La marca de tinta

En la antigua Grecia, se atribuye al discurso fúnebre de Pericles la siguiente cita refiriéndose a los ciudadanos que no se interesaban de lo público: “no es que consideremos al que no participa en estos asuntos como poco ambicioso, sino como inútil.”

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Cuando el lector repase estas líneas el acto eleccionario habrá pasado. Así que esto buscará ser una reflexión de lo que puede ocurrir intentando escudriñar entre sentimientos que apuntan incluso a lo más íntimo del ser, como aquellos sentimientos que albergan deseos o amores.

Allí se encuentra el corazón del “ciudadano”. En ese mismo espacio del sentimiento, ya en el cerebro, ya en los intestinos — sí, leyó bien, los intestinos — aquel deseo íntimo por querer participar en el proceso de cambio de lo público, de aquello que busca la excelencia de lo que le rodea, aún cuando de hecho, sabemos que es muy difícil que tales cosan ocurran inmediatamente.

La marca de tinta luego de un acto eleccionario otorga un inmenso poder a quien la ostenta. Curiosamente se la ubica, según nuestra ley electoral, en el dedo índice derecho. Quiero creer que la tradición convertida en ley, nos trae la rémora de que el dedo acusador por excelencia es el que explicita la “herida” de la “contienda electoral” en la mano de quien lo detenta.

Ese dedo manchado de alguna manera concede un derecho especial a señalar a los candidatos que tuvieron — por cierto — el coraje de presentarse, donde muchos perdieron y pocos ganaron. Y recordarles a quienes ganaron que no van a hacer lo que se les plazca sino lo que deben. Cuando en el juramento de las autoridades, se proclama “Dios y la Patria se lo demanden” me viene indefectiblemente millones de dedos marcados por la tinta de quienes votaron.

Curiosamente no me imagino una jornada electoral sin la marca de la tinta indeleble. Aunque sé que es la realidad de más de un millón de ciudadanos, miembros del padrón electoral, que parece que no comprenden aún el enorme poder que tienen — ya que estamos — en sus dedos, para ser parte de señalar a un ganador. Ganador que será responsables por lo que haga. Responsable por lo que no haga. Y finalmente, esos dedos marcados podrán señalar la estrecha puerta de salida reservada para quienes traicionaron la confianza, los principios y su propia moral por incumplir tan sagrado deber en el ejercicio de su cargo.

Un millón de dedos limpios en esta semana post elecciones esconden enormes enigmas. Esconden el porqué de la desesperanza. Esconden porqué no mueven ni campañas ni gastos extraordinarios en movilización a un público que puede cambiar la historia. Es aún un misterio por explorar.

A todos quienes tengan marcado su dedo esta semana, señalen, acusen, protesten y exijan. Sin temor. Sin vergüenza. Vergüenza deben tener los funcionarios electos que no cumplan con las expectativas del cargo.

A quienes no lo tienen, un humilde consejo. Pueden escribir porqué no ha valido la pena. Y sobre todo, si es más satisfactorio continuar el plagueo sin haber participado. A mí al menos, me pica la curiosidad. Con mucho respeto. Quisiera saber qué ocurre en la mente de quien cree que castiga al sistema no participando. Cuando que quienes más felices están son los operadores de la pobreza y la miseria que se regodean al ver locales vacíos, donde sus operadores de siempre garantizarán que lo que se necesita no se haga nunca.

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