Atreverse a mirar de frente a la realidad

Contaba un tío –ya entrado en años- que a principios de la década de los ´50, era posible llegar en alguno de los todavía pocos vehículos a motor que transitaban por Asunción, hasta la intersección de lo que hoy sería General Santos y Félix Bogado, y a partir de allí caminando o a lomo de caballo hasta la laguna que se forma en la desembocadura del arroyo Lambaré antes de unirse a la corriente del río Paraguay.

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En ese lugar, se podía alquilar una canoa por pocas monedas para ubicarse en el medio de la laguna y observar, alineados en las playadas menos accesibles para el hombre, docenas de yacarés tomando sol. Era un lugar espléndido para pescar lindos ejemplares de pacú y eventualmente algún surubí, dependiendo de la suerte. Y si estaban con ganas de cazar, caminaban un trayecto no muy largo hasta la laguna Cateura, en donde los akutí (sumamente apreciados por su deliciosa carne), hacían piruetas en el agua o desde los barrancos, mientras algún lobopé se hacía de un pez atrapándolo con sus poderosas fauces.

El camión recolector de la Municipalidad de Asunción llega hasta el vertedero de Cateura, administrado hoy por una empresa privada, repleto de basura recogida de alguno de los barrios de la capital. Dependiendo del origen de la misma, grupos de gancheros que se dividen la explotación de estas cargas, se aprestan rápidamente para hurgar entre las mismas, en un plazo -acordado con la empresa de tratamiento- no mayor de 15 minutos, que les es asignado y advertido al terminar por el toque de un silbato por un funcionario de la planta. Niños, muchachos, mujeres y hombres mayores trepan por la montaña de basura, hurgando con sus ganchos para hacerse de algo de valor entre estos restos para su sustento diario, cargando su cosecha apresuradamente en bolsas, antes de volver a bajar y alejarse, para ver como palas cargadoras hidráulicas toman los montones para apilonarlos sobre cúmulos mucho más grandes, antes de ser compactados y cargados en camiones para trasladarlos al sitio de disposición final, del otro lado del río.

Asunción tuvo un despegue económico a partir de los años 70, que significó un crecimiento brutal de su demografía y la consiguiente expansión –primordialmente horizontal- de las áreas habitadas, que fueron acompañando paulatinamente las llamadas ciudades “dormitorio”: San Lorenzo, Lambaré, Fernando de la Mora, Mariano Roque Alonso y Luque, conformando más adelante un Gran Asunción gigantesco, que creció a la buena de Dios y sin un plan urbanístico concreto, y entre varios problemas que surgieron uno de ellos fue el de la disposición final de basura, que también ostenta el triste título de ser el más relegado.

A mediados de los ´80, una delegación israelí visita Paraguay en el marco de una campaña de concienciación sobre la importancia de la separación primaria de la basura en los hogares, y posterior re-aprovechamiento de la misma en los lugares de disposición final, para separar cartón, vidrio y material orgánico. Estas capacitaciones venían de la mano con el acompañamiento de la socialización de la campaña, provisión de vehículos y tecnología. La charla se desarrolló en instalaciones del Ministerio de Obras Públicas, con presencia de autoridades del Municipio y representantes de varios Ministerios, además de otros invitados. Y ocurrió que, en algún momento de la presentación, un militar de alto rango hace un comentario en voz alta en guaraní “Paraguay es un país rico, con varias hidroeléctricas, y acá la basura es y seguirá siendo basura, en último caso servirá para los chanchos”, provocando la hilaridad –casi- generalizada. Demás está decir que el proyecto fracasó, los israelíes volvieron a casa pichados y Paraguay perdió 30 años de tiempo en empezar a hacer las cosas como se debe.

La laguna Cateura, el Bañado Sur y todo el entorno del Cerro Lambaré dejaron de ser lugares inspiradores de guaranias y frescos con acuarelas hace muchos años. El sitio empezó a utilizarse para recibir la basura en algún momento, hasta que más adelante se oficializó su condición de vertedero de la Municipalidad de Asunción, para luego compartirlo con los municipios vecinos. Las barreras de contención no pudieron con los embates de las crecidas del río en tiempos de inundación, y el lixiviado llegó hasta él, con todas sus consecuencias. Las áreas de depósito de la basura no tienen –salvo tierra compactada- ninguna base que pueda resistir la filtración del líquido, y fácilmente se puede observar desde el programa Earth cómo estas aguas pestilentes terminan decantando en el arroyo Lambaré y otros pequeños cursos de agua para terminar finalmente en el río.

Solamente el 12% de los municipios del Paraguay cuentan con vertederos medianamente aptos para la disposición final de basuras, en otras palabras, los desechos se arrojan a cualquier parte. Y mientras la sociedad sigue sin mirar a los ojos a esta realidad, mientras las autoridades se siguen tirando la pelota porque es un tema demasiado poco redituable e incómodo de encarar, mientras seguimos poniendo remiendos parche a problemas enormes o reaccionamos solamente ante una imputación porque una hermosa laguna se volvió rosada, el agua se seguirá contaminando y ese efecto va a terminar golpeando a las puertas de todos los paraguayos, además de contribuir a nuestra ya menguada reputación internacional.

El silbato suena con insistencia y una niña con llamativos ojos pardos baja de los montones de basura, feliz porque encontró un par de cosas que podrá vender y llevar el dinero a su madre. Sonríe ante la perspectiva de la felicidad que significará para los miembros de su familia, que vive en una precaria vivienda ubicada al costado mismo del vertedero, poder comprar algo sabroso para comer ese día, y quizás también al siguiente. Puede que tenga suerte y los miembros de alguna organización se fijen en ella y le solventen su educación, o tenga facilidad para los estudios y pueda culminarlos en el colegio público que funciona mal que bien en 39° Proyectadas y Pablo Rojas, a donde acude diariamente, ávida de adquirir conocimientos y jugar con sus amiguitos. Quizás esta florecita pueda tener una oportunidad entre toda esta basura, de la que usted y yo somos también responsables. ¿Cuál es el nombre de la niña? Se llama igual que mi hija, o que la suya, amable lector.

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