sean totalmente válidos, más aún, cuando son introducidos en la comunicación real pueden llevar a la confusión, ya que cada emisor tendrá sus peculiaridades gestuales y no necesariamente reproducirá la semántica estipulada socioculturalmente. La responsabilidad de interpretar la gestualidad no recae únicamente en la atribución del observador. El protagonista del gesto -consciente o inconscientemente- transmitirá su sentimiento, emoción, gusto o disgusto, etc., mediante una mímica de respuesta que alentará o no a la relación.
Cada persona posee su propio lenguaje corporal, más o menos adaptado a su contexto familiar, social y a la cultura a la que pertenece. Es difícil, entonces, referirse a una universalidad gestual. No obstante, al valorar una expresión no solo hay que evaluar el contenido y forma de transmitirla, sino también la capacidad receptora de los interlocutores. Además de la sensibilidad e intuición, deben ser tomadas en cuenta las habilidades del receptor para captar ciertas expresiones. Existen gestos y diferentes estilos de manifestación que se aprenden con mayor facilidad y rapidez, a los que se le atribuye una significación más universal. Estos gestos, están compuestos por una serie de gestalten con una fuerte estructura que permite aprehenderlos y otorgarles una atribución similar. Esta facilidad de captación, tiene que ver con la familiaridad del estímulo y mucho de este proceso con la identificación. Aquellas expresiones gestuales que se han repetido en el tiempo y en la convivencia, producen efectos de mimetización que, luego se adoptan como propios y tienden a reproducirse en las interacciones.
Cada sociocultura codificará de manera peculiar las gestualidades; a su vez, cada familia sobre esa peculiaridad anexará sus particularidades y, cada integrante –recursivamente- la investirá también de su significación individual. Así, en un circuito sin fin de codificaciones. Las variaciones de acuerdo a los contextos, grupos secundarios y desarrollo evolutivo, hacen que el proceso adquiera un nivel de complejidad notable.
Más bien, hace falta una teoría del gesticulador y la necesidad de metacomunicar más frecuentemente, de cara a la incertidumbre del significado de algún gesto de captación dificultosa o poco entendible.