Apenas dejando atrás Emboscada, la ruta ya se hace muy cómoda e invita a avanzar más ligero, disfrutando de los paisajes –esterales inmensos, mares de palmas, ocasionales elevaciones y hasta pequeños cerros- que se extienden hasta donde alcanza la vista.
A pesar de tener dos peajes en el trayecto, uno antes de Emboscada y el segundo a la entrada de 25 de Diciembre, el control de la Patrulla Caminero no es muy perceptible, y quizás esto en parte contribuya a que estos largos trayectos de ruta amplia y en muchas ocasiones incluso un poco monótona por las prolongadas rectas, sean testigos de graves accidentes, debidos principalmente a la imprudencia o exceso de confianza por parte de los choferes, que también en no pocas ocasiones se han quedado dormidos.
Más adelante, habiendo cruzado ya la circunvalación de Santaní y el arroyo Tapiracuái, tomamos en la siguiente rotonda la salida a la izquierda pasando por debajo de la carretera principal, y después de pasar por Itacurubí del Rosario y General Aquino, terminamos nuestro recorrido de aproximadamente 225 kilómetros llegando en apenas unas 3 horas y media a la pintoresca Villa del Rosario del Kuarepoti.
Los libros de historia indican que fue fundada en 1787 por orden del Gobernador Pedro Melo de Portugal, con el buen criterio de aprovechar la ubicación estratégica y constituirse en principal puerto de la zona para embarque de madera, carne y productos de la agricultura. La ciudad nos recibe con esa mezcla de características coloniales, pinceladas de modernidad y un centro urbano interesante, tan propio de muchas localidades del interior. Por uno de sus límites cruza el arroyo Kuarepotí el que, junto a los balnearios ubicados a orillas del río Paraguay en Puerto Rosario –a apenas 5 kilómetros- son de gran concurrencia por parte de los lugareños y personas que llegan desde más lejos en las épocas del año de mucho calor, además de los infaltables pescadores deportivos.
El caso urbano se desarrolla alrededor de la plaza principal, quedando vestigios del gran desarrollo de finales del siglo 19 y primera mitad del pasado, con grandes casonas que aún quedan en pie, pero que piden a gritos restauración y mantenimiento. Atrás quedaron la época floreciente de la explotación forestal y el intenso tráfico fluvial, cuando el río era la única forma de comunicación, y cuando detrás de ese desarrollo -y formando también parte de él- llegaron muchos inmigrantes, cuyos descendientes forman parte de los menos de 11.500 habitantes del municipio y entre quienes encontramos apellidos italianos, franceses, alemanes, rusos, sirio-libaneses y portugueses, además de los españoles propiamente.
Los pobladores más jóvenes no parecen percatarse del estancamiento de Rosario, no así los más “antiguos” que recuerdan que la localidad y toda la zona tuvieron una época de grandeza, donde corría mucho dinero, se hacían negocios y en general se percibía bonanza, pero el problema es que esos tiempos terminaron y la reactivación económica no vuelve. Quizás a través del puerto, que podría ser una fuente de empleo y oportunidades, o creando un sistema de trabajo similar al de la Colonia Volendam, localidad fundada y administrada por menonitas, que se encuentra lindando con los límites del municipio, compuesta por un casco urbano que –a diferencia de Rosario- cuenta con varios silos modernos, supermercado y estaciones de servicio.
Esta colonia cuenta además con varias aldeas ubicadas en forma equidistante al centro de la misma, con todas las ventajas que esto representa. El modelo menonita es admirado y hasta envidiado, pero lastimosamente nunca copiado. Los rubios larguiruchos que antes eran objetos de burlas, cuando vendían sus quesos en las calles de Asunción, supieron sacar a fuerza de sudor y lágrimas lo mejor de esta tierra y de las ventajas de trabajar bajo el sistema cooperativo, y hoy los nietos de aquellos inmigrantes rusos y ucranianos gozan de un nivel de vida e ingresos diametralmente opuestos a los de sus vecinos.
Desde Villa del Rosario, cruzando un amplio campo comunal, se llega a Puerto Rosario, o sencillamente “Puerto”, en donde igualmente encontramos casonas antiguas (muy deterioradas), la Terminal de Ómnibus, alguna pensión sencilla como oferta válida para los pescadores que llegan a pasar unos días, un Centro de Salud, el discreto Destacamento de la Armada Nacional y… ningún puerto, muelle ni nada que se le asemeje.
Existe sí un muelle semisumergido en las aguas del río que durante décadas sirvió para el embarque y desembarque de pasajeros y carga, pero desde hace muchos años se encuentra en desuso, ojalá que las autoridades se ocupen de esta estructura, que tanta falta hace a los efectos prácticos y podría constituirse igualmente en un lindo sitio de esparcimiento para la población. Desde ese lugar, se aprecia en toda su magnificencia el río Paraguay, la vastedad del Chaco paraguayo y las siluetas de embarcaderos de silos en la distancia.
Condiciones le sobran a este lugar: Mucha gente joven, amplias porciones de tierra en desuso, la ruta asfaltada con todas sus posibilidades, el río, la cercanía a Santaní y otras localidades y muchas otras, por lo que esperamos que los propios rosarinos y –por qué no- las autoridades empiecen a activar y despierten a Rosario de su largo letargo, para que vuelva a brillar como lo hizo hace 100 años.