Hace solo unos días, el Presidente de la República se encontraba en la localidad de Nueva Germania, a unos 280 kilómetros de Asunción, inaugurando obras viales. Esta localidad, fundada hace dos siglos por colonos inmigrantes alemanes, se encuentra al igual que muchas otras ciudades, pueblos y compañías de los departamentos de San Pedro y Concepción, formando parte del norte por mucho tiempo olvidado y relegado, con el consiguiente atraso que esto significó en todos los órdenes. Hasta aquí, bien por la inauguración de obras.
Ahora bien, en relación a este acto en el que de por sí llama la atención la presencia del titular del Ejecutivo, y que en todo su contexto debería haberse limitado a la inauguración de tramos asfálticos y lo que eso conlleva, nos encontramos con que el mismo no pudo evitar realizar ciertos comentarios en relación al candidato de su partido para las elecciones presidenciales.
Considerando que la construcción de rutas, caminos y puentes forman parte de las obligaciones y tareas del Estado, y la consecución de estas obras –que representan al mismo tiempo la contratación de préstamos que habrá que honrar más adelante- son parte de la agenda de gobierno, entendemos que cuando se concretan el mandamás de turno quiera llevar agua a su molino y salir en la foto de corte de cinta. Esto forma parte de los beneficios del cargo, como muchos otros.
La parte que no terminamos de comprender bien es por qué, pudiendo limitarse a exhibir y disfrutar los lauros que representan estos kilómetros asfaltados y posando para las fotos con lugareños felices y correligionarios que siempre los hay también, haya tenido que burlarse del candidato de su partido. Quizás quiso congraciarse con los sampedranos, que seguramente votaron en mayoría por el perdidoso precandidato oriundo de General Aquino, quizás sumado a eso está molesto por el hecho de haber –de alguna manera- perdido él esas internas, pero aun así sigue siendo difícil de comprender.
Tampoco fue especialmente creativo, solamente repitió la frase que hace años usara el inefable Don Blas para referirse al candidato colorado de ese momento “Ndaiporãi la jaguerekóva pero ivaive ndajaguerekõiro, ¿ajépa?”, provocando las carcajadas de los presentes (otra ventaja del poder, siempre te festejan los chistes), pero quizás olvidándose de que, a diferencia suya, “Don Blá” dio todo su apoyo al candidato en cuestión, quien ganó finalmente las elecciones nacionales.
A ver, no es que los paraguayos confiemos particularmente en la unidad granítica, el abrazo, la cicatriz, la marea o cualesquiera otras figuras que pretenden demostrar –y para bien o para mal lo han demostrado en su oportunidad- la adhesión o poder aglutinante que tiene esta agrupación política en torno al candidato electo en sus internas –con todas las artimañas que se hayan podido utilizar- y en torno al cual se cierra un candado de espíritu de equipo. Equipo medio torcido, con muchos jugadores que no resisten una auditoría, pero por lejos políticamente lo mejor articulado con que contamos.
Los ciudadanos tenemos la necesidad de poder confiar en nuestras autoridades, y de sentir que nos lideran con firmeza. Al margen de la corriente política respectiva, nos genera estabilidad y seguridad saber a qué podemos atenernos en relación a las personas que están –o pretenden estar- a cargo de las instituciones. Y es por eso que preocupa sobremanera ver la forma en que se juegan en contra miembros de la misma agrupación política. Las traiciones y deslealtades no son exclusividad del partido de gobierno, están presentes en todas las propuestas ofrecidas al público elector, pero –por lo menos antes- .la percepción de adhesión a la causa y las personas era más patente.
Probablemente como nunca antes en nuestra realidad nacional y política, las traiciones y deslealtades están a la orden del día. Fidelidades y compromiso llevados a cabo con honor, profesionalismo y corrección en todos los ámbitos –personal, laboral o público- pierden su valor ante una sociedad en la que parecería que están cada vez más normalizadas las traiciones y deslealtades. Así, el apretón de manos con la vista ausente, los abrazos falsos para las fotos en las redes y las promesas y compromisos a la ligera son artilugios engañosos y preludios de rupturas que se darán tan rápido como fueron las supuestas adhesiones que las motivaron.